Por Edgar Chacón Morales
El cambio en el nuevo orden mundial tendrá que ver más allá de cuestiones económicas, políticas y militares. Es un cambio más profundo, más amplio y determinante. Desde los griegos, desde Alejandro.
Algunos milenaristas tal vez dirán que estamos ante un cambio de era.
En la Escuela primaria nos enseñaron que luego de la prehistoria, la historia se divide en cuatro edades, la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea.
La Prehistoria va desde hace tres millones de años, hasta la aparición de la escritura; la Edad antigua, desde el 3,500 aC, hasta la caída del Imperio Romano (s. V); la Edad Media, desde el siglo V, hasta el descubrimiento de América siglo XV; la Edad Moderna, desde el siglo XV, hasta la Revolución Francesa (s. XVIII); la Edad contemporánea hasta la actualidad. (Elia Tabuenca).
Visto así, la Edad Antigua, que comprendió las influencias de otras civilizaciones, se cierra en Europa, con el Imperio Romano y el peso relativo de la Historia hasta nuestros días, se abre en Europa. Entonces, el centro de la Historia, hasta ahora, ha sido Europa y Estados unidos, la civilización occidental y cristiana, con puntos secundarios en Asia y África.
Ahora, ese centro se mueve y además, ya no habrá un solo centro o polo, estamos a las puertas de que termine la centralidad europea y estadounidense en la Historia.
Hay un cambio en el peso relativo de las capitales políticas mundiales y se avizoran: Pekín, Moscú y Washington. En el futuro puede estar presente Nueva Delhi.
Así también en las capitales financieras, en las que es indudable la presencia de Shanghái.
Esto conlleva un cambio en quiénes hacen la Historia y quiénes la escriben, quiénes la registran. Dicho en otras palabras, en la Historia que se conoce, en la Historia que se enseña y divulga y en la que existe y prevalece.
Por lógica, esto deberá traer un cambio también, en cómo se construye el conocimiento histórico, quiénes participan en esta tarea.
Hay motivos de esperanza y optimismo, para que la Historia ya no sea más la Historia del genocidio, el saqueo, el despojo, la esclavitud, la discriminación que lleva a injusticias, el oprobio y otras aberraciones antiguas, medias, modernas y contemporáneas.
En cuanto a Nuestra América, se dice: fulano de tal parte, fue el conquistador de tal lugar y la Historia del pueblo de ese lugar, es de ahí para atrás. De ahí para adelante es la Historia del país que sojuzgó, el país que resultó y el pueblo sojuzgado.
Y se ensalzan los héroes metropolitanos y se les llama bandidos, a los que opusieron resistencia.
De los pueblos vencidos, sólo se recuerdan tumbas, pirámides, estelas, monolitos y leyendas. Se construyen templos sobre templos; dioses sobres dioses y mitos sobre mitos, o a lo más, se hacen sincretismos.
Se recordarán historias, anécdotas y datos de algunos personajes de los vencidos, pero sólo serán eso en la Historia oficial.
Un cambio en la legitimidad, en el derecho y en la ética. Geo cooperación vrs. geo explotación y saqueo
Actualmente, algunos actores en el plano internacional justifican sus procederes, con base en principios, valores, que según ellos los legitiman, por lo tanto, son éticas y les dan derecho de ejecutarlas.
De acuerdo con esto, por ejemplo, USA/G7/OTAN, ejecuta una acción política en un país, justificando que es para restaurar o preservar la democracia, o la libertad, por lo cual tiene el derecho de hacerlo, de acuerdo con el “orden internacional basado en reglas”, lo que le da legitimidad a la acción y por lo tanto es ética.
Pero hay reglas y organismos internacionales, que pueden ponerse en el tapete del cuestionamiento y por lo tanto los procederes que con base en ellas se legitiman, por ejemplo, la Organización de Naciones Unidas, la Unión Europea.
¿Es legítimo y ético que USA/G7/OTAN invada países, amenace y desestabilice la paz mundial, según sus conveniencias, con base en lo que esgrime y por lo tanto: tiene el derecho de hacerlo?
¿Es legítimo, justo y ético y por lo tanto fuente de derecho, que el mundo occidental y sus instituciones sean emisores y reguladores de la conducta mundial?
Eso está en cuestionamiento, y por lo tanto se avizoran cambios en este orden.
Estamos entonces también ante cambios en el ser, hacer y pensar de grupos y personas y en la convivencia.
Para que este cambio se realice, tenemos que poner de nuestra parte. Un esfuerzo enorme es el desapego a figuras e iconos. Todo aquello que tiene que ver con el esfuerzo nuestro por no ser parte más, del área de influencia del colonialismo ideológico, creer que podemos construir nuestro ideario y construirlo.
Una batalla dura es contra todo aquello que nos inculcan por los “medios de comunicación”; todo aquello que nos llama al engaño de los falsos miedos y las falsas realizaciones; todas las mercancías materiales e ideológicas que nos “ponen” a consumir.
La trampa del consumismo no está sólo en consumir, sino también en olvidar. Por ejemplo, la trampa de la moda no está sólo en lo explícito: comprar, desechar, volver a comprar y volver a desechar, hasta el infinito; sino también en lo implícito: una moda borra la anterior (que tal vez volverá después, pero desarticulada).
Desarticular nuestra historia, la continuidad de nuestra vida, pensamientos y acciones y la desarticulación entre generaciones.
Que no haya memoria; que se le dé la espalda a las luchas y los logros; que una generación no se dé la mano con la otra; la compulsión es a hacer un corte, borrar; todos los días, borrón y cuenta nueva, sin memoria.
Entonces la experiencia no cuenta, cuentan las mentes nuevas por alienar.
Además, que unos pueblos no se den la mano con otros. Así no tendremos pasado ni futuro, sólo presente consumista y que se agota en sí mismo.
En cuanto a los países al sur del río Bravo, que nuestro nacimiento fue en el marco de la independencia del colonialismo europeo.
Contradiciendo el conocido refrán, “Más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer”, podemos estar ante una situación distinta:
Más vale ignorancias y miedos por dejar y oportunidad nueva y propia por construir, que tragedia vieja, segura y conocida, por seguir padeciendo.