Una conversación con Miguel Lawner, que recuerda la vida como antiguo preso político de la dictadura de Augusto Pinochet, al tiempo que proyecta en el actual gobierno progresista la esperanza de que el gobierno de Salvador Allende pudiera mejorar la vida de los chilenos.
Por Taroa Zúñiga Silva
Diez días después del golpe de 1973 contra el Gobierno de la Unidad Popular (UP) del presidente Salvador Allende, los militares inauguraron el campo de concentración de Río Chico, en la isla Dawson, situada en el estrecho de Magallanes, cerca del extremo austral de Chile. La isla había funcionado anteriormente como campo de exterminio: entre 1891 y 1911 bajo la administración de la Congregación Salesiana, fue utilizada para recluir a los pueblos selk’nam y kawésqar, que murieron por las condiciones precarias de hacinamiento y la rápida propagación de enfermedades occidentales, agravadas por las adversas condiciones climáticas del lugar.
A este territorio fueron trasladados 38 funcionarios públicos del Gobierno de la Unidad Popular (UP) – además de cientos de presos políticos provenientes de la ciudad de Punta Arenas, cercana a la isla –. Primero fueron llevados a la base naval de la Compañía de Ingenieros del Cuerpo de Infantería Marina (COMPINGIM) y luego al campamento de prisioneros de Río Chico. Allí fueron interrogados, torturados y forzados a realizar todo tipo de trabajos vinculados a la construcción de infraestructura para la isla. El campamento de Río Chico fue desmantelado en 1974.
Uno de los prisioneros del campo era Miguel Lawner, un arquitecto que en el momento de su detención ejercía como director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) del Gobierno. Durante su reclusión, Lawner contaba sus pasos para calcular las medidas del lugar y luego trazar los planos, que destruía inmediatamente para no ser descubierto por los militares. En 1976, durante su exilio en Dinamarca, Lawner volvió a dibujar los planos de memoria. “La función crea el órgano”, dijo, “desarrollé un órgano: el dibujo, capaz de cumplir la función de dejar testimonio de nuestro cautiverio”.
Durante su reclusión, me dijo Lawner, le preocupaba que los militares pudieran acusarle de corrupción. “Yo intentaba contar cuántos millones de dólares estaban a mi nombre”, recuerda. “Al ojo, calculé que eran entre 150 y 180 millones. Después supe que estuvieron seis meses investigando y la conclusión fue que me estaban debiendo un viático”.
El Gobierno de la UP (1970-1973) definió que Vivienda y Obras Públicas debían ser el motor de la economía, por ser “las dos instituciones más fáciles de movilizar”. Lawner me explicó que otras áreas (como economía o industrias) “requerían estudios previos más prolongados”. En cambio, “en vivienda, si tienes un terreno vacío, al día siguiente puedes estar construyendo”. Además, había una enorme necesidad de viviendas. Desde la dirección de la CORMU decidieron agilizar los trámites burocráticos y autorizar el desembolso inmediato de los fondos a través de un funcionario, que fue Lawner. “Nuestro primer año de Gobierno fue un año de maravillosas irresponsabilidades”, me dijo Lawner con una sonrisa en la cara.
Nunca desviarse de lo fundamental
Durante la campaña presidencial de 1970, Lawner acompañó a Allende a un campamento de cooperativas asentado a orillas del río Mapocho, donde hombres, mujeres y niños habitaban “los extramuros de la sociedad”, en palabras del arquitecto. Al salir de ahí, Allende le dijo “aunque mal nos fuera, para sacar a estos compañeros del barro, bien valdría que a mí me eligieran presidente”. Aproximadamente al cumplir el primer año de Gobierno, me dijo Lawner, “entregamos las primeras casas de Villa San Luis. En abril del 72 ese proyecto lo teníamos completamente entregado: mil viviendas, de las cuales la gran mayoría correspondían a estos dos campamentos, el encanto y el ejemplo, que vivían a orillas del río Mapocho”. La principal tarea del Gobierno de la UP, dijo, fue “resolver las demandas fundamentales de los sectores que siempre habían sido desposeídos”.
Bajo el liderazgo de Lawner, los funcionarios de la CORMU – no todos adherentes al proyecto de la UP – postergaron vacaciones y trabajaron horas extras, sin cobrarlas. “Le entregamos a todos esos funcionarios la convicción de que estaban operando en beneficio del bien común y no obviamente del enriquecimiento de una empresa privada o de los bancos. Es decir: ellos sabían que estaban trabajando para que la gente viviera mejor”. También, comenta, se impuso el objetivo de “hacer las cosas hermosas” argumentando “que la belleza no tiene por qué ser, en vivienda social, patrimonio solo de los ricos”.
La explosión del campo
Lawner recuerda su gran orgullo por la nacionalización del cobre por el Gobierno de la UP, la entrega de viviendas y su papel en la “explosión del mundo agrario”. La reforma agraria y la ley de sindicalización campesina fueron aprobadas en 1962, antes del Gobierno de la UP. Sin embargo, los trabajadores agrarios “seguían siendo siervos de la época feudal”, señala. A la semana de comenzar su presidencia, Allende fue invitado por los campesinos de la Araucanía a una reunión, a la que llevó a Jacques Chonchol (ministro de Agricultura). Durante la intervención de un líder indígena, Allende se inclinó hacia Chonchol y le dijo: “oiga ministro, yo creo que usted debiera quedarse aquí”. El ministro, quien “tuvo que mandar a pedir hasta su cepillo de dientes”, permaneció allí tres meses, iniciando su gestión instalado en el campo. Durante el primer año de Gobierno se expropiaron y entregaron medio millón de hectáreas a los sin tierra.
El primer año de la UP, recordaba Lawner, fue un “año de aspiraciones desbocadas”. “Para una persona como yo, que nunca fui funcionario público, la sensación de poder es infinita y la convicción de que eres capaz de hacer cualquier cosa es igualmente infinita (…) prometimos más de lo que éramos capaces de hacer (habiendo hecho 3 ó 4 veces más de lo que más se había hecho en la historia del Ministerio de Vivienda) pero todo lo que pudimos hacer, se hizo gracias a lo que ahora falta: el compromiso de los funcionarios. Hay que tener una buena conducción, es cierto, pero si no tienes el compromiso de la base, no hay nada que puedas hacer”.
Generaciones contaminadas por el modelo
Al hablar de las diferencias entre lo vivido al final del primer año de la UP y el primer año del Gobierno progresista del actual presidente de Chile, Gabriel Boric, Lawner señala que en Chile “llevamos efectivamente cincuenta años alimentados por la doctrina neoliberal, de una formación absolutamente contradictoria con lo que tú requieres en un Gobierno progresista. Imperceptiblemente, sin que nos diéramos cuenta, se fueron generando generaciones que están – a mi juicio – corrompidas por el modelo. Les resulta incomprensible otro camino”.
El actual presidente del Senado chileno es Juan Antonio Coloma, un hombre de extrema derecha. “Cuando en septiembre se cumplan 50 años del Golpe”, me dice Lawner, “nos va a tocar con Coloma como la segunda autoridad del país”. El auge del fascismo, dice, es un fenómeno global, que no sólo tiene lugar en Chile. Pero Lawner no desespera. “No se puede determinar cuando hay una chispa que enciende la hoguera nuevamente, pero no cabe duda de que va a ocurrir”.
Este artículo fue producido para Globetrotter.
Taroa Zúñiga Silva es escritora asociada y coordinadora de medios en español de Globetrotter. Es co-editora, junto con Giordana García Sojo, del libro Venezuela, Vórtice de la Guerra del Siglo XXI (2020). Forma parte del comité coordinador de Argos: Observatorio Internacional de Migraciones y Derechos Humanos. También es parte de Mecha Cooperativa, un proyecto del Ejército Comunicacional de Liberación.