Pero tanto o más impresionante fue la conducta vaticana de protección a los peores criminales de guerra nazis y ustachas que llegaron huyendo a Italia luego de la derrota bélica. De este modo, el Vaticano colocó a cargo de la recepción de los miles de refugiados que llegaban de Alemania a un obispo austríaco declaradamente pro-nazi: Alois Hudal. Ya en 1923 se había establecido en Roma como Rector del Colegio Alemán de Roma (Santa María dell’ Anima) que educaba a religiosos alemanes y austriacos. En 1933 se le designó obispo (ordenándolo el entonces secretario de Estado, Eugenio Pacelli) conservando su puesto de rector. Y en 1937 publicó el libro Los fundamentos del nacional-socialismo en el que ¡buscó complementar doctrinariamente el catolicismo con el nazismo! Y en que se manifestó aprobatoriamente respecto de las leyes raciales nazis de Nüremberg impuestas en 1935 (ver Daniel Goldhagen.- La Iglesia católica y el Holocausto. Una deuda pendiente; Taurus, Buenos Aires, 2002; pp. 172-3).
Tanta confianza le tenía Pío XII que en medio del arresto y deportación de los judíos de Roma por los nazis en octubre de 1943, se le encargó una delicada misión de contacto con el embajador alemán ante el Vaticano, Ernst von Weizsäcker (ver John Morley.- Vatican diplomacy and the Jews during the Holocaust 1939-1943; Ktav Publishing House, New York, 1980; pp. 181 y 316).
Hudal fue clave en la huida desde Italia a Sudamérica de muchos de los peores criminales de guerra nazis alemanes y austriacos generando “rutas de escape” (que se han popularizado con el nombre en inglés de ratlines, y de allí quedaron en castellano como “línea de ratas”): Adolf Eichmann, jefe operativo del sistema de exterminio de judíos en Europa; Franz Stangl, comandante de los campos de exterminio de Sobibor y Treblinka; Gustav Wagner, lugarteniente del anterior en ambos campos; Walter Rauff, creador de los camiones móviles de la muerte, donde se calcula que se gasearon cerca de cien mil judíos; Kurt Christmann, quien dirigió ejecuciones masivas de judíos en la Unión Soviética; y el tristemente célebre “doctor de la muerte” Josef Mengele (ver Golhagen; p. 197; Michael Phayer.- The Catholic Church and the Holocaust 1930-1965; Indiana University Press, Bloomington, 2000; p. 166; y Gerald Posner.- God’s Bankers. A History of Money and Power at the Vatican; Simon & Schuster, New York, 2015; pp. 146-7). En sus labores Hudal fue ayudado especialmente por el sacerdote palotino Anton Weber. Así, por ejemplo, “él procesó los papeles
para Adolf Eichmann”; y “mientras Weber preparaba los papeles, Eichmann fue protegido en un monasterio bajo la jurisdicción del arzobispo de Génova, Giuseppe Siri” (Posner; pp. 147-8).
Y Hudal reconoció tiempo después su rol crucial en dicha operación que duró varios años: “Después de 1945, todo mi trabajo caritativo se dedicó principalmente a antiguos integrantes del nacionalsocialismo y del fascismo, sobre todo a los denominados ‘criminales de guerra’ (…) a los que se estaba persiguiendo”, y que según él “frecuentemente carecían por completo de culpabilidad personal”. Y alardeaba de que, “mediante documentación personal falsa, rescaté a no pocos de ellos, para que pudieran escapar de sus torturadores y alcanzar tierras más afortunadas” (Goldhagen; p. 197).
Por otro lado, en forma interconectada, el Vaticano le encargó al sacerdote croata Krunoslav Draganovic (a petición del subsecretario de Estado, Juan Bautista Montini, futuro Pablo VI) encargarse de los miles de refugiados que llegaban de Croacia, como “Visitador Apostólico para la Asistencia Pontificia a los Croatas”.
Draganovic nació en Bosnia, bajo el imperio austro-húngaro en 1903. Fue ordenado sacerdote en 1928. Estudió en Roma en el Pontificio Instituto Oriental y en la Universidad Gregoriana entre 1932 y 1935. En 1937 publicó su tesis doctoral: Conversiones masivas de católicos a la ortodoxia en el área de habla croata durante el dominio turco; tesis utilizada por los ustachas para justificar su política de conversiones forzadas de los ortodoxos (ver Wikipedia y Posner; p. 140).
En 1935 regresó a Croacia (entonces parte de Yugoslavia) donde fue secretario del obispo de Sarajevo, Iván Saric, quien fue el obispo que más apoyó al régimen ustacha. Apodado, además, el “verdugo de los serbios” dijo también en una oportunidad que la eliminación de los judíos significaba una “renovación de la dignidad humana” (Posner; p. 89). Cuando se estableció el gobierno ustacha en Croacia, bajo los auspicios de Hitler, Draganovic fue uno de los dirigentes de la Comisión del gobierno para la conversión forzada de los serbios (ver ibid.; p. 140). Luego, a instancias del arzobispo de Zagreb, Aloysius Stepinac, Draganovic fue designado en 1943 secretario del Pontificio Colegio Croata de San Jerónimo, complejo de iglesia e instituto superior para los croatas en Roma, cargo que sería clave para sus funciones posteriores.
Además, otro de los contactos designado por el Vaticano después de la guerra para San Jerónimo fue el sacerdote croata Ante Golik: “El trabajo de Golik fue ocuparse de los antiguos fascistas ustachas y proporcionarles papeles de identidad falsos y otros documentos, como también visas o pasaportes también en gran parte espurios, para su emigración a Sudamérica” (Phayer; p. 170).
A tal punto trabajaba en equipo Draganovic con el subsecretario de Estado Montini, que cuando este último supo que el agente de inteligencia estadounidense William Gowen estaba buscando a ¡Ante Pavelic! en Roma y averiguando sus propios nexos con Draganovic, “Montini se quejó a (James Jesus) Angleton (jefe del servicio de inteligencia estadounidense en Roma) (…) El resultado fue una orden (…) por el que al equipo de Gowen se le dijo ‘fuera’ cuando se tratase de Pavelic y de los sacerdotes croatas” (Posner; p. 140).
En definitiva, Pavelic se quedó en Roma dos años evadiendo la frenética búsqueda de su paradero por los Aliados. Se movió “entre varias propiedades vaticanas para evitar su detección” (Ibid.; p. 145).
Finalmente, el Vaticano lo envió a Argentina a través de las rutas de escape a Argentina. “Un grupo de frailes franciscanos lo recibieron a su arribo al puerto de Buenos Aires” (Ibid; p. 146).
En sus labores, Draganovic fue ayudado también por “el cardenal Angelo dell’ Acqua en la Secretaría de Estado; por el cardenal Pietro Fumasoni-Biondi, que dirigía el servicio de inteligencia del Vaticano como Prefecto de la Congregación para la Propagación de la Fe; y del poderoso arzobispo de Génova Giuseppe Siri, un ávido anticomunista que consideraba a los ustachas confiables aliados en la lucha contra el bolchevismo” (ibid.; p. 148).
Por otro lado, gran cantidad del oro croata llevado por los fugitivos ustachas a Roma, de acuerdo con William Gowen –que entrevistó sobre ello a Draganovic y a una docena de altos oficiales ustachas-, terminó en las finanzas vaticanas: “El IOR (Banco Vaticano) había aceptado el oro croata dado que la Iglesia lo clasificó convenientemente como ‘contribución de una organización religiosa’ y luego ocultó su existencia ‘convirtiéndolo sin crear un registro’” (Ibid.; p. 140).
Además, cuando empezó la guerra fría, los servicios de inteligencia estadounidense y británico le entregaron a la red Hudal-Draganovic criminales de guerra para que se fugaran, luego de sacarles
información. Fue el caso concreto de Klaus Barbie, denominado el “carnicero de Lyon” por sus espantosos records en la represión nazi en la Francia ocupada (ver ibid; p. 151). Asimismo, ambos servicios de inteligencia “se comprometieron a proteger al Vaticano en el caso de que cualquier otra entidad de algún gobierno aliado iniciara una investigación. La OSS (antecesora de la CIA), por ejemplo, se aseguró de que cualquier informe que llegase al Departamento de Estado se archivase. Y mantuvo a los diplomáticos desinformados de las solicitudes de Alois Hudal a Juan Perón (presidente de Argentina) en 1948, de cinco mil visas para soldados alemanes ‘antibolcheviques’”. También, “la CIA pagó los costos de hacer funcionar las rutas de escape de Draganovic durante 1951” (Ibid.).
Notablemente, Alois Hudal permaneció como rector del Colegio Alemán de Roma hasta 1952; y “sólo días después de la muerte de Pío XII (octubre de 1958), el Vaticano le ordenó a Krunoslav Draganovic dejar San Jerónimo” (Phayer; p. 173).