Por cierto, después de la total derrota de la Alemania nazi, el antisemitismo vaticano se despojó de sus aristas más radicales. Así, luego de 1942 desapareció en L’Osservatore Romano y en La Civilta Cattolica toda referencia al “asesinato ritual” achacado a los judíos respecto de niños cristianos para el uso de su sangre en la confección de sus panes sagrados. Sin embargo, aquello no significó el fin de la veneración a varios niños declarados beatos por el Vaticano por su “martirio” efectuado por los judíos. Incluso –como veremos más adelante- el hecho de que el Concilio Vaticano II los haya silenciosamente descartado del santoral no ha impedido que ¡hasta hoy algunos de ellos siguen siendo venerados por la Iglesia y los católicos de la localidad!
Por otro lado, después de 1945 el Vaticano dejó totalmente de auspiciar leyes discriminatorias contra los judíos como lo había hecho desde hace siglos e incluso como había tratado de seguir haciéndolo en 1943, durante el breve gobierno del mariscal Badoglio luego del fugaz derrocamiento de Mussolini. Asimismo, la Compañía de Jesús terminó con la abierta discriminación racial establecida en 1593 contra católicos de origen “hebreo o sarraceno”. Esta regulación restrictiva en el caso de los judíos fue mantenida por siglos y “fue una fuente de escándalos hasta que fue enteramente abolida en 1946” (John W. Padberg, Martin D. O’Keefe y John L. McCarthy.- For Matters of Greater Moment. The First Thirty Jesuit General Congregations; The Institute of Jesuit Sources, Saint Louis, 1994; p. 12).
Sin embargo, el Vaticano mantuvo su doctrina de que los judíos religiosos se condenaban y que, por lo tanto, en el caso que por cualquier razón un niño judío recibía el bautismo no debía, por ningún motivo, ser devuelto a su familia. Y como hemos visto, cuando el Vaticano tuvo poder temporal hasta 1870, en los Estados Pontificios la Inquisición impedía aquello por la fuerza. El punto fue que durante la ocupación alemana en la guerra muchas familias católicas acogieron a niños judíos que no podían huir con sus padres.
Y en muchísimos casos –para asegurar su sobrevivencia- recurrían a bautizarlos.
Por tanto fue natural que –luego del fin de la guerra- organizaciones judías recurrieran al Vaticano para promover y apurar la devolución de los niños a sus familias. Sin embargo, no hubo ninguna iniciativa vaticana para tales efectos. Por el contrario, de acuerdo a una investigación histórica de Etienne Fouilloux, Pío XII instruyó el 20 de octubre de 1946 a su nuncio en Francia, ¡Angelo Roncalli! que “los niños bautizados no pueden ser entregados a instituciones que no garanticen una educación cristiana”, y que, por lo tanto, los padres judíos que habían sobrevivido a la persecución nazi solo podían recibir sus hijos “si estos no habían sido bautizados” (El Mercurio; 29-12-2004). Ni que decir tiene que el futuro Papa no cumplió con esa cruel instrucción papal.
Es más, de acuerdo a James Carroll, Roncalli había falsificado certificados de bautismo para salvar a los 24.000 judíos orientales durante la guerra (ver Constantine’s Sword. The Church and the Jews; A Mariner Book, New York, 2002; pp. 37 y 550). Esto fue negado por Peter Hebblethwaite quien señala que es un mito, porque de lo que se habría tratado era de dar certificados de inmigración “expedidos por la Agencia Palestina Judía” (Pope John XXIII. Shepherd of the Modern World; Doubleday, New York, 1985; p. 195). Poco importa que fue en realidad (o si se hizo ambas cosas), porque no hay duda de que si hubiese sido necesario para salvar vidas humanas lo habría hecho, puesto que para Roncalli era más importante el amor que la fe y la ley; salvar miles de vidas falsificando documentos oficiales, que dejar que pereciesen por cumplir con la letra de la ley…
Igual o más celoso de la devolución de los niños judíos fue incluso un sacerdote polaco de 26 años que recibió de una familia católica un joven judío –al que habían salvado ocultándolo- para ser bautizado, luego de saber que los alemanes finalmente habían matado a sus padres. El sacerdote se rehusó, señalando “que el niño debía crecer como judío en la tradición de sus padres” (Gerald Posner.- God’s Bankers. A History of Money and Power at the Vatican; Simon & Schuster, New York, 2015; p. 278). Su nombre: Karol Wojtyla…
En todo caso, la actitud de muchos sectores de Iglesia fue también reacia a la devolución de niños judíos bautizados a sus familias. Sin duda el caso más ilustrativo fue el de los niños Robert y Gerard Finaly, nacidos en 1941 y 1942; del matrimonio de judíos austriacos huidos a Francia: Fritz Finaly y Anni Schwartz. Ellos perecieron en Auschwitz, pero lograron que sus hijos quedaran a cargo de las hermanas de la Congregación de Nuestra Señora de Sión, quienes los bautizaron y los dejaron con una tutora. Sin embargo, dos tías de ellos tuvieron que dar una larga batalla judicial para recuperarlos. E incluso cuando se aproximaba el favorable desenlace final ¡en 1953! (ya el 8 de enero el Tribunal de Apelación de Grenoble había fallado en favor de la familia), la Congregación -en conjunto con redes eclesiásticas- virtualmente los secuestraron llevándoselos a España. Todo ello desató grandes polémicas en que los medios católicos franceses defendieron en general la actitud de las monjas, la que estaba en consonancia con las posiciones vaticanas… Afortunadamente, dos personalidades católicas que se habían distinguido en la defensa de los judíos durante la guerra –el cardenal arzobispo de Lyon, Pierre Gerlier; y la dirigente católica Germaine Ribiere- fueron claves para liberarlos, encontrándolos ella “en el fondo de un convento español” el 25 de junio, en circunstancias que el fallo final favorable del Tribunal de Casación francés había sido dos días antes. Ribiere los trajo felizmente de vuelta a Francia, yéndose ambos con una tía a Israel (ver Andre Kaspi.- El caso de los niños Finaly; L’Histoire, Marzo de 1985).
El antisemitismo vaticano fue también explícitamente confirmado en 1950, como reacción contraria al esfuerzo que comenzó a desarrollar la dirigente católica alemana Gertrud Luckner –que, como hemos visto, también había desarrollado acciones heroicas durante la guerra en defensa de los judíos y de todos los perseguidos- de generar un grupo de católicos que lucharan por lograr buenas relaciones con el judaísmo, abandonando el atávico antisemitismo. Así Luckner creó un grupo en ese sentido, en el que también sobresalieron Karl Thieme, Franz Böhm y Hans Lukaschek y que en 1949 sacaron la revista Freiburger Rundbrief; la que fue atrayendo, a su vez, el diálogo con connotadas personalidades judías como Jules Isaac, Martin Buber, el rabino Leo Baeck, Ernest Ludwig Ehrlich y Alfred Wiener.
El Vaticano reaccionó en 1950 con un monitum (advertencia) a la Iglesia alemana cuestionando que el diálogo cristiano-judío llevaba al indiferentismo religioso al considerar implícitamente que todas las religiones eran igualmente buenas. La advertencia se entendió claramente que surgía respecto del grupo de Luckner, el único existente a esa fecha en el país con esa orientación (ver Michael Phayer.- The Catholic Church and the Holocaust 1930-1965; Indiana University Press, Bloomington, 2000; p. 189). Y en 1952, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal alemana, el cardenal Josef Frings, “envió una circular a los obispos alemanes recordando el monitum y advirtiendo de nuevo respecto del indiferentismo religioso, renovando de este modo las dudas y desconfianzas que habían caído sobre el grupo de Friburgo” (Ibid.).
Además, es importante tener en cuenta que en 1949 el destacado intelectual francés-judío, Jules Isaac, había accedido a una audiencia con Pío XII para interceder por el término de las concepciones antisemitas de la Iglesia. Isaac había publicado en 1948 el libro Jesús e Israel donde desarrollaba a fondo este tema. Y le explicó a Pío que “su objetivo era limpiar las enseñanzas cristianas de las falsedades acerca de los judíos. Y continuó diciéndole que había estado trabajando con católicos bien intencionados, y que juntos habían formulado y acordado las Tesis de Seelisberg (referidas a una conferencia efectuada en dicha localidad suiza en 1947). De acuerdo a Isaac, el Papa Pío lo escuchó muy atenta y simpáticamente y le prometió que iba a examinar las tesis. De hecho, las tesis despertaron las sospechas del Papa” (Ibid.; pp. 204-5). Efectivamente, en la formulación de dichas tesis habían participado Jacques Maritain y Gertrud Luckner con su grupo…
Y varias de esas tesis contradecían claramente las concepciones atávicas de la jerarquía romana respecto del judaísmo; ya que “afirmaban que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento estaban inspirados por el único y mismo Dios; que Jesús era judío (de religión); que los discípulos, apóstoles y primeros mártires eran judíos; y que el mandamiento ‘amar a Dios y al prójimo’ se encontraba en ambos testamentos. Y negaban que la religión judía terminaba con el cristianismo; que la palabra ´judío’ significaba ‘enemigo de Cristo’; que la culpa por la muerte de Cristo debería atribuirse a todos los judíos; que Jesús al morir en la cruz maldijo a quienes lo crucificaron; que el pueblo judío está maldito; y que los primeros miembros de la Iglesia no fueron judíos” (Ibid.; p. 206).
Y confirmando hasta el extremo su antisemitismo, de acuerdo a Jean Lacouture, Pío XII ¡le prohibió al jesuita Pierre Chaillet ir en 1956 a Nueva York –junto a otros europeos- a recibir un homenaje de la organización judía B’nai Brith por haber arriesgado su vida por salvar a judíos perseguidos! (ver Jean Lacouture.- Jesuitas, II. Los Continuadores; Paidos, Barcelona, 1994; p. 507).