Muy a menudo, la palabra no violencia evoca la imagen de personas buenas que no le hacen daño a los demás y que, en general, prefieren evitar los conflictos. Se asocia la no violencia a una forma de pasividad, a no ser violento, o incluso a renunciar a hacer valer los propios derechos y razones.
Ello está muy lejos de la filosofía y la práctica de la no violencia.
En efecto, la lucha no violenta permitió a la India liberarse del sangriento colonialismo británico, a los negros de América el reconocimiento de los derechos humanos fundamentales, a los daneses oponerse al nazismo y, más recientemente, a la República Checa impedir la instalación de una base militar que Estados Unidos quería imponer contra la voluntad de la mayoría de la población.
El hecho de que no dispongamos de información adecuada sobre estos movimientos demuestra que al sistema social en el que vivimos no le interesa que se sepan ciertas cosas; el descubrimiento de que las personas organizadas pueden hacer valer sus derechos es algo revolucionario.
Tomemos un ejemplo sencillo e hipotético que puede dar una idea de lo que estamos hablando. Una cadena de televisión, cercana a los intereses de las industrias bélicas, hace propaganda de la guerra a través de sus emisiones. La mayoría de la gente, confiada, asiste pasivamente a esta monstruosidad. Afortunadamente, algunas organizaciones protestan, envían cartas y organizan manifestaciones. Actividades excelentes y justas, que desgraciadamente no consiguen los objetivos deseados. Entonces un grupo decide romper las ventanas de las oficinas de la empresa de televisión y amenazar a la dirección con violencia. A primera vista, parece una acción fuerte y decidida de quienes no se han rendido y quieren continuar la lucha. Pero en realidad muestra la gran frustración e impotencia que uno experimenta cuando se enfrenta a un enemigo mayor. De hecho, aparte de descargar la propia ira, no se consigue nada, salvo el agravamiento del conflicto, la consiguiente represión y el alejamiento de la lucha de quienes no comparten las opciones violentas y compulsivas.
Una verdadera opción no violenta podría ser dejar de ver las emisiones de esa estación, un simple apagón del televisor, una no colaboración con esa emisora. Bastaría con que un porcentaje de los que normalmente ven esos programas tomaran esa decisión para asestar un duro golpe a esa empresa, que se vería obligada a revisar sus opciones y su política. Así pues, la no violencia no es poner la otra mejilla, ni es rebelión violenta, sino la fuerza que surge de la unión de la gente.
Queda claro entonces que la verdadera cuestión es cómo crear esta unión y cómo crear una convergencia entre las organizaciones que luchan por la justicia y los derechos humanos. El dicho de «la unión hace la fuerza» encierra una gran verdad. Si la mayoría de las personas afectadas por los malos tratos se organizan en la misma lucha, se convierte en una gran fuerza. Por lo tanto, un gran trabajo consiste en el diálogo y la comunicación directa con quienes pueden contrarrestar la desinformación. De hecho, la desinformación oportuna, transmitida por los grandes medios de comunicación, sirve precisamente para dividir a la gente y crear facciones, señalando falsos enemigos a los que echar toda la culpa, e impidiendo así que se identifique a los verdaderos autores del desastre y la violencia. “Divide y vencerás» ilustra bien este concepto.
La unidad y la cohesión del pueblo son esenciales para la no violencia. Sin este elemento, la no violencia sigue siendo sólo una bonita palabra y, en el mejor de los casos, una profunda opción individual. Un día, la gente comprenderá que el verdadero poder está en sus manos cuando, unida, con solidaridad y conciencia, luche por sus derechos. Y cualquier actividad en este sentido tiene un gran significado, aunque no consiga ningún resultado concreto en lo inmediato, porque es una ampliación de la conciencia para el futuro.
La noviolencia requiere confianza en uno mismo y en los demás para oponerse a ese escepticismo que resulta funcional al sistema, que nos hace decir frases como: es inútil, no se puede hacer, nadie participará, para qué sirve… Para M. L. King, no oponerse a la injusticia y al abuso y permanecer pasivo y resignado son formas de colaboración y complicidad con los violentos. Para enfatizar esta no pasividad, Silo llama a la estrategia del Nuevo Humanismo «No Violencia Activa».
La no violencia es revolucionaria, requiere fuerza interior, convicción, capacidad de retroceder y avanzar en el momento oportuno, reflexión, diálogo… Se basa en la inquebrantable certeza interna de la validez de la causa por la que se lucha y en la confianza de que tarde o temprano se alcanzarán los objetivos propuestos. Por ello se está muy lejos de rendirse ante los primeros fracasos, de la pasividad y la resignación, y muy lejos de la acción violenta que no tiene perspectivas de futuro. Si queremos una sociedad verdaderamente diferente, no podemos utilizar los mismos valores y metodología que el sistema contra el que luchamos. Al contrario, la acción en sí misma debe contener ya los gérmenes de ese mundo nuevo al que aspiramos. Por eso la noviolencia es revolucionaria, aspira a cambiar no sólo situaciones concretas sino también esa mentalidad violenta y esos valores que subyacen a las injusticias de nuestra sociedad. «Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo», decía Gandhi.
La no violencia se caracteriza por el rechazo de toda forma de violencia y se basa en el principio de «Trata a los demás como quieres que te traten».
Hoy, en un mundo en el que los poderosos han desatado la guerra y los gobiernos no hacen nada para detenerla, en el que los especuladores se enriquecen a costa de la piel del pueblo, en el que las únicas inversiones se hacen en armamento, en el que incluso productos de primera necesidad como el gas y la electricidad son propiedad de unos pocos, la lucha no violenta no sólo está justificada, tanto moralmente como metodología de acción, sino que es la única salida.
Hoy en día, todas las encuestas muestran que en Europa y en todo el mundo, la gran mayoría de la población condena la agresión contra Ucrania, pero quiere detener la guerra a través de la diplomacia, no mediante el envío de armas. Es hora de que esta mayoría haga oír su voz no sólo en las encuestas.
Es urgente crear un gran movimiento no violento que una a jóvenes y también los mayores, científicos y artistas, militares y pacifistas, mujeres y hombres, trabajadores y empresarios, porque a todos nos afecta esta crisis.