Actualmente en esta fecha se celebra, desde 1993, el Día Mundial del agua, pero veinticinco años antes los sucesos iniciados ese día en la Universidad de Nanterre, a las afueras de París, fueron como agua limpia y fresca para unos tiempos convulsos cuyas simientes culturales y sociales necesitaban ser regadas para florecer.
por Iñaki Chaves
En el contexto del mayo francés de aquel año, el movimiento 22 de marzo fue una de las semillas más fructíferas de las acciones y los hechos de aquel tiempo de ilusión en el que se quiso “expandir el campo de lo posible” (Sartre). Aspiraban a ser el cambio que querían en el mundo.
Un mundo en el que: algunas grandes potencias coloniales mantenían su control sobre los territorios invadidos; continuaba la ´interminable` guerra de Vietnam que estaba provocando reacciones contrarias incluso en los EE. UU.; el ´socialismo con rostro humano` quedaba aplastado por los tanques; la plaza de las tres culturas en México DF asistía a la incultura de la violencia contra las personas que allí se manifestaban, y las purgas internas hacían dudar de la ´revolución cultural` china.
En España habían pasado veinte años de aquel “Viva la Universidad libre”, icónica pintada en la Complutense de Madrid que movilizó algunas conciencias, y la represión franquista seguía manteniendo el statu quo del “atado y bien atado”. Entretenidas (os) con los chiripitifláuticos o con el triunfo del “la, la, la”, lo poco destacable contrario al régimen era opacado por la fuerza desmedida de la policía y por un mayoritario silencio mediático, diario Madrid mediante.
En Francia, nuestros vecinos despertaban contra las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales impuestas por otro militar autoritario y daban a luz uno de los movimientos más simbólicos de la historia. El conocido como “Mayo del 68” tuvo su precedente dos meses antes con el nacimiento del movimiento 22 de marzo en la Universidad de Nanterre tras algunos sucesos, el llamado ´de la piscina` entre otros, que conllevaron represiones y recorte de derechos entre la población estudiantil.
En el primer trimestre de 1968 la situación de las y los universitarios franceses, sobre todo los procedentes de las clases media y baja, era complicada. “Podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que el estudiante en Francia es, después del policía y el cura, el ser más universalmente despreciado”, afirmaba entonces el filósofo situacionista belga Raoul Vaneigem. Sentían que su formación era decepcionante y que no adquirían los conocimientos que esperaban para crecer como personas y labrarse un futuro en condiciones de equidad en una sociedad más igualitaria.
Ese día, los miembros militantes del grupo “se apoderaban de la emisora central de la facultad, pintaban consignas en las paredes interiores, organizaban varios mítines durante el día y terminaban ocupando en la noche la gran sala del consejo de facultad. Y allí, 142 de los 150 participantes votaban un día de acción para el viernes 29, que consistiría en reemplazar los cursos por debates sobre: luchas antimperialistas, luchas estudiantiles, luchas obreras, luchas estudiantiles en las democracias populares, universidad y universidad crítica” (Weber y Bensaid, 1969).
En línea con aquel “Es necesario sacudir las instituciones con regularidad para permitirles evolucionar”, propuesta del análisis institucional englobada dentro de la corriente de la sociología crítica planteada en la Universidad de Nanterre por los profesores René Lourau, teórico y fundador de la corriente, y Georges Lapassade, ideólogo de la movilización del 22 de marzo.
Cartel del mayo francés del 68 elaborado por los talleres populares
(fuente: Las calles son nuestras. La revuelta gráfica, 1968-2018. HAO, Rotativo de letras. Bogotá, 2018)
Pese a que el mayo francés supuso avances y conquistas sociales, el poder de todos los lados del arco ideológico cerró, según Jean-François y Sara Maréchal, gran parte de las posibilidades que abrió el movimiento. Aún así, sacudió los cimientos de las instituciones dominantes, rompió cadenas y permitió acciones y creaciones que estaban coartadas por las presiones políticas “Créer c´est vivre deux foix” (Camus).
Un movimiento popular de estudiantes con el respaldo firme de obreros fabriles que quedó plasmado, además de en las manifestaciones callejeras, en uno de los primeros carteles que pintaron de demandas e ilusiones las paredes de entonces: “Fábricas – Universidades – Unión”.
El mayo francés del 68 fue una declaración de guerra, sí “una guerra de palabras e imágenes, de gestos y prácticas, […], de ansias de libertad y justicia […] que se oponía a todas las formas de autoridad: la de los padres sobre los hijos, la de los hombres sobre las mujeres, la del primer mundo sobre el segundo y tercer mundo, la de la burguesía sobre la clase obrera, la de la ´alta` cultura sobre las formas de expresión popular, la de la iglesia sobre la moral, la del Estado sobre los ciudadanos, la de la universidad sobre los saberes, la de la familia sobre las elecciones personales” (Judith Revel, filósofa Universidad de París Nanterre).
Tal vez, después de estos largos meses de incertidumbre provocada por la pandemia, haya que volver a retomar las calles, a buscar la arena de playa bajo los adoquines, a enfrentar la realidad y a defender la verdad y la paz a golpe de creatividad. Como proponen los autores de Las calles son nuestras. La revuelta gráfica (1968-2018) será necesario “encender la imaginación y apagar la televisión”, porque
“La mentira está en los medios,
la verdad se pasea por la calle.
Vamos todos a caminar por el asfalto.
Saquemos la indignación del closet de la red.
Y hagamos doble clic en la calle.
No todo lo que pasa sale en la televisión
Ni todo lo que sale en la televisión pasa…”