En nuestra posguerra, la censura impuesta por al bando vencedor de la contienda, fue tremenda, terrible, puesto que, lo político-social-militar aliado con la Iglesia (católica y catódica) se ejercía en todo rincón del país y sobre toda sociedad civil, y sobre toda vivencia y experiencia, con el único y exclusivo fin de tener vigilado a todo y a todos en un régimen con la máxima ausencia de libertad posible… Hago un llamamiento a generaciones jóvenes para que traten de imaginarse ese estado de cosas, aunque sea ligeramente – tampoco quiero que se quiebren en el esfuerzo –, es tan solo por que valoren lo que tienen.
En aquella época, años sesenta, semana arriba semana abajo, un servidor trabajaba en la imprenta de mi padre, entonces tipografía pura y dura, y pare usted de contar, pero un espacio supervigilado por aquello de lo que allí se pudiera imprimir. Entonces existía la por sobradamente conocida Ley de Prensa e Imprenta, impuesta por Franco y regida con puño de hierro por aquel Fraga Iribarne, ministro de interior de la dictadura fascista, y luego reciclado en políticaperturista de los primeros gobiernos demócratas. Un hombre reversible y muy aprovechable, como la Historia habrá tomado buena nota…
Esa Ley obligaba, bajo pena sumaria, a pasar por Censura siete ejemplares de todo impreso que se elaboraba en esos talleres de imprenta, en oficinas delegadas por los gobiernos civiles en los Ayuntamientos: un ejemplar quedaba a custodiar por la oficina municipal designada, otro para la industria declarante de la impresión, y cinco que se enviaban al Depósito Legal de la capital de la provincia (entonces éramos provincias)… A excepción de las tarjetas de visita y los trabajos de remendería, todo el resto, absolutamente todo, había que pasar por el control de Censura establecido. Los trabajos de ediciones se sometían a una Censura previa, esto es: había que presentarlos antes de imprimirlos (a esto se le llama rizar el rizo). Luego, una vez recibido el “plácet”, pasaba la segunda Censura, que comprobaba que los contenidos se ajustaban a lo declarado.
Solo figúrenselo ustedes… en su primera época, hasta los recordatorios de comunión y de esquelas mortuorias había que pasarlos por censura. Yo era el encargado de recoger todo en una voluminosa carpeta, llevarla al Ayuntamiento cada sábado – entonces se trabajaba también en sábado -, y Paco García Villalba, como delegado gubernamental a tal efecto, y un servidor de las monjas, firmábamos ambos aquel ingente papeleo, tras sellar todos los ejemplares y cumplimentar todos los datos exigidos en todos y cada uno de los modelos. Toda una mañana se nos iba en esa labor.
Una sola vez en todos aquellos largos años de plomo y opacidad, se nos abrió un expediente severo por incumplimiento de la normativa establecida: habíamos impreso unos precintos para el corcho de garrafas de vino con la marca del envasador, de 3 o 4 cms. de diámetro… Nuestro pliego de descargo se basó en algo simplísimo, y es que el sello, de 8×12 cms. no cabía en el precinto. Algo tan obvio y elemental no motivó la anulación de la denuncia, si no la “suspensión” de la misma. Debíamos de haberlo presentado a pesar de no ser cumplimentado. De locos… pero eso les da una idea de la cerrilidad de los procedimientos de aquella brutalidad de censura.
Bueno, les cuento este curioso rollo porque, el otro día, me vi una vieja película alemana, Viento de Libertad, sobre las prácticas de la Stassi, la policía política del régimen comunista de la extinta RDA, donde se demuestra que sus etiquetas de socialista y democrática igual las emplean gobiernos absolutistas de los entonces estados del otro lado del llamado “Telón de Acero”… Incluso aquella URSS (Unión de Repúblicas Rusas Socialistas Soviéticas) de estricto régimen comunistísimo. Así, sin ningún empacho.
Lo que quiero decir con esto es que aquella dictadura fascista copipegó los métodos de aquel sistema comunista en cuanto a censura y represión. Que el estalinismo y el franquismo eran lo mismo, con iguales sistemas de persecución de libertades, e idénticas prácticas… Allí se perseguía a los que visitaban iglesias, y aquí a los que no iban a la iglesia. Allá se encarcelaban a los creyentes, y acá a los ateos. Allí se fusilaba a los de derechas, y aquí a los de izquierdas. Pero, en el fondo, todo es lo mismo, todo es igual, tan solo cambian las etiquetas, no las formas, ni siquiera las maneras…
Al fin y al cabo son dos absolutismos gemelos, que, en la época actual, hasta se confunden persiguiendo los mismos fines. El votante de la derecha extrema y el votante de la izquierda extrema son la misma clase de votantes; ambos votan el populismo más ultra y utilizan los mismos medios represivos, de envenenada confusión, y de propaganda: Neocensura a ultranza y persecución de toda idea opuesta a las suyas.
Hoy ese ultrapopulismo ha renacido en todos los países de Europa y en muchos del mundo. Lo de menos son sus discursos y el color de sus banderas, pues lo que buscan es lo mismo y con las mismas armas y procedimientos… Y el repunte se está produciendo por los votos de los propios ciudadanos, incultos e ignorantes, que se creen a sí mismos demócratas. Luego, esa ciudadanía querrán huir de las jaulas que está forjando ella misma. Lo malo, es que entonces pagaremos todos.