Por Hugo Behm Rosas*

FRATERNIDAD EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACION DE LA DICTADURA

Del prólogo de Miguel Lawner:

Este es un canto de fraternidad por encima del odio.

No abundan los libros escritos sobre las experiencias que sufrieron decenas de miles de chilenos, confinados por la dictadura militar en centros clandestinos de prisión, tortura y/o desaparición.

La mayoría describe, con mayor o menor detalle, los crueles tormentos a los que fueron sometidos.

El libro del doctor Hugo Behm es algo diferente. Pone énfasis en el sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que ayudan a superar las adversidades a que están expuestos. El autor destaca los lazos de compañerismo, que según afirma, no alcanza ningún momento fuera de la prisión.


LA FUGA III

La reacción fue inmediata: nos enviaron de vuelta a todos a nuestra celda y los compañeros de la celda de Pedro y yo mismo – en vista de la información que había dado de
que éste estaba en el hospital – fuimos llamados a declarar en el acto. Encontré a los compañeros de Pedro contra la pared y con una cara de miedo bastante grande, porque
habían sido amenazados con ser torturados si no hablaban rápidamente. Además, se les advirtió que a partir de ese momento quedaban incomunicados. A mí me llevaron ante el Comandante de la Base, que estaba extraordinariamente indignado y violento. Me preguntó de todo lo que yo podría saber al respecto; le expliqué en forma apropiada lo que aquí he relatado, y no mencioné para nada la petición de dinero que Pedro me había hecho. El Comandante estaba indignado no sólo porque de ese modo se había probado que era vulnerable la seguridad del Campo de Concentración, sino porque la fuga constituía un fracaso personal de ellos y de su eficiencia, ya que se jactaban que nunca se les había
escapado ningún prisionero. Dijo que Pedro iba a ser encontrado sin duda alguna, traído ante nosotros para que lo viéramos y que, desde luego, todos íbamos a ser castigados.

Le argumenté que por qué nos castigaban y me respondió que los reglamentos eran así y que todos los prisioneros tenían que ser castigados. Nos dejaron todo ese día parados al sol; nos quitaron la visita y en fin tuvimos una serie de restricciones bastante serias.

En definitiva eso fue lo de menos. Lo importante en cambio fue la reacción unánime del Campo de Concentración: todos estábamos orgullosos de la hazaña de Pedro.

Orgullosos porque era uno de nosotros que había logrado huir y liberarse. Orgullosos porque la acción de Pedro había destruido el mito de la omnipotencia militar. En verdad estos militares -que despectivamente llamábamos “milicos”- que se sentían el centro del mundo se hallaban impotentes ante ese fracaso, a pesar de sus ametralladoras, sus otras armas, sus alambradas de púas, sus continuas listas de control y demás innúmerables precauciones que se tomaban para mantenernos en “segura” prisión. Orgullosos porque la hazaña de Pedro fue ejemplo de valentía y decisión, expresión del espíritu de rebeldía y de las ansias de libertad de todos los prisioneros, reafirmación de nuestras convicciones.

Las noticias que llegaron pocas semanas después fueron muy satisfactorias; Pedro se había exiliado y había logrado llegar con su compañera a un país de Europa.

Pocos días después de la fuga vino el alto comando de la represión, dirigido por el Coronel Espinoza, que estaba a cargo del Servicio Nacional de Detenidos (SENDET),
inspeccionaron todas las defensas y… ¡los cretinos cambiaron la ametralladora que teníamos al frente por una ametralladora más grande!

Nunca nadie supo exactamente cómo logró realizar su hazaña este compañero. La opinión predominante era que aprovechó el desconcierto que se producía en el cambio de
guardia; salió del Campo en la noche, corrió todos los riesgos (ser sorprendido o atacado por los perros), obtuvo la complicidad de algún soldado que le facilitó la salida, caminó de noche hasta un punto preestablecido donde, después del toque de queda, pudo ser recogido.

Sin duda esa fuga del Campo de Concentración más severamente resguardado en todo Chile, fue singular por lo bien ideada y preparada, espectacular por su realización y éxito y de aleccionadores significados.

 

ESPORA EDICIONES, Santiago de Chile 2019
*Hugo Behm · Después de obtener su título de médico cirujano en 1936, a partir de 1953, se dedica a la bioestadística, formándose en la Escuela de Salubridad de Chile y en la Johns Hopkins University, profundizando sus estudios en la Columbia University, en Nueva York. Colaboró en temas de salud pública con Salvador Allende, desde los años en que el futuro Presidente era senador de la República. En 1974 es hecho prisionero por el régimen militar. En septiembre de 1975 es trasladado desde el campo de concentración de Ritoque y expulsado del país, gracias a las gestiones realizadas por la Asociación Americana de Salud Pública (APHA) en pro de la liberación de seis trabajadores de la salud detenidos y encarcelados.