Por Hugo Behm Rosas*
FRATERNIDAD EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACION DE LA DICTADURA
Del prólogo de Miguel Lawner:
Este es un canto de fraternidad por encima del odio.
No abundan los libros escritos sobre las experiencias que sufrieron decenas de miles de chilenos, confinados por la dictadura militar en centros clandestinos de prisión, tortura y/o desaparición.
La mayoría describe, con mayor o menor detalle, los crueles tormentos a los que fueron sometidos.
El libro del doctor Hugo Behm es algo diferente. Pone énfasis en el sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que ayudan a superar las adversidades a que están expuestos. El autor destaca los lazos de compañerismo, que según afirma, no alcanza ningún momento fuera de la prisión.
LA FUGA II
Un día, mientras se realizaba el habitual partido de fútbol, me llamaron y encontré a Pedro tendido en la cancha, aparentemente inconsciente; lo examiné y lo hice llevar a su cabaña. Me quedé con él, estábamos solos y empezó a conversar y me di cuenta de que estaba exagerando sus síntomas. Después de un rato me contó que en realidad lo que él quería hacer era que lo llevaran a un hospital. No me dijo exactamente cuál era la razón de ello, pero intuí que quería intentar fugarse de algún modo. La fuga, dicho sea de paso, no estaba en la mente de un prisionero, fundamentalmente por su extraordinario riesgo y dificultades que parecían insuperables. Pues bien, Pedro prolongó esta lesión aparente y empezó a reportarse todas las mañanas como enfermo, con lo que no se presentaba a la formación de la mañana y se quedaba en su cabaña, donde incluso fue atendido por el servicio médico.
Ese día sábado en la visita pasamos un susto terrible con la compañera de Pedro. Había venido a verlo y dijo rápidamente a sus compañeras que la DINA la estaba buscando entre los prisioneros y aunque se trataba de unas trescientas personas, naturalmente que podía ser identificada, especialmente porque las compañeras que venían a visitarnos tenían que salir desde el campamento -rodeado por puestos de ametralladoras- a uno o dos kilómetros de distancia, para ser llevadas en bus hasta Quintero mismo, donde quedaban en libertad de volver. De tal modo que se buscó un subterfugio: ella no salió en el bus y se fue en el automóvil de otra persona, una o dos horas después, sin correr riesgos. Es evidente que este peligro corrido por su compañera decidió a Pedro a poner en práctica el plan de fuga que probablemente había elaborado mucho tiempo atrás.
El domingo estaba frente a mi cabaña y vino a decirme que el día siguiente lo llevaban al hospital; le di algunos consejos sobre lo que pudiera hacer y me pidió dinero, por si tuviera algún gasto. Después nos dimos cuenta que había hecho lo mismo con una serie de compañeros, con lo que había reunido el dinero que le podía ser necesario para coimear a alguna persona de la guardia o para otro propósito; la verdad que él planeó todo con gran sigilo y sin contárselo a nadie.
El lunes en la mañana era el día del cambio de guardia; entregaba Carabineros y recibía la Fuerza Aérea. En ese momento se procedía a un recuento e individualización de cada prisionero. Cuando se llegó a Pedro, la gente dijo: ¡enfermo! Lo normal en esos casos era que la guardia visitara las celdas e identificara a los prisioneros enfermos para completar su cuenta, pero por cualquier razón que fuere en ese momento no se hizo este cotejo; a mediodía vino alguien a decirme que Pedro no aparecía, y yo recordé entonces la conversación y le dije que parecía que lo habían llevado al hospital; además, efectivamente esa mañana yo había visto atravesar por el Campo al practicante que estaba a cargo nuestro, en dirección a la cabaña de Pedro, por lo que supuse que iban a buscarlo. Después del almuerzo, la situación era ya insostenible: los compañeros de celda se habían dado cuenta que Pedro no estaba, y naturalmente discutían entre ellos qué es lo que iban a hacer. Finalmente, a la una o dos de la tarde se presentó la guardia para comunicar que Pedro no estaba en su celda. Fuimos reunidos de inmediato en el patio en formación central; nos pasaron de nuevo lista, se comprobó otra vez que Pedro no estaba y yo entonces por mi cuenta dije: ¡está en el Hospital! Pero el brigadier replicó que no estaba en el Hospital. Ya habían controlado la lista de los que pudieran estar hospitalizados y la conclusión evidente era que Pedro se había fugado y con mucho éxito.
ESPORA EDICIONES, Santiago de Chile 2019
*Hugo Behm · Después de obtener su título de médico cirujano en 1936, a partir de 1953, se dedica a la bioestadística, formándose en la Escuela de Salubridad de Chile y en la Johns Hopkins University, profundizando sus estudios en la Columbia University, en Nueva York. Colaboró en temas de salud pública con Salvador Allende, desde los años en que el futuro Presidente era senador de la República. En 1974 es hecho prisionero por el régimen militar. En septiembre de 1975 es trasladado desde el campo de concentración de Ritoque y expulsado del país, gracias a las gestiones realizadas por la Asociación Americana de Salud Pública (APHA) en pro de la liberación de seis trabajadores de la salud detenidos y encarcelados.