Por Alberto Vázquez-Figueroa
Las primeras locomotoras a vapor avanzaban a una velocidad máxima de ocho kilómetros por hora; las actuales superan los trescientos.
Mucho ha mejorado el transporte por ferrocarril en poco menos de doscientos años pero por desgracia existe un punto en el que no lo ha hecho en idéntica proporción: la prevención de accidentes.
En los últimos tiempos se han producido varios accidentes con un doloroso y considerable número de víctimas a lo que hay que sumar un alto costo económico.
Casi todos se debieron a que un obstáculo colapsó la vía o a un corrimiento de tierra causado por las lluvias y en ningún caso los maquinistas tuvieron posibilidad de evitar la colisión ya que su velocidad era excesiva en relación al tiempo de reacción y el espacio necesarios para conseguir que el convoy se detuviera.
No debería considerarse “fallo humano” al estar directamente relacionado con la carencia de “espacio-tiempo” a la hora de detenerse ya que no se le pueden exigir los mismos reflejos a un maquinista que conduce un tren a trescientos kilómetros por hora, que los que se le exigían a quienes los conducían a cien
El ser humano y su capacidad de reacción siguen siendo por desgracia las mismas ya que el hombre no ha mejorado sus condiciones físicas al ritmo que las maquinas. Ni frena en el mismo espacio un tren a trescientos kilómetros por hora que lo que frenaba a cien.
Con objeto de obtener la necesaria ampliación de ese “espacio-tiempo” de reacción, he diseñado lo que he dado en llamar “Explorador de Alta Velocidad”.
Esencialmente su funcionamiento es el de una locomotora de similares características que la del tren al que precederá, pero de mucho menor tamaño.
No está tripulado puesto que en realidad se trata de una lanzadera que hace las veces de “pez-piloto” ya que, por medio de cámaras de televisión y dispositivos de alarma mantiene al corriente en todo momento al maquinista sobre el estado de la vía.
La distancia que separa al tren del “Explorador” se encuentra determinada por la velocidad de la marcha, así como por el espacio que necesitará el convoy a la hora de detenerse sin llegar a colisionar con el obstáculo.
Los programas de ordenador de que disponen tanto la locomotora como el “Explorador”, y que funcionan conectados entre sí, determinan en todo momento qué velocidad, y por lo tanto qué distancia, debe separarlos con el fin de evitar cualquier riesgo de alcance y garantizar una frenada sin sobresaltos
El sistema se encuentra automatizado y conectado con el “Control Central de la Red Ferroviaria”, pese a lo cual el maquinista siempre está en capacidad de ordenar al “Explorador” como debe actuar ante la proximidad de un cambio de agujas, una estación intermedia o una detención no programada.
Cuando el tren se encuentra a punto de entrar en la estación final de trayecto, el “Explorador” se desvía hacia un estacionamiento en el que aguarda hasta el momento en que debe salir para ponerse al frente de un nuevo tren.
Debe ir pintado de colores llamativos y emitir un agudo pitido de alarma hacia el frente de tal manera que no moleste a los viajeros pero sirva para anunciar su llegada seguida de la de la totalidad del tren, lo cual evita de igual modo gran número de accidentes en los pasos a nivel sin barreras y en las estaciones en las que los pasajeros cometen la imprudencia de atravesar las vías.
Se encuentra provisto de un rastreador capaz de detectar la más mínima alteración en su recorrido a base cotejarlo metro a metro con la información que previamente ha almacenado en su sistema informático. Esa memoria visual de altísima precisión constituye el alma de su funcionamiento ya que en cuanto detecta la más ligera diferencia entre lo que “Ya ha visto” y lo que “ve” alerta del peligro, especialmente en aquellos lugares en los que cabe la posibilidad de un atentado terrorista
De igual modo cuenta con un inhibidor de señales de radio que evita un atentado desde larga distancia durante el tiempo que tarda en pasar el tren.
Al avanzar ambos a idéntica velocidad su capacidad de frenada será tanto mayor cuanto menor sea su masa en relación a la del tren ( fi=ma ) , y por el hecho de no ir tripulado y todos sus elementos están sujetos no sufre en exceso los efecto de la inercia.
En caso de emergencia suelta un gran paracaídas muy visible que le ayuda a detenerse con mayor facilidad.
Su coste puede cifrarse en torno a los 15.000 €, lo que resulta muy bajo en relación con sus prestaciones, y debería estar subvencionado por las compañías aseguradoras que son las mayores beneficiarias de sus servicios dado que les ahorrará enormes sumas en el pago de indemnizaciones.
Expediente nº12/RTPI-004499/2010