El mundo parece estar inmerso en una ola populista de derechas. Ejemplos tenemos para tirar por la ventana. En Chile, mi tocayo Rodolfo Carter, alcalde de la populosa comuna de La Florida en la capital de Santiago, parece haber encontrado una mina de oro al ordenar la demolición de casas de narcotraficantes. Con ello pareciera dar una señal mortífera de ataque a fondo al narcotráfico.
Es así como de la noche a la mañana se ha catapultado automáticamente como candidato presidencial. Los termómetros electorales así parecen destacarlo. No es para menos. Hace rato que su radar apunta en esa dirección emulando al actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele.
La trayectoria política de Carter lo vincula estrechamente a la derecha, particularmente a la UDI, partido heredero de la dictadura y en el que ha militado por más de una década y al que renunció cuando visualizó que la desacreditación de los políticos limitaba sus aspiraciones presidenciales. No obstante esta decisión, la derecha lo ha seguido considerando como uno de los suyos.
Los medios de comunicación convencionales no han encontrado nada mejor que invitarlo diariamente a presentarse y exponer sus ideas. Como una suerte de llanero solitario, de príncipe valiente, de Superman o de Zorro, se erige enfrentándose solo a los narcotraficantes. Su enfoque simple, reduccionista, unilateral, le impide visualizar que el narcotráfico no se enfrenta dando palos de ciego. Muy por el contrario, se aborda apuntando a sus causas junto con la intervención y el combate efectivo, por parte del conjunto de la institucionalidad del Estado –policías, municipios, gobierno, fiscalía y otros-, dentro de sus respectivas esferas de atribuciones, en coordinación con una sociedad civil empoderada, consciente de su rol y relevancia en un estado de derecho.
No está de más puntualizar y recordar que el crimen organizado y el narcotráfico no se combaten con conferencias ni espectáculos mediáticos de prensa, sino que trabajando en forma ordenada, respetuosa, prudente, inteligente y silenciosamente, lejos de las luces de los medios de comunicación convencionales y de las redes sociales. Todo en el marco de la visión de la seguridad dentro de una política de Estado.
La clase política, tiene una responsabilidad en lo que está ocurriendo al no poner en acción toda la institucionalidad estatal en apoyo a la lucha contra este flagelo. Y de ello se está aprovechando el alcalde que ahora está empezando a ser imitado en Calama, otra comuna al norte de Chile en plena zona minera. Haber hecho la vista gorda durante décadas, mientras el narcotráfico se expandía, nos está costando cara.
Sin embargo, la tentación por el circo, la estridencia y las declaraciones altisonantes son malas consejeras. Acá no hay atajos.