El próximo 25 de febrero, el pueblo nigeriano decidirá quién ocupará la presidencia, en reemplazo del presidente Muhammadu Buhari, quien concluye dos períodos seguidos, este último cuestionado desde hace meses no solo por la oposición, sino por intensas movilizaciones y protestas.
Los altos índices de costo de vida, la devaluación de la moneda a niveles sin precedentes y la creciente inseguridad, son tres de los graves problemas que los nigerianos esperan superar al elegir nuevas autoridades. La economía más grande y hasta hace poco más fuerte de Africa no ha logrado superar las secuelas de la pandemia, de la guerra contra Ucrania, la escasez de combustible ni la ausencia de moneda circulante. Los niveles de escasez, tanto de circulante como de combustible y otros productos de primera necesidad, han convertido las colas y las protestas en realidades cotidianas a lo largo y ancho del país. Estas elecciones se perciben como una posibilidad de cambio.
Tres candidatos entre más de 15, aparecen con verdaderas posibilidades de ganar la contienda electoral. Bola Ahmed Tinubu, del partido gobernante, Congreso de los Progresistas, Atiku Abubakar, del Partido Democrático de los Pueblos y Peter Obi, del partido laborista, este último con menos trayectoria política y con una imagen que atrae el voto joven. Todos ellos, eso sí, con experiencia de empresarios y «visión para los negocios».
Sea quien fuere el presidente electo, se enfrentará no solo a la situación arriba descrita sino también a un desempleo que bordea el 35%, a 133 millones de nigerianos viviendo en la pobreza (el 63% de la población), tendencias que no tienen perspectiva de disminuir. Ojalá los resultados electorales no traigan consigo una gran decepción a un pueblo que ha puesto sus expectativas en ellos.