Por Marco Suárez
Los fines de semana, mi madre, mi hermano y yo abrimos nuestra casa para servir platos y bebidas peruanas. En Brasil desde hace casi 20 años, nuestra empresa familiar es conocida en el barrio de Campos Elíseos, en el centro de São Paulo, por sus platos típicos con sabor casero y por el servicio siempre amable, hecho confirmado por los comentarios en las publicaciones en las redes sociales y opiniones en Google.
Como todo pequeño comercio, utilizamos las redes sociales para dar a conocer el menú, las novedades y también, siempre con suavidad y humor, para posicionarnos frente a situaciones que consideramos inaceptables, como toda forma de injusticia, violencia, prejuicio y discriminación.
Hace dos semanas, una publicación haciendo referencia al gasto exorbitante realizado por el expresidente de Brasil [Bolsonaro] en un pequeño establecimiento se volvió viral y llegó a grupos de simpatizantes del político, que se sintieron ofendidos. Nuestras redes sociales fueron invadidas y recibimos una serie de ataques, insultos, injurias y comentarios xenófobos.
Los atacantes hicieron comentarios negativos sobre el establecimiento, la comida y el servicio a pesar de nunca haber visitado el local. Los más graves fueron los insultos directos a mi madre como dueña del establecimiento, Doña Bertha Peruana, como es conocida por los clientes y en las redes sociales. Los ataques iban dirigidos a su condición de mujer, su edad y su origen.
Las ofensas generaron en nosotros un sentimiento de indignación e impotencia cuando pensamos en la internet como un territorio sin ley. Los agresores actuaron con impunidad, algunos de ellos escondiéndose detrás de perfiles falsos, pero otros utilizando sus perfiles personales sin preocupación alguna de exponerse.
Cuando pensamos que vivimos en una democracia, imaginamos la coexistencia de diferentes opiniones políticas y puntos de vista, como es el caso de los diferentes clientes que tiene el establecimiento. Pero nos encontramos ante una realidad en la que, aparentemente, sólo debería prevalecer un punto de vista; cualquier otra forma de pensar sería incorrecta, según la mente de quienes la defienden. Un estilo de hacer política en el que quien piensa diferente no es sólo un adversario político, sino un enemigo, que hay que eliminar a todo costo.
Es de destacar que nuestra familia no estaba sola en esta situación. De inmediato, clientes, vecinos y amigos respondieron tanto con mensajes directos a nosotros como en las redes sociales en respuesta a los ataques. Y con mensajes de apoyo y reconocimiento al trabajo realizado durante los últimos 10 años del establecimiento.
Se han tomado acciones legales y esperamos que estos actos no vuelvan a suceder. De todos modos, queda la reflexión: ¿Ya no podemos expresar nuestra opinión política sin temor a represalias? ¿Dónde está la coherencia con todo lo que creemos y luchamos? ¿Es una ilusión creer que vivimos en una verdadera democracia?
El aprendizaje que queda es que existen leyes contra quienes profieren insultos, ofensas y xenofobia. Que toda acción sufrida hay que denunciarla, no podemos nos convertirnos en un país sin ley. No estamos solos y no debemos aislarnos como grupo, etnia, género o cualquier identidad porque seríamos un blanco fácil de ataques y persecución.
La reconstrucción de la democracia no se hace sólo desde arriba, desde los gobiernos y quienes detentan el poder, sino desde la base, desde la gente de los barrios, las comunidades y toda la sociedad civil, mínimamente organizada.
¡Viva Brasil!
¡¡Viva América Latina!!
¡Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro!