RELATO de EXPERIENCIA
En mi época de estudiante, mi padre, de camino a su oficina, me acercaba en muchas ocasiones a la universidad. Recuerdo que muchas mañanas escuchábamos la radio, o bien tertulias o música; le encantaba todo tipo de música, desde las canciones más populares hasta la ópera más selecta y a mí me encantaba escuchar música con mi padre. En cierta ocasión me confesó que para él el mejor disco del mundo era El muro de Pink Floyd que, por cierto, a mí también me fascina.
Una mañana le pregunté cómo era posible que con lo que le gustaba la música no dedicará más tiempo a deleitarse con todos los discos que tenía en su amplía colección o discoteca. Me respondió que era cuestión de prioridades. A esa edad mi padre tenía otras cosas en mente. En los últimos meses de su vida, mientras le consumía un cáncer fulminante, nos pasábamos las horas muertas escuchando óperas jazz, flamenco o a Jarabe de Palo, Sting, María Dolores Pradera, Serrat… Alguna vez, me inventaba una letra sobre la música de alguna de las canciones que escuchábamos para arrancarle una sonrisa. Disfrutamos mucho en torno a las melodías que formaron nuestra banda sonora. Atesoro esos momentos en mi memoria con mucho amor.
A mí siempre me ha gustado mucho la música, escucharla y hacerla, tocar instrumentos y, aunque nunca he llegado a ser muy virtuoso, ha habido momentos en mi vida en los que he disfrutado mucho ya sea tocando con amigos en el Central Park de Nueva York o solo con mi armónica entre árboles de un parque cercano a mi casa.
Ahora, al igual que mi padre años atrás, tengo otras prioridades. Me gustaría sacar tiempo para aprender a tocar bien el ukelele, o poder comprarme un Hank Drum con el que armonizar mis meditaciones sonoras y mis cuenta-cuentos, pero no es el momento de invertir tiempo y dinero en esto.
La vida me hace feliz. Vivo intentando sacar el máximo partido de mi tiempo y atesoro momentos fugaces de felicidad. Y entre esos momentos me deleito con el silencio.
No intento entender la vida, solo disfrutarla, sentirla, vivirla. Quizás en algún momento de distracción la analizo y cuando veo que tiendo al juicio, paro en seco la mente y reflexiono.
Todavía me sigo equivocando. Me queda tanto por aprender que tengo que priorizar, ahora toca conocerse y reconocerse. ¿Qué soy y qué no quiero ser?¿Quién soy y quién no quiero ser? ¿Cómo actúo de coherente frente al prójimo con mis ideas, principios y valores? ¿Cómo actúo de coherente frente a mí, en la soledad de mi habitación, con mis ideas, principios y valores?
¡Qué difícil ir por el camino de la excelencia!. Me queda tanto por aprender que agradezco todo momento de debilidad consciente que me haga reflexionar si he obrado bien o se podía haberlo hecho mejor. No justifico mis errores, simplemente agradezco tener a personas a mi lado que me hagan ver que algunas acciones espontáneas nacen desde la sombra, por eso hemos de observarlas desde la luz, con objetividad, como si uno mismo se tratase de su peor enemigo para poder tratar al prójimo, por muy mal que creamos que actúa, como nuestro mejor amigo. Al final, él es quien te va a mostrar las cosas que has de trabajar en ti, si es que quieres seguir recorriendo el camino hacia la excelencia.
Cuando uno no se da cuenta de las circunstancias que nos rodean acaba construyéndose su propio muro contra el que se chocará tantas veces como sea preciso, hasta que se descubra que no hay salida posible a no ser que se mire hacia el interior de sí mismo.
Ya han sonado los acordes desafinados. Ya he escuchado los sonidos del otro lado del muro. Ahora es momento de ponerse música relajante, a ser posible instrumental, que permita que afloren emociones. Música que simule ese tipo de vibración que facilite el proceso de descubrir todas las emociones que guardamos en lo más profundo de las entrañas para que se exterioricen.
Música, meditación, interiorizar. Un cuaderno y una pluma para expresar aquello que nos hace reflexionar sobre nuestras prioridades. Y si hace falta, tras expresar tus emociones, ponle tu propia música, pon ritmo a tus palabras, baila, disfruta… esa es la prioridad de mi momento.
Dejo de escribir, saco del armario mi ukelele y leo con ritmo, como canturreando, lo que acabo de escribir…
Ca-mi-no de la excelencia, me topo conmigo mismo, ahora le pongo ritmo y después soooonrío. ¡OLE!