por Adrian Mac Liman en Ventana al Mundo
Para llegar a Tierra Santa, Antony Blinken no utilizó un bastón de peregrino; tuvo la suerte o la desgracia de viajar en un lujoso Boeing perteneciente a la presidencia de los Estados Unidos. La misión del jefe de la diplomacia norteamericana consistía en allanar el terreno para la próxima gira de Joe Biden a la zona. Una tarea nada fácil, teniendo en cuenta la explosiva situación que reina en el Cercano Oriente. No se trata de un malestar coyuntural, sino de un castigo crónico.
Estiman los analistas que, sin bien el Secretario de Estado no pisó la Tierra Santa cargado de malas intenciones, trajo consigo un sinfín de apriorismos. En efecto, Antony Blinken llevaba en la cartera el abultado elenco de tensiones, rivalidades y conflictos que afectan la región; un auténtico rompecabezas para los expertos en relaciones internacionales, para los emisarios de las grandes potencias que se disputan la supremacía en la región.
Rusia, la superpotencia menguante tras la desintegración de la Unión Soviética, regresó casi inesperadamente al Cercano Oriente durante el primer decenio del nuevo siglo. Volvió con una impresionante potencia de fuego y con la firme intención de ocupar un lugar privilegiado en el tablero geoestratégico de la zona. Mas durante la ausencia de Moscú, China logró colocar sus peones en la región. Su presencia – modesta en un principio – se tornó dinámica, cuando no, agresiva a la larga.
Dos potencias regionales – Turquía e Irán – no tardaron en ocupar su lugar en la palestra. Finalmente, Arabia Saudita, que había limitado inicialmente su involucramiento al conflicto libanés, optó por tomar bazas en la guerra civil de Siria, primer paso antes de intervenir activamente en el Yemen.
Sí, el panorama ha cambiado. El famoso Acuerdo Abraham, negociado por la Administración Trump, no trajo la paz ni la seguridad a la región. Cierto es que cuatro países árabe-musulmanes – Marruecos, Bahréin, Emiratos Árabes y Sudán – establecieron relaciones diplomáticas con Tel Aviv, pero ello no presupone el final del estado de beligerancia. Dos actores clave – Irán y Arabia Saudita – no se adhirieron al Acuerdo. El país de los ayatolás, por estar en guerra permanente con la llamada entidad sionista; Arabia Saudita, por supeditar la paz con el Estado judío a la solución definitiva de la cuestión palestina. En ambos casos, la solución política no se vislumbra.
No hay que extrañarse, pues, si la gira de Blinken por la región finalizó con una triste y decepcionante conclusión: El horizonte de esperanza se cierra, afirmó el jefe de la diplomacia estadounidense después de comprobar in situ que el nuevo Gobierno israelí presidido por Benjamín Netanyahu no parecía dispuesto a renunciar a su postura intransigente sobre la anexión de nuevos territorios en Cisjordania, la postura menos flexible de Tel Aviv en muchas décadas, y que la Autoridad Nacional Palestina no iba a abandonar la línea dura adoptada después de la ruptura de negociaciones con Israel sobre la seguridad en los dos grandes núcleos urbanos de Cisjordania: Nablus y Jenín, controlados actualmente por grupos armados adscritos a la Yihad Islámica y Hamas, a los que se sumaron células disidentes de Al Fatah.
En Nablus, las milicias armadas no afiliadas a facciones políticas están ganando terreno especialmente entre los jóvenes palestinos. Washington está buscando formas para reducir la escalada y evitar que la caótica situación acabe desembocando en una nueva intifada.
Si bien los responsables israelíes afirman que su ejército interviene en Cisjordania al comprobar la total pasividad de las fuerzas de seguridad palestinas, la Autoridad Nacional Palestina replica que las incursiones de las tropas hebreas erosionan la capacidad y legitimidad de sus fuerzas de orden para actuar contra las milicias.
Preocupada ante un posible deterioro de la situación en Cisjordania, la Autoridad Nacional Palestina suspendió su coordinación de seguridad con Israel hace dos semanas, horas después de la incursión de los militares judíos al campo de refugiados de Jenín, epicentro de los disturbios registrados en la zona.
Durante su encuentro con el presidente de la ANP, Mahmúd Abbas, Blinken sugirió que uno de los pasos que debería tomar la Autoridad Palestina para reducir la tensión sería la aplicación del plan de seguridad ideado por un experto estadounidense, el teniente general Michael Fenzel. El documento incluye el adestramiento de una fuerza especial palestina que se desplegaría en la zona para neutralizar la actuación de las milicias. Para los palestinos, se trata de una propuesta desequilibrada, ya que no incluye contrapartida alguna por parte de Israel, como la disminución de las incursiones del ejército en las localidades palestinas. Además, señalan que la seguridad palestina no tiene la potestad para operar durante las redadas del ejército israelí.
El horizonte de esperanza se cierra, confiesa Antony Blinken. Es cierto: la solución de dos Estados parece más alejada que nunca. Pese a las advertencias de sus diplomáticos, la Administración Biden dejó que el conflicto siguiera su curso. Las buenas palabras de los emisarios internacionales ofrecieron a Israel una tapadera para continuar con la anexión de facto de Cisjordania.
La política israelí ya no se centra en la búsqueda de la paz; en la práctica, los sucesivos gobiernos han abandonado las conversaciones con sus vecinos. Por su parte, los palestinos han dejado de creer que podrán conseguir un Estado a través de las negociaciones.
El Acuerdo Abraham resultó ser una obra maestra de ingeniería comercial. Una obra maestra ideada, negociada y llevada a la práctica, recordémoslo, sin la participación de los palestinos.
En horizonte de esperanza… ¿Qué esperanza?