Para quien le interese esta entrevista y no sepa de qué va el bertsolarismo habría que empezar con una explicación. Se trata de una tradición cultural antiquísima en Euskal Herria donde un autor canta en euskera versos a capella que improvisa con una mezcla precisa de humor, crítica y actualidad. El éxtasis se alcanza a través de la destreza lírica pero, sobre todo, por su capacidad para provocar emociones a un público que escucha atentísimo desde la butaca de un pequeño teatro, en un frontón, alrededor de una mesa e incluso de balcón a balcón. Para contradecir a los aguafiestas de la modernidad más desorientada que presagiaban su lenta extinción, este arte secular genuinamente vasco vive hoy un renacimiento pujante y goza de un creciente prestigio social. La prueba de su vitalidad es el protagonismo cada día más numeroso de mujeres en todos los eventos que se organizan. “El bertsolarismo es la disciplina artística donde más avanzado está el discurso y la práctica feminista en Euskal Herria. Más que el cine, la literatura o el teatro”, asegura Maialen Lujanbio (Hernani, 1976).
Por Gorka Castillo/ctxt
El pasado 18 de diciembre, más de 13.000 personas eligieron la electricidad del espectáculo, el último campeonato celebrado en Pamplona, antes que la final del Mundial de fútbol. Un síntoma. La txapela, el símbolo que cada cuatro años distingue al más destacado entre ocho aspirantes, fue para ella. Era su tercer galardón desde que en 2009 se pusiera fin al dominio masculino en esta comunidad de trovadores. Lo hizo con maestría, rompiendo puertas con delicadeza creadora, inyectando a la tradición vasca toda la universalidad contemporánea. Un ejemplo de su talento es la pieza que improvisó en la final de 2017 ante cientos de personas a partir del tema propuesto por la organización: “Dena ondo zihoan, argia piztu den arte” (Todo iba bien, hasta que se enciende la luz). Los expertos aseguran que será difícil escuchar un poema sobre la transexualidad tan lleno de respeto y erotismo como aquel. La reacción del público fue ardiente, pura electricidad. Pero la popularidad le resulta anecdótica a esta mujer ingeniosa y revolucionaria. “El objetivo no es competir para ver quién es la mejor o el mejor sino para sensibilizar en nuestra lengua”, afirma. Aquí desentraña el misterio de un arte que sacraliza un idioma como el euskera, entre registros y estrategias de improvisación. Ella es una mujer en verso preparada para la lucha.
–Es usted un fenómeno cultural en Euskal Herria pero una completa desconocida en el resto del Estado.
–Soy un fenómeno… relativo. La mayoría de la gente, incluso en Euskal Herria, tampoco me conoce porque la referencialidad del bertsolarismo está unida intrínsecamente a la situación sociolinguística del euskera, que es minorizada. Conformamos un movimiento socio-cultural totalmente autocentrado en esa premisa, tanto en su ejercicio como en su reconocimiento y valoración. Nuestro eje no es España ni el contexto cultural español. Por lo tanto, su no-conocimiento no me sorprende ni me quita el sueño, la verdad. Somos conocidas entre la gente que entiende la lengua, o por aquellos que sienten interés por nuestra cultura. Aun así, he tenido y tengo contacto con gente de otras disciplinas artísticas y de otras tradiciones relacionadas o interesadas en la oralidad y la improvisación.
–En Pamplona se reunieron 13.000 personas absolutamente entregadas al espectáculo que ofrecieron, pese a coincidir con la final del Mundial de fútbol. ¿Cómo explica semejante movilización de gente?
–Seguro que hubo gente que siguió el partido en el móvil… pero sí. A mí me pareció impactante que una performance tan austera como la nuestra, donde solo se escucha una voz a capella sin más elementos escénicos a su alrededor, reuniera a tantos espectadores y encima mantuvieran los silencios en los momentos álgidos. Es lo que confiere a este certamen una atmósfera tan especial y más aún en estos tiempos donde prima el espectáculo y el show. Sin embargo, si atendemos a la gente que acude a las actuaciones que realizamos a lo largo de todo el año, cada fin de semana, en distintos tipos de espacios y escalas, el número de personas es aún mayor y más importante que el que pudo verse en el macro-evento de Iruña, aunque este acaparara la atención mediática. Por suerte, o mejor dicho, por el trabajo de base que viene realizándose desde hace muchos años, el bertsolarismo es un movimiento muy vivo, con mucha fuerza y con mucho público. Si antes mencionaba la relación intrínseca del bertso con la lengua, aquí podríamos hablar de la relación que existe entre el bertsolarismo y su hábitat. Mantiene su eje tradicional pero también refleja todos los debates latentes en la sociedad contemporánea. A día de hoy, aglutina a muchísima gente joven, con sus análisis y puntos de vista, que pueden estar relacionados con la identidad, el independentismo, el marxismo y, en los últimos años, con el feminismo, que ha irrumpido con especial fuerza. Todas aportan perspectivas renovadas a la dialéctica general de los bertsos.
–Sí, porque antiguamente era una actividad que solo practicaban los hombres.
–Sí. Como todo lo que se celebraba en las plazas públicas. Las mujeres cantaban pero lo hacían en el ámbito privado y, claro, apenas nos ha llegado información sobre ellas. En los años 80 solo participó una mujer en el concurso nacional que celebramos cada cuatro años. En 1997 fui la primera mujer en llegar a una final, pero en la última celebrada en diciembre, tres de los ocho finalistas éramos mujeres y otras 15 participaron en las distintas fases del campeonato. Nuestra presencia aumenta pese a que todavía tenemos mucho que hacer y hay resistencias, pero me atrevería a decir que es la disciplina artística de Euskal Herria donde más integrado y más avanzado está el discurso y la práctica feminista. Más que en otros ámbitos culturales donde se presupone que existe una mentalidad más abierta como el cine, la música, el teatro o la literatura. En mi trayectoria como bertsolari he visto al feminismo evolucionar e integrarse de una manera fortísima, tanto en las temáticas como en el pensamiento. Y todo esto es fruto de una sensibilización, un trabajo teórico y una pelea dialéctica constante de las mujeres que hacen bertsos, de las jóvenes, de las generaciones siguientes a la mía.
–¿Siempre tuvo claro que quería ser bertsolari?
–No, nunca fue mi objetivo. Surgió así. Me apasionaba la lengua y me gustaba mucho cantar pero cuando era niña los bertsolaris me parecían señores mayores que no me resultaban especialmente atractivos. Tampoco en mi casa mamé el bertsolarismo. Aprendí en la bertso eskola de la ikastola, con 11 años, jugando a improvisar junto con otros compañeros de mi edad. Luego, con 15 años, se dieron una serie de factores que nos empujaron a saltar a la plaza. Era un momento delicado, de miedo a perder una tradición que estaba envejeciendo y reduciéndose a un mundo rural. Había artistas como Andoni Egaña, más urbanos y con otras referencias creativas, pero seguía habiendo una necesidad de modernizarlo para atraer a gente que rejuveneciera definitivamente todo este movimiento sociocultural. Entonces se diseñó una transmisión no “natural” a nuevos valores que aún estábamos en las bertso eskolak y que terminó siendo un acierto absoluto porque se logró conservar una tradición mientras se abrían espacios a la renovación. Todos y todas las bertsolaris actuales somos fruto de aquella decisión.
–¿Fue la manera de asegurar el futuro de una lengua como el euskera?
–Más que una manera de asegurar el euskera diría que fue la forma de garantizar un presente en algunas partes de Euskal Herria donde la posición de nuestra lengua es muy delicada, incluso dramática, como sucede en algunas partes de Navarra, Álava o Iparralde (País Vasco francés). Sin embargo, el arte no puede hacer todo eso en solitario. Necesitamos una política lingüística audaz que promueva el euskera en esta disposición de diglosia y desigualdad en la que se encuentra respecto al castellano y al francés. Y por supuesto, en el contexto globalizador, también al inglés. El euskera es un idioma que camina por el filo. Faltan políticas estructurales valientes y radicales para construir un ecosistema lingüístico donde no solo ‘exista’ sino que también ‘sea’. El mundo artístico, el movimiento popular e intelectual por el euskera ‘euskalgintza’ asumieron responsabilidades en este ámbito que muchas veces correspondían a las instituciones. En la política oficial hay demasiados complejos.
–Hay quien no termina de entender que organicen campeonatos de bertsos. ¿Cómo competir en la creación artística?
–El objetivo no es competir para decidir quién de nosotras es la mejor o el mejor bertsolari. La primera regla, el punto de partida, es que el bertso, como pieza artística creativa, es invalorable y, por lo tanto, imposible de objetivizar. Las metas son, aunque suene romántico, la difusión de nuestra lengua y la sensibilización social a través del ingenio, la estética y las formas. Ese es el planteamiento del campeonato, algo que trasciende la mera competitividad y se conecta con la emoción, con la alegría y con la propia vida en comunidad abierta. Aun así, es cierto que creativamente un campeonato te obliga a revisar y trabajar la estética y el discurso de forma extraordinaria. El campeonato es casi un género propio dentro del bertsolarismo porque tiene sus propias particularidades. Es la improvisación en circunstancias extremas: un público multitudinario en actitud especialmente crítica, que lo analiza todo desde las gradas, a través de la televisión y de las redes sociales; y un jurado que valora tus aciertos y tus faltas. Y en estas condiciones tan ‘antinaturales’ para un creador, asumes paradójicamente el riesgo de dar lo mejor de ti misma. A eso lo llamamos la Txapelketa.
–Una de sus cualidades más destacadas es la originalidad y la crítica social que acompaña a sus composiciones. En el campeonato que ganó en 2017 sorprendió al público con un verso sobre la transexualidad.
–El bertsolarismo se compone de distintos registros. Una parte fundamental es el humor, la diversión y el ingenio, que se trabajan mucho y son esenciales. Pero también está la interpretación que cada una de nosotras hacemos de la realidad que nos rodea, algo que discurre entre lo popular y lo personal. Para mí, cantar a un público desde un micrófono tiene una carga de responsabilidad muy grande y eso te obliga a decidir qué, cómo y cuánto decir. Qué es lo que buscas, lo que la audiencia puede ‘digerir’, lo que el contexto requiere, lo que tú deseas o piensas que tienes que cantar, etc. Buscar el punto de equilibrio exacto para no cortar el hilo de la comunicación y transmitir todo lo que quieres expresar aunque el público no lo comparta. Es cierto que siempre tratamos de salir de las inercias de los discursos pero no somos la vanguardia del pensamiento. Ni nos corresponde ni pretendemos llegar a tanto. Simplemente, captamos la realidad, pensamos sobre ella y la transmitimos de una manera creativa, humorística, punzante y, a veces, también profunda.
–El contexto político vasco no es el mismo que el de hace 20 años. ¿Cómo ha influido en su trabajo?
–Ningún contexto político es el que había hace 20 años. Ni el vasco ni ningún otro. Pero asumo que la pregunta es sobre el conflicto político de Euskal Herria, ya que no hay entrevista de un medio español en el que no se nos pregunte sobre este tema. Como decía antes, el bertsolarismo es reflejo de una realidad sociopolítica que nos influye de diferentes maneras. Hace 20 o 30 años todo era más monolítico y concreto. Los ejes giraban en torno a la cuestión nacional y lingüística de forma muy clara. Incluso el público que acudía a escucharnos era, como audiencia, más compacto, aunque eso no significara necesariamente que todos pensaran de la misma manera. Ahora, la realidad es más compleja, las temáticas han variado, las sensibilidades e intereses son diferentes y el público es más heterogéneo. Esto dificulta la creación porque es más difícil encontrar lugares comunes pero, a su vez, la hace artísticamente mucho más interesante.
–¿Cree que la cultura es una herramienta de control social?
–Es evidente que una cultura focalizada hacia el espectáculo tiene grandes riesgos pero sigue existiendo, al menos en Euskal Herria, una tradición contracultural autogestionada, con los gaztetxes, las asociaciones populares y los diferentes movimientos sociales, como el circuito musical alternativo, que son unos activos organizadores culturales. Diría que nuestro capital, y no hablo del económico sino del cultural, está más en la contracultura que en la cultura oficial. De hecho, afirmaría que crear en euskera o en otra lengua minorizada en este mundo globalizado ya es en cierta medida contracultural. Aun así, la pandemia y toda aquella propaganda que se hizo sobre la necesidad de recuperar la cultura, aunque fuera por streaming, me ha hecho pensar sobre la función de lo creativo en la sociedad actual.
–¿En qué sentido?
–Entiendo que utilizar el término ‘función’ en el mundo del arte es un tanto peligroso pero yo me refiero al por qué y al para qué de la cultura en la sociedad, especialmente tras la pandemia. Para mí, desde luego, debe ser autónoma y libre de toda atadura institucional o propagandística si desea implicarse socialmente con contenidos críticos, molestos, que escuezan en una realidad grave como la actual. Recuerdo que uno de los mantras de la pandemia era que “la cultura es segura”. Y uno de los mayores peligros que encuentro es que la cultura sea demasiado segura. Yo creo que la cultura debe asumir riesgos desde lo creativo, en fondo y en forma, para ser de algún modo peligrosa.
–Por cierto, ¿qué opinión tiene de la Ley de garantía integral de la libertad sexual, la norma del ‘solo sí es sí’ que hoy es centro de la polémica?
–Gracias a la lucha del movimiento feminista autónomo y de base, con sus peleas y todos los cuerpos e ideas que han puesto en el camino, hemos ganado mucho terreno en sensibilización social y se ha logrado que trascienda a lo institucional aunque, en mi opinión, aún se podría ser más audaz. Hace unos años no podíamos imaginar políticas de igualdad de ese calado. Y la violencia que se ha generado en contra de esa ley es la violencia contra la que hay que luchar.
–¿Intenta aislarse de los discursos ideológicos que la derecha ha desatado?
–Los casos polémicos concretos que suceden en el ámbito español me resultan un poco lejanos. Pero los discursos de ultraderecha también están aquí. Está pasando en toda Europa y en el mundo. Es una reacción de gente que, en cuanto le ha temblado la tierra bajo sus pies y han empezado a perder sus privilegios, se han agarrado a los conceptos más retrógrados, tradicionales, castrantes, jerárquicos y fascistas de la sociedad. Por fortuna, tengo esperanza porque creo que tenemos alternativas. Hay suficientes movimientos liberadores que, unidos, pueden hacerles frente.
–¿Quién es Maialen Lujanbio?
–(Risas) ¿Yo? Una mujer normal y corriente que trabaja con las palabras, la voz, los sonidos, las ideas, que principalmente toman forma de verso improvisado pero también otras formas escritas o plásticas, siempre en torno a la lengua, el lenguaje, al fondo y la forma de las palabras. La lengua, el euskera en mi caso, es mi materia artística. Y esa es Maialen Lujanbio (risas).