En la era de la comunicación, impensable en siglos pasados, tenemos noticias inmediatas, hoy la tecnología nos permite estar informados inmediatamente con lo que sucede en el mundo, misiles,
bombardeos en nuestras pantallas. Presenciamos la destrucción y crueldad de las imágenes de la guerra, nuestra sociedad no pareciera estremecerse, y lo convierte en una instancia preocupante de
normalidad social, en la que no somos capaces de dialogar verdaderamente.
No cabe duda que la violencia no ha dejado región del mundo donde no se ha expresado y las guerras, cómo expresión política, son la expresión máxima de ello, aunque existan algunos conflictos bélicos, cómo las “guerras olvidadas”, que no logran titulares porque dejan pocos muertos o, sobre todo, porque no afectan las agendas de los grandes poderes mundiales.
Las guerras están relacionadas íntimamente con la historia humana y es la continuación de la política de los países por otros medios…, es un verdadero instrumento político, una continuación de las
relaciones políticas en conflicto. Las guerras no solo involucran el conflicto bélico entre los contendientes, sino un espectro amplísimo de una serie de agresiones de toda índole y que abarca
todos los aspectos de la vida de un grupo, etnia, clase social, pueblo, nación o país.
El verdadero drama de las víctimas de un conflicto bélico es la pérdida de la identidad, del trabajo, del estatus social y de no poder recuperar quién se era antes de la guerra.
Las guerras de este siglo no tienen fecha de inicio ni término; tampoco una declaración formal de “Estado de Guerra” y se caracterizan por ser multiformes en el transcurso del conflicto. Su cese pasa,
casi siempre, por la comunidad internacional, pero no pueden explicarse sin una responsabilidad marcada de las grandes potencias.
El mundo cupular actual nos encuentra bajo una estructura diferente al de comienzos del milenio que tenía una conformación unipolar con los EE.UU. como la única superpotencia. Hoy tenemos polos de poder múltiples, con los EE.UU. en pugna con China y Rusia.
Rusia rivalizando en lo político-militar emplazada en los hechos como superpotencia en ese terreno, habiendo tomado la decisión de invadir a Ucrania, a sabiendas de que no puede ser atacada en su
territorio sin poner a la humanidad en situación de destrucción masiva nuclear. Estamos entonces, asistiendo a momentos de pugnas cupulares mundiales, entre el corrimiento o no de su centro
hegemónico, desde Occidente hacia Oriente. Putin anunció este martes la suspensión del tratado de armas nucleares firmado con Estados Unidos, matizando que no se trata de un «abandono» del
acuerdo, sino que se congela, alegando que Rusia «debe estar preparado para realizar ensayos nucleares si Estados Unidos los lleva a cabo primero».
Si bien es cierto que las narrativas mundiales, ya sean noticiosas como discursivas de los tres temas vigentes: el feminismo, el riesgo climático y el animalismo, que destacan como discursos globales en todas las latitudes por sobre las contingencias locales, se evidencia en estas una velada intencionalidad de exclusión de miradas internacionalistas en contra de las guerras, y del armamentismo creciente.
Esta invisibilidad es intencional por parte de los medios de prensa y de los intelectuales y profesionales dedicados a esta materia.
El humanismo universalista que se expresa también internacionalmente, no ha dejado de alzar su voz por la paz, denunciando el riesgo de las bombas atómicas y organizando colectivos con el fin de crear conciencia sobre la importancia de la paz y el desarme. Sirvan de ejemplo las sucesivas Marchas por la Paz y la No-Violencia que esta corriente, por medio de su organismo “Mundo Sin Guerras”, viene haciendo a nivel mundial desde el 2010, cubriendo los 5 continentes y todas las culturas del planeta.
Además, siendo parte activa de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (por lo que fueron premiadas con el Nobel de la paz). Los activistas antinucleares de ICAN y otras iniciativas por la paz han logrado a partir de 2017 la firma del tratado de prácticamente todos los países. Y a pesar de contar con 185 firmas y que el Tratado entró en vigor en enero de 2021, todavía espera la ratificación de ocho países: Estados Unidos, China, Irán, Israel, Egipto, India, Pakistán y Corea del Norte.
Actualmente, el mundo todavía cuenta con 13.400 armas nucleares. Mientras algunos países siguen buscando su potencial nuclear, otros están trabajando para ampliar sus arsenales.
Dicho lo anterior surgen preguntas que deberíamos respondernos: ¿Qué nos pasa, que no salimos a vociferar en contra del horror de cualquier guerra? ¿Estamos dormidos los humanos? ¿Estos
humanistas y otros activistas que se expresan contra las guerras, son solo “intentos aislados” imposibles de unir mundialmente? ¿Perdimos fe en que la voz disidente frente a la barbarie sea
escuchada?, ¿Dejamos de creer en la incidencia del pueblo en las decisiones?, ¿Nos deshumanizamos, al punto que no vemos el dolor del otro/a? Y, por último: ¿Será que hemos naturalizado a las guerras tratándolas como un desastre natural más, uno ante el que estamos impotentes como los terremotos, huracanes o maremotos?
Cuando estamos frente a esta respuesta animal (anti humana) de las guerras, en donde se trata de la aniquilación entre bandos, toda justificación por muy elaborada que sea, está fuera de lugar y no
debiera ser aceptable para nadie. Cuando el medio nos incita a tomar un bando (haciéndonos eco de las justificaciones del bando al que se adhiere), es porque tenemos parecidos sistemas de valores que los que hacen las guerras y que llevan adelante el negocio de las armas. Así es como el ser humano viene siendo convertido en cosa, un instrumento para el beneficio material, para el provecho político, en un bien económico y herramienta del poder de las elites. Nuestra existencia y la vida misma es asumida como mera mercancía en todo el sentido de la palabra. Necesitamos de la reflexión y de la acción comprometida de la sociedad con todas sus instancias por el fin de las guerras a nivel mundial y de toda forma de violencia hasta que la misma nos produzca asco.
Redacción colaborativa de Juan Guillermo Ossa Lagarrigue; M. Angélica Alvear Montecinos; Sandra Arriola Oporto; Cesar Anguita Sanhueza y Guillermo Garcés Parada. Comisión de Opinión Política.