Hay muchas palabras para denominar fenómenos iguales o parecidos: asilados, exiliados, refugiados, desplazados internos, migrantes.
Creo que la más genérica podría ser “migrante”. Pero dentro de los migrantes hay emigrantes e inmigrantes.
Migrantes son las personas que se van de un país a otro, de una región a otra, hasta de un pueblo a otro.
En Chile hubo hace poco un episodio muy desagradable y vergonzoso en Iquique, donde los inmigrantes fueron rechazados con violencia y con odio. Sobre eso escribí un artículo en Clarín, que se llamaba “Perdónalos señor, que no saben lo que hacen”. Pero no es sobre esos migrantes que quiero hablar ahora, sino sobre los refugiados o exiliados políticos. Aunque sólo quiero mencionar que los migrantes que intentan llegar a Europa, sea desde el África negra o desde el norte de África, de países musulmanes, son rechazados de tal modo que muchos, incluso muchos niños se ahogan cada día en el mediterráneo. Algo atroz de esta época moderna.
Los exiliados políticos hemos sido muchos, sobre todo desde Chile y otros países de América Latina, donde se entronizaron dictaduras sangrientas.
Este año que se cumplen 50 desde que se implantó la dictadura en Chile, es bueno recordar esos asuntos y esos tiempos. Es bueno recordarlos y conviene explicárselos a las generaciones posteriores, porque es una parte importante de la historia de Chile.
En 1973 nadie sabía muy bien cómo iba a ser la cosa. Unos pensaban que iba a ser muy benévola: un importante dirigente político me dijo: “Si hay golpe yo me vuelvo a mi estudio de abogado, allí voy a estar mucho más tranquilo.” Y otro: “Si hay golpe, va a salir Sergio Onofre Jarpa a los balcones de La Moneda y va a decir ‘No hay vencedores ni vencidos´.
Otros que eran funcionarios, fueron a entregar sus oficinas y sus autos y allí perdieron la vida. Algunos eran de izquierda poco conocidos y optaron por la política del avestruz, que era lo más práctico. Otros, los menos, se pusieron a organizar la lucha contra la dictadura y allí fueron asesinados y se convirtieron en nuestros mártires más queridos y siempre recordados. Muy pocos sobrevivieron y son héroes casi desconocidos que ya se están muriendo de viejos.
Otros con más ojo se asilaron, porque cuando se ve que están bombardeando La Moneda, un edificio civil en que se encontraba el presidente y otras personas, no pueden caber dudas de cómo viene la mano.
Ahora, compañeros y compañeras, después de ver lo que está pasando en Brasil, hay que estar siempre con el ojo avizor, los documentos de identidad, títulos profesionales y la platita que se pueda, todo preparado y a mano. Es como deberíamos estar listos por si hay un gran terremoto. No es para asustarse, al contrario, es para sentirnos más seguros porque la derecha chilena es fascista, pero ahora no tendrá el apoyo norteamericano. Los yanquis están preocupados de cosas muy distintas, de Europa, de Rusia, de Ucrania y de quien va a ser el próximo presidente. Chile no les interesa, es un país pequeño, lejano y con un gobierno bastante sumiso.
Y volviendo a recordar, diré que nosotros, mi compañero, yo y mis dos hijos pequeños fuimos a parar a la embajada de Panamá. Uno se metía en la embajada que podía. Era un departamento de unos 50 metros cuadrados en que se hacinaban alrededor de 250 personas. Dormíamos parados, apoyados en la pared, por turnos. Después de una hora te despertaban y había que dejarle el lugar a otro. Había un solo baño, para qué les digo más.
Pero la solidaridad se hizo presente: las empleadas del departamento de arriba nos descolgaban tiestos con comida que entraban por la ventana, pues de otro modo nos habríamos muerto de hambre.
El embajador sólo se preocupaba de buscar y buscar una maleta con oro que suponía que alguien tenía que haber llevado.
A mí me dejaron salir pronto con los niños, gracias al bendito machismo que imperaba entones. Mi compañero y otros estuvieron casi un año hasta que les dieron el salvoconducto.
Habría miles de cosas que decir sobre esta experiencia, sobre los países de asilo, sobre embajadores heroicos como Harald Edelstein de Suecia, Gonzalo Martínez Corbalá de México y varios otros.
Es bueno recordar ahora estas cosas y manifestar nuestro reconocimiento a tantos y tantos países, pueblos y gobiernos solidarios.
Quizás lo haga en otro artículo.