David Sámano.-

La obra de dos autores latinoamericanos, me ha sugerido el título de este escrito, se trata de Mario Rodríguez y Edmundo O’Gorman

Por un lado, he recurrido a las categorías de paisaje y mirada, que el argentino Mario Rodríguez, propuso tanto para la investigación histórica, como la científica. Se trata de conceptos que en mi opinión, contribuyen a delinear lo que podríamos  llamar una epistemología humanista. Silo – seudónimo de Mario Rodríguez –  considera que el ser humano toma conciencia de su mundo,  a través de procesos cognitivos constructivos, que denomina, miradas.  A estas, las  caracteriza como actos complejos y activos de la mente,  organizadores de las percepciones, con las que el ser humano elabora paisajes.  Estos paisajes,  no son entonces,  resultado de simples  y pasivos actos de recepción de información externa;  en ellos,  la intencionalidad de la conciencia siempre estará  implícita. Silo, propone el término paisaje, como una herramienta metodológica, de gran utilidad en la investigación científica e histórica. Lo más importante del uso de estos conceptos,  es que, donde otras corrientes hablan de percepción, al  hablar de paisaje,   se  alude al sujeto  que percibe –   en el caso de la ciencia –   y en el caso de los historiadores,  a la manera en que el historiador, en la construcción del  hecho   histórico, inevitablemente, introduce su temporalidad y contexto cultural (Silo, 1990: 106).

El otro autor a que nos referimos, es el historiador mexicano Edmundo O’ Gorman, con su libro: La invención de América, una obra clásica  del pensamiento latinoamericano.  Contiene facetas que  permiten ubicarla en el campo de la  investigación histórica,  así como en el   de la filosofía de la historia.

Mario Rodríguez y  Edmundo O’Gorman,  son autores que se han ocupado de los problemas filosóficos involucrados a la hora de hacer  historia,   siguiendo lo que algunos han llamado, historicismo, una corriente que, Ortega y Gasset,  expresaría de manera, casi simbólica, diciendo: “el hombre no tiene naturaleza, tiene historia”.

Para comenzar,  diré  que  la Invención, es una crítica filosófica al relato histórico,  que explica la aparición de  América en el seno de la cultura europea, como resultado  de un descubrimiento  realizado por  Cristóbal  Colón,  el 12 de octubre de 1492 .  O’ Gorman  plantea  que esa manera de construir el relato histórico,  es resultado de lo que  los filósofos de la historia han llamado  sustancialismo, un  sistema metafísico,  cuya categoría fundamental,  es precisamente la de sustancia. Esta categoría,  se supone que no varía con el tiempo,  es a – histórica, y en última instancia, no material, ni mental (Collingwood, 1952:50). En el horizonte cultural de Colón (y en el de los que  lo precedieron inmediatamente),  dominaba esta forma  de hacer la historia,  de la que, un buen ejemplo, es el relato  medieval de  la creación de Dios, ex nihilo,  del Universo. Las cosas  creadas,   se suponía, existían por sí  mismas, no requerían la mirada de alguien  para ellas “ser”. Consecuentemente,  la historia se escribía desde lo que Rodríguez llamaría la  mirada  externa de Dios, no desde la mirada  humana.  Al explorador de los mares,   solo le quedaba descubrir  lo que Dios había creado,  y al historiador,  dar cuenta de esos “descubrimientos”,  como resultado de un propósito divino,  en el que la intencionalidad humana,  no tenía papel alguno.

Por ello,  para  O ´Gorman, lo que ocurre  en 1492,   es el inicio de lo que llamaría: “el proceso de invención de América y de su descubrimiento”. Lo que había antes de la llegada de Colón, era  una tierra  desconocida para el europeo hispano, pero América no existía,  porque para decirlo en sus palabras: “no existe lo que no ha sido inventado”  y entonces los viajes de Colón “ no podían ser “viajes a América”, porque la interpretación del pasado no tiene, no puede tener, como las leyes justas, efectos retroactivos”.

O’Gorman llega a estas conclusiones,  desde  otra perspectiva  de  la  historia,   distinta a la del sustancialismo, aquí  el historiador  juega un  papel activo en la definición  de las entidades históricas,  pues no parte de la existencia de algo previo.  Al respecto nos dice: “A diametral diferencia, pues, de la actitud que adoptan todos los historiadores, que parten con una América a la vista, ya plenamente hecha, plenamente constituida, nosotros vamos a partir de un vacío, de un todavía no exista América” (O´ Gorman, 1984:80).  Pero esa invención,  no la podía hacer  más que la nueva mentalidad humanista – renacentista de finales del 1400 europeo,  pues había que concebir una   morada del ser humano que trascendiera lo previsto por Dios, que en ese entonces se limitaba a Europa, Asia y África;  ese espacio que, desde  la edad media se conocía como la Isla de la Tierra u Orbis Terrarum.

Aquí, vale la pena subrayar, que las invenciones  sustancialistas  van de la mano con la mirada externa, esa mirada que en palabras de Silo, pone al ser humano: “visto desde el lado de las cosas y no visto desde la mirada que mira a las cosas”. Desde la mirada externa,  las cosas   se suponen hechas por sí mismas,  inmutables ante las intenciones humanas a la hora de incorporarse al relato histórico.  En cambio desde  la mirada libertaria del humanismo –   que en mi opinión,  asume un punto de vista desde lo que Rodríguez llamaría la mirada interna – la invención de América se convierte en un relato que habla acerca de  liberación “… del hombre de su antigua cárcel cósmica y de su multisecular servidumbre e impotencia, o si se prefiere,  de liberación de una arcaica manera de concebirse así mismo, que ya había producido los frutos a la que estaba destinada. No en balde, no “causalmente”, arribó  América, al escenario como el país de la libertad y el futuro, y el hombre americano, como el nuevo Adán de la cultura occidental” (O’Gorman, 1984:95).

La mirada religiosa  en la invención de América

Pero La invención de América  se fue tornando sustancialista (a pesar de que emergió   en pleno renacimiento), cuando deviene en un proceso que pretende  hacer una segunda Europa en América, “avalándose en la voluntad divina” (O’Gorman, 1985). Un nuevo sustancialismo tomó curso, de tipo bíblico y humanista – cristiano.  América aparecía,  como el lugar en el que sus habitantes,  debían  ser evangelizados, para ser salvados de la idolatría, o para ser integrados a la civilización occidental.  La mirada  multicultural – y por lo tanto menos esencialista de América –  tenía que esperar; por el momento, dominaría el sustancialismo humanista-cristiano. Algunos autores han señalado el poco ojo etnológico de Colón, por ejemplo. Tal vez, si hombres de otras zonas de España    con  mayor tolerancia a la diversidad cultural,  hubieran participado en la invención de América, desde muy temprano se habría arribado a una  mirada menos uniformante y más atenta a las culturas que la poblaban. Pero no solo Colón,  sino  conquistadores, misioneros, virreyes, historiadores y presidentes que se sucedieron,  no dejaron de proyectar en América el paisaje cultural   de matriz humanista- cristiana en el que se formaron.

Este etnocentrismo, ha tratado de matizarse con proyectos de evangelización,  como el de la iglesia de la inculturación, un movimiento que emerge en el último cuarto del siglo pasado.

Con la Inculturación,  podemos decir, que una mirada, cristiana también, pero más abierta a la diversidad, empieza a ser adoptada por los evangelizadores,   partiendo del supuesto de que la conciencia, o  la intuición del Dios cristiano,  ya existía  en el hombre americano,  antes de la llegada de los europeos. Y entonces, la labor evangelizadora, había que iniciarla  reconociendo en  los ritos, mitos, cuentos, folklor, entre otros, instituciones de la cultura religiosa cristiana,  pero en el vehículo cultural nativo.

Esta modalidad evangelizadora, no habría surgido sin la influencia de un tipo de mirada, que ya no parte de esencialismos sobre el ser humano, salvo el de considerarlo,  fundamentalmente,  un ser cultural.   Se trata de la mirada de las ciencias antropológicas,  una  de las miradas que han inventado América desde la ciencia.   Comentaré algo al respecto,  en el siguiente apartado.

La mirada científica en la invención  de América

Probablemente, el esencialismo influyó en que, al  descubrimiento de América, se le haya  pensado, analizado e investigado  primero, como un hecho histórico y posteriormente, como hecho científico. Esto lo digo, no sólo porque hablar de invención, en el terreno científico, pudiera  resultar problemático, incluso, para algunos, contradictorio; sino porque, el papel de la ciencia, como productora de realidad externa (sin que cuente la intencionalidad humana),   esperaba todavía su turno en el momento del contacto.

Pero, en la medida en que se fue cayendo en cuenta,  de que se estaba  ante un nuevo continente, la curiosidad científica  por hacer comparaciones,  entre el nuevo y el viejo continente,  entró en escena.  Este  proceso,  se inicia,  desde que   El humanista y científico,  Pedro Mártir, inaugura los términos: Viejo Mundo y Nuevo Mundo.  Con ello, en mi opinión,  funda un nuevo paradigma, a partir del cual se define lo que Kuhn llamaría: una ciencia normal,  centrada  en la comparación de procesos naturales y culturales en  dichos mundos. Colón, nunca tuvo acceso a ese paradigma,  su suposición de encontrarse en Asia, era como decía O’Gorman: “invulnerable a los datos de la experiencia  empírica” (O’Gorman 1984:86).

Abundando en esto,  Pedro Mártir – dice O’Gorman  –  “estima que el viaje de Colón fue una feliz hazaña, pero no porque admita que logró alcanzar, según pretende el navegante, el otro extremo de la Isla de la Tierra, sino porque de ese modo se empezaba a tener conocimiento de esa parte de la Tierra, comprendida entre el Queroseno Áureo (hoy la Península de Malaca) y España,  que ha permanecido oculta, dice: “desde el principio de la Creación” y que, por ese motivo, llama el “nuevo hemisferio”(O´ Gorman 1984:  90).

La toma de conciencia que el ser humano estaba adquiriendo acerca de su mundo,  fue trascendental.   Si   tomamos una perspectiva suficientemente lejana, como aquellas que adoptaba Lévi-Strauss en sus estudios etnológicos, nos damos cuenta de que  estamos,  ante  lo que de manera imaginaria,  nos han descrito las novelas de ciencia ficción,  cuando  nos hablan de contacto entre  civilizaciones extraterrestres.  Después de que unas cuantas familias,  procedentes de Asia,  habían cruzado  por el estrecho de Bering, el paso se cierra y América queda separada del Viejo Mundo. Esta separación,  como dijimos,  ha sugerido innumerables investigaciones en distintos campos  del saber.   Estamos, ante algo   similar al experimento  que ofrecen los estudios sobre los gemelos. En ambos casos,  se da  naturalmente,  una situación que permite  investigar,  los aspectos de la condición  humana,  que suponemos son universales,  y están determinados absolutamente desde su origen;   o por el contrario,   aparecen divergencias que terminan superando las condiciones iniciales,  con   variantes e  innovaciones,  que no estaban previstas al principio. Otros, encontraron la oportunidad de analizar a escalas mayores, el viejo debate entre el  poligenismo y monogenismo. Para otros más,  la existencia de un Nuevo y Viejo Mundo, representó una buena oportunidad para verificar la uniformidad espacial de  las leyes culturales.

Quizás el enorme valor heurístico de este experimento natural,  hizo  que Lévi– Strauss,  considerara  el  “descubrimiento de América”,  como una de las tres grandes fuentes de reflexión etnológica,  pues llevó al europeo a ponerse ante la posibilidad de un otro cultural,  con el que previamente no había tenido contacto alguno.

En  estas indagaciones,  que  ya son de tipo científico, el sustancialismo no deja de estar presente,   pero  ya no  desde la mirada externa de Dios,  sino desde la Ciencia.  Se sigue tratando  de caracterizar América, con base en categorías  biológicas,  como el de raza, y recientemente con el de genoma,  como si éstas no fueran constructos de los biólogos[1],  y  a  pesar de que, todavía a finales del siglo pasado,  dominaba la opinión, de que  la antropología cultural,   había mostrado,   con contundencia,  que la categorías biológicas, como sería el caso del mestizo,  quedan rebasadas por las categorías culturales,  ya que éstas últimas, no trabajan con esencialismos.

Otro caso, de excesos del sustancialismo, lo ha mostrado Eric Wolf, antropólogo de origen judío, que realizó diversos estudios en México. Su pensamiento, evidencia,  lo erróneo que resulta adoptar un punto de vista que divide al mundo en sociedades separadas, que concibe a las culturas, como bloques impenetrables y estáticos, o sistemas cerrados. Si por doquier, hay conexiones – se pregunta Wolf – ¿por qué nos empeñamos en convertir fenómenos dinámicos e interconectados en cosas estáticas y desconectadas?

Para Wolf, esto se debe, a una manera de escribir la historia mundial,  de manera unilateral, y con argumentos de buenos contra malos,  donde el vencedor termina siendo el bueno, generalmente. Esta historia no dice nada, por ejemplo, del impacto que sufrieron, diversos pueblos de la tierra, con su integración, forzada e involuntaria,  al sistema mundial capitalista. La historia de occidente, concebido como una civilización independiente de las otras, es la única que se escribe. Se la muestra como la historia de la libertad y la felicidad, que partiendo de los griegos alcanza su consumación con Estados Unidos. Del mismo modo, la historia de Estados Unidos, contenida en los libros de texto,  pretende otorgar una misión divina a las trece colonias,  siendo que en realidad se trató de una orquestación de fuerzas antagónicas.

Las cosas pudieron haber sido de otro modo, nos dice Wolf:

“Pudo haber surgido una república Floridana políglota, una América Misisipiana y francófona, una Nueva Vizcaya hispánica, una República de los Grandes Lagos, una Columbia que comprendiera los actuales Oregon, Washington, y la Columbia Británica.” “¿Qué aprenderíamos de la antigua Grecia si la interpretáramos únicamente como una señorita libertad prehistórica, que sostiene la antorcha del propósito moral en la oscuridad de la noche bárbara?” -se pregunta Wolf-, a lo que se responde: “no entenderíamos por qué había más griegos mercenarios peleando en las filas de los reyes persas que en las filas de la Alianza Helénica contra los persas”. 

Siguiendo esta línea de pensamiento, si los historiadores del futuro,  toman muy en serio,  el cuento de buenos contra malos de Estados Unidos,  para explicar la invasión a Irak, tampoco entenderán,  como una parte de su ejército,  estaba conformada por mexicanos y al mismo tiempo, se preocupaba, como nunca en su historia,  en delimitar su frontera con México. Tampoco entenderán, los aspectos paradójicos del fenómeno migratorio, como el hecho de que la legislación migratoria más severa que ha tenido,  se haya dado durante los años de mayor crecimiento económico y laboral, o que, el presupuesto para la patrulla fronteriza,  creciera ininterrumpidamente desde 1996,  junto con la presión de grupos empresariales (agroindustriales, procesadores y empacadores de carne, de la computación),  para la ampliación del número de divisas,  para trabajadores extranjeros.

Pero estas relaciones,  no se reconocen,  si atribuimos a las naciones, sociedades o culturas, la calidad de objetos internamente homogéneos y externamente limitados, impenetrables y diferenciados como si fueran bolas de billar en una mesa. A lo que nos conduce esta categorización, basada en esencialidades sustancialistas, es a clasificar al mundo conforme a sus diferentes colores, y luego a invenciones del tipo descubrimiento de América, pero actuales,  como la que nos ha venido ofreciendo desde hace largo tiempo, que había un mundo “moderno” del Oeste y uno del Este (que había caído en las garras del comunismo), y había un tercer mundo, todavía atado a la tradición que tenía que ser salvado por el Oeste (Wolf, 1987).

Reflexión Final

Para O’Gorman, en los historiadores, existe un apriorismo fundamental  de tipo sustancialista, “que condiciona todos sus razonamientos y que ha sido, desde los griegos por lo menos, una de las bases del pensamiento filosófico de Occidente: la viejísima y venerable idea de que las cosas son, ellas, algo en sí mismas, algo per se; que las cosas están ya hechas de acuerdo a con un único tipo posible, o para decirlo técnicamente: que las cosas están dotadas desde siempre, para cualquier sujeto y en cualquier lugar de un ser fijo, predeterminado e inalterable” (O’ Gorman, 1958:42) .

Por otro lado,  O’Gorman, afirma que la idea que tenemos de nuestro mundo, la tomamos de la que tenemos  de nosotros mismos: “mientras el hombre se concibió así mismo, ya como un animal inalterablemente definido por su naturaleza,  ya como una criatura a la que se le han puesto fines y un destino que trascienden su vida, es decir mientras el hombre se conciba como algo ya hecho para siempre de acuerdo con un modelo previo e inalterable, tendrá que imaginar que su mundo tiene la misma inconmovible estructura o índole.  Pero a la inversa, si el hombre se concibe, no ya como definitivamente hecho, sino como posibilidad de ser, el universo en que se encuentre no le parecerá límite  infranqueable y realidad ajena, sino como un campo indefinido de conquista para labrarse su mundo, producto de su esfuerzo, de tu técnica y de su imaginación” (O’Gorman,1984: 75) .

Las consideraciones anteriores, nos hacen pensar  que la separación radical del ser humano y su medio, es también una característica de  la epistemología e historiología occidental, que ha contribuido al sustancialismo en el relato histórico y al predominio de la mirada externa a la hora de construirlo. Concebir al mundo  “como un campo indefinido de conquista” reproduce ese distanciamiento; el  hombre (abrumadoramente  europeo), aparece como una fuerza activa, las nuevas tierras “descubiertas” y los seres humanos, y no humanos, que la pueblan,   asoman como  elementos pasivos. Siguiendo su intencionalidad, el hombre se apropia de lo que le rodea, y la historia se escribe como si esta fuera el despliegue de la intencionalidad humana. Pero atención,  Rodríguez advirtió que:

“En tanto se siga pensando al proceso humano,  desde una mirada externa, será inútil explicarlo como el despliegue creciente de la intencionalidad humana en su lucha por superar el dolor físico y el sufrimiento mental”.  Será sólo cuando, en  lugar de naturaleza o mundo,  hablemos de  paisaje externo,  y  cuando, en vez de mundo interno o sociedad,  hablemos de paisaje interno o paisaje humano, comprendiendo además, que la fusión de estos paisajes,  es lo que llamamos realidad, que podremos empezar a concebir una historia escrita desde la mirada interna”.


Ponencia presentada por el Dr. Genaro David Sámano en el: “XV Simposio Internacional de Pensamiento Filosófico Latinoamericano”, celebrado del 29 de junio al 1 de julio del  2016. Universidad Central “Marta Abreu” de las Villas,  Santa Clara, Cuba.


David Sámano se desempeña como profesor  – investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de la  Ciudad de México (UACM) e investiga temas vinculados a  la  epistemología,     filosofía de la ciencia y  antropología de la ciencia.


Bibliografía

O’Gorman, E. La invención de América. 1984.

Silo. Obras completas. Plaza y Valdés. 2002.

Collingwood. R.G. Idea de la Historia. 1946 (1984).

Wolf, Eric. Europa y la gente sin historia. 1987.


[1] En un escrito titulado: La construcción política del genoma del mestizo mexicano, su autor,  Carlos López,  cuestiona la objetividad de este tipo de constructos,  que sin embargo,  por intereses políticos y de mercado, oportunistas,  se les presenta públicamente,  como hechos científicos,  que nos aguardan  para ser investigados y casi simultáneamente,   aprovechados.


Artículo del libro Interpretando al Nuevo Humanismo. Etnología, Epistemología y Espiritualidad. https://edicionesleonalado.net/es/producto/interpretando-al-nuevo-humanismo/

 

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