Desde hace largo tiempo, la guerra, ha sido una terrible compañera de la humanidad. En la actualidad, existe una cotidiana industria de la guerra más descarada que nunca, que está destruyendo no sólo al enemigo, sino el tejido social mundial. Es muy probable que previo al inicio de una guerra, se haga un estudio de mercado que analice la rentabilidad del “proyecto”, en términos de los posibles compradores de armas (de uno y otro bando), o de las empresas constructoras que van a encargarse de la reconstrucción de las ciudades bombardeadas.
La industria de la guerra, se justifica ideológicamente, domina la mentalidad que la reconoce necesaria. Este supuesto, según explican algunos antropólogos (Harris, 2000: 52), ha logrado abrirse paso selectivamente, a lo largo de la historia humana, de una manera, un tanto inconsciente.
Otros investigadores, basados en vestigios muy antiguos, opinan que si ya consideramos sociedades humanas a los grupos de homínidos que utilizaban herramientas rudimentarias, el momento en que la guerra se convirtió en una institución, es extraordinariamente reciente. Se da cuando en ciertas zonas del planeta, la vida tribal da paso a los grandes Estados con ejércitos regulares, es decir, un escaso período de tiempo (comparado con el de la etapa tribal), de cuando mucho siete mil años.
¿Si la guerra es tan necesaria, cómo pudo la humanidad arreglárselas sin ejércitos, y por lo tanto, sin guerras de gran escala, durante cientos de miles de años? Probablemente, había conflictos ínter-tribales localizados, pero esto no nos induce a pensar en una institución de guerra, como la que suponen los ejércitos actuales. Sabemos muy poco de la prehistoria, la imagen más común y más popular es la del “bruto violento”, pero no la del guerrero a sueldo. Esta imagen, no nos permite explicar, por ejemplo, algunos rasgos de las culturas prehistóricas, en los que la cohesión social pudo haber sido tanto o más consistente, que en las sociedades estatales.
De la etapa tribal al momento actual, hemos pasado de una mentalidad colectivista – espiritual, a una individualista – material, donde la guerra, institucionalizada controlada por los Estados, tiende a dejar de estar a su servicio. Pero esto no significa que estemos regresando a etapas tribales, sino que hoy, la gestión de la guerra está cada vez más en manos de grupos minúsculos e individuos que nos ubica en una situación sin precedentes históricos, como la que describe Matin Rees:
“Hace veinte años nos preocupaba la posibilidad de un enfrentamiento entre las superpotencias; en los años noventa eran los levantamientos nacionalistas y los conflictos a menor escala. Ahora nos preocupan los terroristas y otros grupos violentos, y en el futuro nos preocuparán los individuos carentes de escrúpulos y con una mente similar a la de quienes en la actualidad diseñan virus informáticos, pero que pronto tendrán poder para causar un perjuicio mucho mayor”.
Por ello, si estamos en una etapa de individualismo – y sin pretender explicar con esto la totalidad de las guerras – podemos decir que hoy, la ideología de la guerra tiene también una causalidad psicosocial y no solo social o económica. El deterioro del tejido social ha incrementado el número de individuos, o grupos de individuos que impulsan guerras impelidos por sus frustraciones personales. Algunos han acumulado tal poder, que verdaderamente mueven el mundo. El doctor Akop Nazaretian, advierte sobre la reducción del coeficiente de “resistencia a la estupidez de nuestro gobernantes”, como la medida del riesgo que corremos con ellos, al incrementar el uso de tecnologías avanzadas en la guerra, y apuesta a un balance tecno-humanitario para contra restar tal riesgo.
Silo, por su parte, en muchos aspectos de su obra, proporciona claves para analizar el problema de la guerra desde perspectivas psicosociales. Su concepto: “proyección del paisaje interno”, es útil para esclarecernos acerca de, quienes sin haber superado sus líos personales, acceden a la toma de grandes parcelas de poder. Muchos jefes y líderes, hoy en día, vuelcan sus contenidos internos sobre las poblaciones envolviéndolos en el dolor y sufrimiento bélico.
Otro aporte de Silo, es: “el paradigma de la mirada externa”; que nos hace ver a la guerra como su peor consecuencia. Bajo la mirada externa, las motivaciones de la acciones provienen, no de un contacto profundo con uno mismo, sino de la presión de las cosas sobre el espíritu. Los conflictos se resuelven bajo la fría mirada del balance fáctico del poder material y no deliberando en términos de intenciones humanas.
Si el proceso humano, se encuentra desde hace tiempo, en una etapa de afirmación del interés individual, en detrimento del bien colectivo y de la afirmación material sobre el espíritu, estamos ante una crisis de la mentalidad individualista, una vez sucumbida la mentalidad colectivista. Actualmente, por ejemplo, la propiedad privada está en peligro, y no precisamente por logro de las masas desposeídas, sino por el crimen organizado.
Probablemente, tengamos que retomar varios aspectos de la línea evolutiva que seguíamos en etapas tribales, periodos en los que el equilibrio ente lo colectivo y lo individual, facilitó la existencia de seres humanos y la posibilidad de desarrollo.
Probablemente también, todavía tenemos mucho que aprender de las enseñanzas morales de las grandes religiones y de las civilizaciones antiguas. Retomar, por ejemplo, ese sabio principio que dice: “trata a los demás como quieres que te traten”.
Pero ¿acaso entonces tenemos que dar marcha atrás para reconstruir el tejido social? Algunos antropólogos, pese a ser evolucionistas son antiprogresistas, nos presentan un escenario en el que estamos condenados al cambio sin que necesariamente sea progresivo en algún sentido, al contrario, cada vez, nos cuesta más mantener el mismo nivel de vida. Otros antropólogos han mostrado que el poder tiende a concentrarse en pocas manos, de manera tan inexorable como operan las leyes de la física. Si así fuera ¿qué podríamos hacer?
Creo, que el ser humano no tiene por qué pensar en dar marcha hacia atrás para liberarse de estas condenas, no puede pretender volver a su vida tribal o tributaria por poco individualistas, espirituales o poco destructoras de la naturaleza que pudieran parecer ese tipo de sociedades. Sin embargo podemos reconocer que hay aspectos de estas culturas que valdría la pena retomar. Por ejemplo John Briggs y David Peat apoyándose en el trabajo de antropólogos han destacado la manera en que ciertos cazadores-recolectores evitan la excesiva concentración de poder individual:
“Los antropólogos han descubierto que los !kung, bosquimanos del desierto de Kalahari, en África, son muy conscientes del peligro de que los individuos basen su identidad en el poder. Cuando un cazador !kung vuelve a casa con un rico botín para compartirlo, sus vecinos le reprochan el ofrecimiento en vez de agradecérselo. Y así lo explican: Cuando un joven mata mucha caza, se cree que es un jefe o un gran hombre, y piensa en el resto de nosotros como sus sirvientes o inferiores. Y nosotros no podemos aceptar algo así, rechazamos al que se jacta, pues algún día ese orgullo lo llevará a matar a alguien. Así pues, siempre que hablamos de la carne que trae, como algo que no vale nada. De este modo se enfría su corazón y vuelve gentil. “. Marvin Harris – nos dicen también estos autores – ha observado que los “!kung tienen líderes a los que se escucha con mayor deferencia cuando hablan: pero no tienen una autoridad formalmente reconocida. De ahí que sólo puedan persuadir, nunca ordenar”. Así en ellos el poder no se ha transformado en la imposición de los deseos individuales del líder a los demás. Pero también en sociedades modernas Briggs y Peat nos revelan casos en que “el efecto mariposa” de la teoría del caos se hace patente, mostrando la profunda influencia que pueden ejercer en su sociedad individuos comunes, que humildemente y sin querer ser protagonistas, saben actuar en el momento oportuno, para superar algún mal que aqueja a su sociedad (Briggs y Peat, 1999:65).
Participación de David Sámano en el Coloquio: “La reconstrucción del tejido social. El papel del juego, el arte y la cultura.” Universidad Autónoma Metropolitana, 14 de octubre del 2013, México.
David Sámano se desempeña como profesor – investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) e investiga temas vinculados a la epistemología, filosofía de la ciencia y antropología de la ciencia.
Bibliografía
- Harris, Marvin. El origen de la guerra. En: Caníbales y reyes. Alianza Editorial. 1977(2000).
- Adams, R. La red de la expansión humana 1976.
- Briggs, J. y Peat, D. Las siete leyes del caos. 1999.
Artículo del libro Interpretando al Nuevo Humanismo. Etnología, Epistemología y Espiritualidad. https://edicionesleonalado.net/es/producto/interpretando-al-nuevo-humanismo/
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