En tiempos de la dictadura chilena, igual que en la Alemania nazi, hubo asesinatos, torturas, traiciones, cobardía y toda la maldad que uno pueda imaginar. Pero también hubo solidaridad, fraternidad y un heroísmo extremo. Quizás siempre en los momentos de catástrofes aparecen esas dos caras del ser humano.
Ahora quiero hablarles de un héroe, valiente como pocos, audaz y altruista, que expuso su vida para salvar la de otros.
Seguramente muchos de ustedes lo conocen, pero quizás los más jóvenes no. Se llamaba Harald Edelstam, era el embajador de Sucia en Chile y lo denominaban “El Clavel Negro”, emulando aquello de “Pimpinela Escarlata”.
La historia del Clavel Negro se parece a “La lista de Schindler” porque aunque las situaciones fueron diferentes, ambas tienen rasgos de coraje, de generosidad y de grandeza muy similares.
Harald Edelstam era abogado y procedía de una familia de nobles de Suecia. Luchó contra el nazismo en la segunda guerra mundial y cuando pudo ayudó a las familias judías en Berlín y protegió a quienes luchaban en la resistencia contra los nazis. Allí fue donde se ganó el apodo de “Clavel Negro”, que conservó toda su vida.
Terminada la guerra, ocupó puestos diplomáticos en varios países, algunos fueron latinoamericanos, entre ellos Guatemala. Allí se produjo el 1954 un golpe militar encabezado por el Carlos Castillo Armas, apoyado por los Estados Unidos, que derribó al gobierno progresista de Jacobo Arbenz. Harald Edelstam colaboró con quienes actuaban contra la dictadura y se dedicó a denunciar las violaciones a los derechos humanos que se cometían en Guatemala.
En 1972 el gobierno sueco lo nombró embajador en Chile. Edelstam se sintió muy honrado, pues simpatizaba con el gobierno de Salvador Allende. Cuando llegó a Chile ya no era joven, tenía casi 60 años pero era un hombre alto y delgado, de muy buen ver. Pronto se hizo amigo de los dirigentes políticos y de gobierno, de los artistas e intelectuales de izquierda y a menudo concurría a las poblaciones más pobres y confraternizaba con el pueblo.
Cuando se produjo el golpe cívico-militar, él, que siempre había sido un luchador antifascista y un defensor del humanismo, se sintió involucrado y escandalizado por los crímenes y excesos de la dictadura. La embajada sueca abrió sus puertas a todos los perseguidos y se les recibía allí con comprensión y respeto.
El embajador visitaba diariamente el Estadio Nacional, por donde pasaron 12.000 presos: chilenos, uruguayos, argentinos, europeos, muchos de los cuales murieron y otros fueron torturados.
El Clavel Negro concedía salvoconductos, conducía en su propio vehículo a los perseguidos, visitaba refugios y se coordinaba con organizaciones internacionales.
Por su parte, la embajada de Cuba tuvo serios problemas. Cada noche la rodeaban los fascistas, sin que la policía del dictador hiciera nada por resguardarla, y se escuchaban insultos y disparos de armas de fuego.
Cuba decidió romper relaciones con el gobierno dictatorial. Sin embargo, eso tiene algunos inconvenientes. Porque aunque se demuestra al mundo el repudio a un gobierno ilegítimo, como hicieron muchos países, incluyendo a México, disminuyen las embajadas como lugares de refugio.
En esos momentos el Clavel Negro concurrió a la embajada de Cuba y le dijo al embajador Mario García Incháustegui: “No te preocupes, váyanse tranquilos, que yo asumo los intereses de Cuba en Chile y atenderé cuidadosamente a las personas que están asiladas aquí.”
Los diplomáticos cubanos salieron de la embajada, dispuestos a defenderse de los ataque fascistas, pero los miserables no se atrevieron porque los cubanos son gente valiente y de armas tomar.
Ese mismo día, Harald Edelstam tomó posesión de la embajada de Cuba y reemplazó la bandera cubana por la sueca.
Estaba asilado allí Rolando Calderón, dirigente sindical y ex ministro de agricultura y del trabajo del gobierno popular. Un día que salió al patio, desde afuera le dispararon a matar. La bala pasó rozando su cabeza y le despedazó un arco ciliar, aunque no tocó el ojo. El embajador Edelstam lo llevó en su auto al hospital y como tenía sentido del humor, cuando los militares intentaban detenerlo, gritaba “Por donde yo paso, es territorio sueco”, y así lograba avanzar.
Sin embargo, hubo un caso mucho más complicado. Una refugiada uruguaya, Mirtha Fernández Pucurull, tupamara cuyo nombre de batalla era Malena, enfermó gravemente y era indispensable llevarla al hospital. Harald consiguió una camilla, Mirtha se acostó allí y el Clavel Negro salió él mismo de la embajada, empujando la camilla, afirmando que ese era territorio sueco y logró llegar al hospital.
Pero a la salida las cosas se complicaron. Al darla de alta entraron militares que se la querían llevar.
El embajador la tuvo que defender contra los militares armados, forcejeó con ellos y se acostó arriba de la enferma gritando “este es territorio sueco”.
Años después, Mirtha escribió un libro que se llama “Colgada de un piolín” (piolín en Uruguay significa una cuerda delgada, un cordelito) y allí dice en una de sus páginas:
“Harald permanecía aferrado a mi camilla como lapa a una roca. Le temblaban las manos, aunque se esforzaba por aparecer muy tranquilo”.
Así fue como la llevó y la sacó del hospital él mismo, poniendo su propio cuerpo como protección contra los militares que trataban de arrebatársela.
Por cierto, el 23 de septiembre de 1973, el embajador Edelstam asistió, en los principales lugares, al funeral de Pablo Neruda, primer acto público realizado en dictadura, en el cual se cantó La Internacional.
Pero la Junta Militar no esperó mucho y en diciembre de 1973 declararon a Edelstam ”persona non grata” y debió abandonar Chile, después de tres meses en que salvó a miles de perseguidos.
El Clavel Negro murió en Suecia en 1989, a los 76 años.
Son muy numerosos los homenajes que se le han rendido en Suecia, en Chile, en Guatemala y en numerosos países en los que vivió, trabajó y protegió a los adversarios políticos de los gobiernos.
En el año 2009 se estableció en su país de origen, el Premio Harald Edelstam.
Una rambla de Montevideo lleva su nombre desde el 2005.
En marzo del 2013 se editó en Uruguay un sello en su honor al cumplirse los 100 años de su nacimiento.
En Chile hay un monumento en su honor en la Plaza Montecarmelo de Santiago.
Incluso en 2006 se filmó un largometraje en Chile sobre la vida de Harald Edelstam, a cargo de un director sueco, Uls Hultberg. La película se llama ”The black pimpernel” (El clavel negro).
Para terminar, diré: Honor y Gloria a Harald Edelstam, el Clavel Negro.