Reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
20 de enero de 2023
La reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF) se parece cada vez más a la alfombra roja de Cannes, pero tras la apariencia de una feria de vanidades en la que cada uno ayuda al otro a sujetarse la careta resulta indudable que Davos tiene una inquietante agenda de poder global.
El formato del evento está diseñado para impresionar, aunque en realidad se trata de una obra de teatro con cinco tipos de personajes: las estrellas, las comparsas, los periodistas, las caras visibles de la organización y, finalmente, el poder globalista en la sombra, del que el WEF es uno de sus principales instrumentos.
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Los personajes de la obra de teatro
Los organizadores eligen primero a las estrellas, unas pocas figuras de poder que hacen de cebo y que suelen ser políticos relevantes y multimillonarios, es decir, los Césares y Crasos de hoy.
Como polillas irremediablemente atraídas por su relumbrón, acuden las comparsas, que embellecerán sus plumas contando que se han codeado con los poderosos, aunque en la mayor parte de las ocasiones codearse sea exactamente eso: rozarse levemente el codo al cruzarse en un pasillo estrecho. Es el caso de la mayoría de los directivos de multinacionales, burócratas, ONGs, políticos de países poco importantes e intelectuales. Vanitas vanitatum.
La misma vanidad atrae a los periodistas, empujados también por su proverbial curiosidad y su fascinación por lo secreto. A ellos se les ofrece las migajas del poder, aunque su función real en la obra sea transmitir debidamente las consignas y proteger al poder en la sombra de toda publicidad negativa.
Las caras visibles de la organización son burócratas a los que no se exige necesariamente grandes conocimientos ni profundidad intelectual, pero sí otro tipo de talentos, y que, aunque tienen autoridad, no son la Autoridad.
Finalmente están los caballeros del poder oculto, no en balde la invisibilidad era lo que el Anillo Único de Tolkien otorgaba a su Portador. Sus miembros entran en escena canturreando la primera estrofa de una canción de mi admirado Freddie Mercury: Here we are/Born to be Kings/We are the Princes of the Universe. Hablaremos de ellos más adelante.
Davos es una convención numerosa que reúne alrededor de 2.600 personas. La mayoría de ellas son representantes de ricas empresas y fundaciones, aunque cerca del 10% son representantes de agencias de noticias y medios de comunicación, cifra que muestra la importancia conferida a los periodistas como transmisores de las pertinentes directrices.
Han sido participantes habituales los grandes censores globales (Google, Microsoft y Facebook), representantes de la ONU y la UE, unas pocas universidades anglosajonas (especialmente Harvard) y los poderes “filantrópicos” globales, especialmente Bill Gates (Fundación Bill & Melinda Gates, donante del WEF[1]) y George Soros (Open Society).
Por último, dos tercios de los participantes suelen proceder de EEUU y Europa, aunque las dictaduras árabes del Golfo Pérsico ostentan una representación desproporcionada respecto a su PIB[2], lo que implica una sugerente intimidad entre los principales productores de petróleo y los promotores del fraude del cambio climático.
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La hipocresía de Davos
Una característica del Foro Económico Mundial es su hipocresía: “las reglas son para ti, no para mí”. Por ejemplo, propugna la transparencia, pero ellos son los campeones de la opacidad. Con unos ingresos de 360 millones de francos suizos y una plantilla que roza las 800 personas, su Informe Anual no desglosa sus ingresos por donante ni tampoco sus gastos, de los que sólo dan un par de epígrafes sin mayor detalle[3]. Tampoco se encuentra ningún informe de auditoría independiente.
Asimismo, el mismo Foro Económico Mundial que tanto defiende al Estado como “stakeholder” y propone aumentar los impuestos es una entidad exenta que no paga impuesto alguno más allá de la seguridad social de sus empleados.
Hablan de diálogo, pero en sus reuniones nunca hay debate entre posiciones contrapuestas, sino la repetición constante de sus propios eslóganes. Asimismo, apoyan la censura de los medios y de los risiblemente llamados fact-checkers, posiblemente creados por ellos mismos. En realidad, Davos nunca ha sido un defensor de la libertad, término que Klaus Schwab apenas menciona en sus libros (y nunca defiende con claridad) mientras omite por completo la expresión “propiedad privada”.
El último ejercicio de hipocresía del Foro Económico Mundial tiene que ver con su tótem climático. En los menús de Davos no parece haber insectos ni hamburguesas sintéticas sino solomillo, pero el presidente de Siemens, consejero del WEF, tiene la desfachatez de proponer que 1.000 millones de personas dejen de comer carne para tener impacto en el clima[4]. Y sus asistentes no acuden en coche eléctrico o Troncomóvil, sino en una hipócrita marabunta de aviones privados “contaminantes”.
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Un afán de dominio total
¿Quiénes son los que ostentan el poder en la sombra – o, más bien, en la penumbra? Grosso modo, son personas e instituciones multimillonarias para quienes el dinero tiene ya una utilidad marginal decreciente (no así el poder) y a los que une su mesianismo, su complejo de dios, su megalomanía y un objetivo común: privar al hombre del don de la libertad, que desprecian al considerar que sólo ellos, los elegidos, seres superiores, saben lo que debe hacerse.
Políticamente el modelo con el que sueñan es mucho más cercano a China que a la democracia, a la que le reservan el papel de decidir sólo sobre bagatelas mientras las grandes líneas de pensamiento y acción son decididas por “la élite”. Así, en este movimiento globalista los políticos electos no pertenecen a la oficialidad sino a la tropa. No mandan; son mandados, pues quien aspira al dominio global no puede exponerse a público escrutinio ni rotar cada cuatro años. Como con razón resume Elon Musk (de los pocos que declinan la invitación a asistir a Davos), “el Foro Económico Mundial se está convirtiendo en un gobierno mundial no electo que el pueblo nunca pidió y que el pueblo no quiere”.
Al igual que Sauron, los forjadores de este Anillo Único globalista adolecen de la libido dominandi descrita por San Agustín en el s. V, es decir, de un lujurioso afán de dominación universal. Su voluntad de poder no conoce límites, pues su proyecto, como veremos, es ni más ni menos que una Nueva Creación en la que rivalizan con el mismo Dios. Sin embargo, a diferencia de Dios, no quieren un ser humano libre y capaz de amar, sino un siervo asustado que se limite a obedecer. Así, no ha sido casualidad la paulatina instauración de la Cultura del Miedo en las sociedades occidentales, como atestigua la histeria covid y el apocalipsis climático.
Debemos comprender que consideran hostil toda estructura de poder ajena a ellos. Por un lado, su vocación global hace que las organizaciones supranacionales no electas (como la ONU o la UE) sean su sistema de gobierno preferido y que el Estado-nación sea declarado enemigo, motivo por el que siempre caricaturizan el patriotismo como nacionalismo radical.
Por otro lado, declaran también la guerra a la familia, que para ellos es simplemente otra estructura de poder rival que protege a sus miembros y que entorpece su objetivo de aislar al individuo para controlarlo con mayor facilidad. Así se comprende el diabólico asedio de que está siendo objeto esta institución secular, una fortaleza cimentada en una fuerza que no controlan (el amor) y antaño considerada inexpugnable, pero que ahora se ve sometida al bombardeo constante de la incitación a la lucha entre sexos y la perversa ideología de género mientras sus murallas son minadas por la falta de compromiso (concubinato, divorcio exprés, aborto, etc.).
Finalmente, consideran la creencia en Dios y la religión (especialmente el cristianismo) otra estructura de poder hostil, algo natural dado su ateísmo militante, residual en la población en general en EEUU y muy minoritario en Europa[5] pero claramente mayoritario en este grupo de poder, punto relevante que suele pasarse por alto.
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La subversión antropológica del Great Reset
Siendo absolutamente real la prosaica agenda de poder anteriormente descrita, conviene detenerse en el trasfondo de la batalla que se está planteando, que es de naturaleza antropológica. En efecto, el objetivo de los nuevos dioses es recrear el mundo según sus distópicos delirios.
Para lograrlo, su estrategia pasa primero por deconstruir al ser humano para más tarde reconstruirlo. La desconstrucción se logra desdibujando las referencias morales y antropológicas que constituyen su verdadero centro de gravedad, de modo que, debilitado y sin brújula, pueda convertirse en una marioneta desmadejada. De este modo, más allá de los liberticidas cambios sociales, políticos y económicos que proponen, éste es en realidad su Great Reset: una Nueva Creación con un Nuevo Hombre, un clon obediente y amoral, un siervo callado y sumiso, sin voz ni voto, al que se le dirá lo que tiene que hacer.
Como es natural, esta distopía, presentada al desnudo, resulta muy poco atractiva, por lo que para “atraerlos a todos y atarlos a las tinieblas” necesitan utilizar la mentira prometiendo lo aparentemente más opuesto a la servidumbre: el Homo Deus, el hombre-dios. Esto explica la paulatina imposición del cientificismo en las sociedades occidentales que ha trasformado a la Ciencia (o, mejor dicho, a la pretensión de ciencia) en un ídolo que permitirá al hombre convertirse en Dios, conocer el futuro y dominar la vida y la muerte, motivo por el que se ocultan sistemáticamente las enormes limitaciones del conocimiento humano (en el clima, la ciencia o la medicina).
El siguiente paso es el transhumanismo que promete la superación mediante la tecnología de las mencionadas limitaciones humanas (físicas y mentales), lo que explica la campaña mediática lanzada para que permee como lluvia fina y pertinaz la quimera del inminente descubrimiento del secreto de la longevidad e inmortalidad, reflejo de una soberbia que se rebela frente al límite infranqueable de la muerte.
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Una amenaza real a la libertad
La estrategia de quienes manejan los hilos del Foro Económico Mundial es el fait accompli, el hecho consumado. Nadie ha debatido ni votado la Agenda 2030, ni el pasaporte covid, ni la ideología de género, ni el suicidio económico del fraude climático, ni la censura mediática, ni la reducción de la población mundial a toda costa. Estas “ideas” simplemente aparecieron un día como por ensalmo, se adueñaron de los medios y se impusieron como pensamiento único.
Quizá el caso más paradigmático sea la UE, laboratorio por excelencia del globalismo, cuya sedicente “élite”, que no responde ante nadie y que actúa con creciente despotismo, la convierte en el entorno idóneo para promover estos programas de hechos consumados.
Sin embargo, a pesar del poder evidente del que hacen ostentación, no podemos caer en el derrotismo. El mal intenta intimidar aparentando omnipotencia cuando en realidad esconde una radical impotencia, pues sabe que puede ganar batallas, pero que siempre perderá la guerra. Dicho eso, ¿cuál es la mejor forma de combatirlo?
Dada su preferencia por el secreto y la censura, lo que debemos hacer es señalarlo con el dedo, ponerlo bajo el foco para disipar la oscuridad que lo protege y alzar la voz para romper el silencio que impone, desnudándolo de todo disfraz seductor y privándole hasta de sus perfumes para mostrarlo en toda su fealdad y en toda su hediondez.
El Foro Económico Mundial y los poderes que lo mueven están convirtiéndose en una parodia de sí mismos y fracasarán en su intento de dominación global conforme sus siniestros y disparatados delirios aparezcan abiertamente como lo que son.
[1] WEF_The_Power_of_Partnerships_Report_2022.pdf (weforum.org)
[2] Who’s on the Magic Mountain? | The Economist
[3] WEF_Annual_Report_2021_22.pdf (weforum.org)
[4] Davos speaker calls for one billion people to ‘stop eating meat’ for ‘innovation’ and the environment | Fox News
[5] 10 facts about atheists | Pew Research Center