Por: Víctor Caballero Martin* – Noticias SER.
Gonzalo Banda, destacado analista político arequipeño, dice una gran verdad: “Hay dos momentos en los que a Lima le preocupa la radicalidad en las regiones y, especialmente, en el sur: en elecciones y en protestas sociales”(1). Le añadiría: en el primer caso, en las elecciones, los candidatos llegan con promesas que luego las incumplen con la misma rapidez con las que prometieron; y la segunda, se interviene cuando los conflictos han escalado en intensidad y el gobierno se ve obligado a firmar actas de compromiso para ejecutar obras, transferir recursos, prometer proyectos sociales que luego no se ejecutan, o se ejecutan parcialmente, o muy tarde.
Ahora nuevamente el Sur Andino está en el centro del interés del gobierno nacional, de las bancadas congresales, de los líderes de opinión de la derecha y de la gran prensa. De pronto los noticieros han puesto en el centro de todos sus miedos atávicos a los puneños, a los aymaras (los acusan de bolivianos que pretenden dividir el Perú), a los cusqueños, andahuaylinos, arequipeños, abanquinos, ayacuchanos, tacneños. A todos ellos los califican como parte de una gran conspiración contra el Perú. Les han dicho (y les dicen) de todo; ahora todos ellos son estigmatizados como lo fueron antes los ayacuchanos en las décadas del conflicto armado interno de los 1980 y 1990.
Se les ha criticado que sus demandas: “Que se vayan todos, cierre del Congreso, Asamblea Constituyente”, son maximalistas, intransigentes, que imposibilitan el diálogo. Pero, aclaremos: la otra demanda maximalista e intransigente es la de quienes sostienen que no hay nada que dialogar, y se mantienen en su terca y obstinada posición de continuar con sus reformas políticas. Aquellos que quieren mantenerse hasta el 2026, y/o asegurarse la reelección a través del restablecimiento del Senado y, por supuesto, buscan cerrar todos los caminos para una mayor democratización del Estado peruano, como ya lo hicieron con las trabas que han impuesto a la convocatoria de referéndum constitucional.
¿Es posible llegar a puntos de encuentro? Considero que sí.
Pero el tema es comprender la naturaleza del conflicto y las razones por las que la población ha tensado al extremo sus fuerzas y entregado una enorme cuota de vidas nunca vista en estas dos décadas.
Es obvio que estamos ante una demanda política de los pueblos del sur que han fortalecido su identidad en el desarrollo del conflicto social. Frente a ellos, lo que vemos, con estupor, es la lectura que desde los grupos de poder político, económico y mediático hacen de esta movilización. Creen que el problema se resuelve con más bonos de solidaridad, más ayuda social, y más promesas de inversiones públicas. No es la primera vez que ofrecen dádivas y bonos; recordemos los miles de millones de soles que se les ofrecieron en las mesas de diálogo. Tratar de centrar el diálogo en esos puntos es cometer un grave error; es no entender que el problema es político, que la agenda política que están proponiendo son reformas del Estado, pero con la participación de sus representantes gremiales y políticos.
Más claro aún, lo que están planteando es que toda reforma política que defina la naturaleza del Estado tiene que ser debatida, o por lo menos consultada con nosotros. El grito de la calle, el enardecimiento de pobladores de distintas condiciones en el Sur Andino reclamando “¡Nueva Constitución!”, debe ser leído en ese sentido: en la búsqueda de producir reformas políticas con la participación del pueblo, de sus organizaciones, de sus líderes. No entender esta demanda y cerrar toda posibilidad de diálogo respecto a esta agenda es lo que ha producido esta crisis, y la va a sostener durante décadas con la consecuencia de consolidar un país fragmentado e irreconciliado.
Por el contrario, lo que vemos, con asombro, es que las bancadas congresales de la derecha, que ha perdido legitimidad (solo tiene un 8% de aprobación), han venido aprobando reformas conservadoras cerrando la participación democrática de la población en su derecho a decidir su destino; y se proponen primero hacer reformas a su medida para luego garantizar la continuidad de la dominación del centralismo sobre las regiones.
¿Es posible construir bases para el diálogo con los pueblos del Sur Andino? Claro que se puede y se debe. Pero eso pasa por reconocer que lo que está en el centro del conflicto es una cuestión de poder: sobre las reformas que el Estado Peruano requiere y sobre el debate de un nuevo consenso en el equilibrio de poder en el que el pueblo exige participar. Exige, asimismo que se considere como actores políticos e interlocutores válidos a los nuevos gobernadores regionales y nuevas autoridades municipales, para establecer las bases de una agenda política de reformas, incluyendo al pueblo movilizado, a sus organizaciones y líderes como actores políticos con los cuales dialogar.
Obviamente esta tarea rebasa los tiempos y plazos electorales. Es una agenda de mediano plazo, pero cuyas bases deben sentarse ahora. Debemos tomar en cuenta que lo que está en construcción son las bases para fortalecer la democracia peruana y la participación popular en las decisiones fundamentales de la política. Y eso se hace con la participación del pueblo y sus organizaciones de base, nada sin ellos.
Es la lección de vida que nos están dando los pueblos del Sur Andino, a quienes les expreso todo mi respeto y admiración.
(*) Sociólogo.
Foto: Noticias SER.