Por su peculiar geografía, los habitantes de Chile estamos muy acostumbrados a vivir con miedo. Con temor a los terremotos, maremotos, erupciones volcánicas y otras severas inclemencias que a lo largo del tiempo han cobrado cientos de miles de vidas. Asimismo, los conflictos sociales se han sucedido a lo largo de toda nuestra historia, tanto que después de cinco siglos todavía el país no logra la paz en la Araucanía, y el Estado chileno continúa combatiendo con los mapuches que quieren conquistar sus derechos fundamentales y recuperar sus propiedades ancestrales.
Lo que no teníamos en Chile es tanta violencia delictiva, tanto que por mucho tiempo podíamos ufanarnos de que nuestros índices de violencia y corrupción eran discretos en relación al conjunto de países del Continente. Pero esto ahora ya no es así, lamentablemente. Solo en el último año ha crecido un 43 por ciento el número de homicidios y se han multiplicado en muchas veces los asaltos a mano armada a los hogares, el robo de automóviles y la destrucción más insensata de los bienes públicos. Personas que han llegado a quemar iglesias y asaltar compañías de bomberos y, por cierto, cuarteles de las policías.
Las estadísticas señalan que hoy los miembros de la tercera edad son los principales agredidos por las bandas de delincuentes. Que ya no existen niños que puedan concurrir a sus colegios sin arriesgar un asalto con violencia. Hace pocos días un padre fue brutalmente golpeado para robarle su auto, computador y celular mientras hacía fila para matricular a su hija en un establecimiento escolar, dado este absurdo sistema que obliga a los apoderados a pasar la noche y días enteros a la intemperie para asegurarse el derecho a concurrir a un colegio decente. Que, entre otras cosas, no exhiba tan altos casos de violencia estudiantil y agresiones a los maestros.
Uno de estos jóvenes residentes del barrio más acomodado de la Capital fue captado destruyendo a pedradas un grifo del agua potable simplemente para seguir entretenido, después de una celebración en que se bebió en exceso y posiblemente se consumió droga, cuyos decomisos suman todas las semanas cientos de toneladas de marihuana y otros estupefacientes que llegan al país por las mismas aduanas. El afán de tener dinero lleva a la corrupción y la delincuencia, tal es así que una joven tenista es expulsada de las competencias internacionales por dejarse ganar a cambio de un suculento pago.
Los administradores del Transantiago acaban de denunciar que los ventanales de decenas de sus buses son destruidos cotidianamente mediante combos y los martillos de seguridad robados desde los carros del Metro. Advirtiéndonos, además, que la reparación de los mismos es muy onerosa y toma varios días antes de que estos buses puedan volver a circular.
Habría que hacer un cálculo de cuánto tiempo le dedican los noticiarios de la televisión para dar cuenta de todo el caos urbano materializado por la delincuencia organizada. Los medios de comunicación han dejado para la cola de sus espacios lo que sucede en el mundo, en la política y qué decir en la cultura mundial y de nuestro país. De esta forma, la sensación de miedo se acrecienta y sirve a aquellos sectores que reclaman mano dura contra los delincuentes. Porque hasta los más incautos observadores advierten que, de seguir todo igual, no sería extraño que el sucesor de Boris en La Moneda sea alguien de la extrema derecha o que los militares recurran de nuevo a un golpe de estado.
Suma y sigue. Se dice también que los incendios que asolan nuestros bosques y destruyen las poblaciones más modestas se producen en un 90 por ciento por causa humana. Y ya no se descarta que muchos de estos sean ocasionados por grupos organizados para este fin, sobre todo para combatir las ocupaciones ilegales de terrenos y la construcción informal a lo largo de todo Chile, cuestión que ciertamente afecta a las inmobiliarias. Pero incluso que estos siniestros se propongan destruir los bosques y las instalaciones madereras establecidas en los territorios reclamados por los pueblos ancestrales.
En plena época estival, parte importante de la delincuencia se ha trasladado a los balnearios y el temor allí de los veraneantes es sobrecogedor. Al grado que un alcalde ha decretado restricciones a la circulación nocturna y las playas son a diario testigo de los enfrentamientos entre bandas criminales que ponen el riesgo, y también matan, a otros que nada tienen que ver con sus pleitos.
El narcotráfico ya está plenamente instalado en nuestro país y en el lenguaje popular los nombres de los carteles y de sus mafiosos cabecillas están plenamente identificados por la población, así como Gendarmería reconoce que es desde las cárceles donde se conciben y se ordenan muchos delitos de alta connotación e impacto.
A todo lo que sucede, hay que sumar los numerosos casos de corrupción política y policial, algunos de los cuales logran ventilarse en los Tribunales y la prensa. De esta forma es como recién se descubre que en el pudiente Municipio de Vitacura el ex edil se favorecía de una organización delictual para asaltar el erario municipal, pagar sobresueldos y distraer para sus bolsillos varios miles de millones de pesos. Un alcalde de derecha, en este caso, que se suma a las de otras autoridades socialistas y de otros colores de nuestro arcoíris partidario.
Desfalcos enormes en Viña del Mar y la comuna de Maipú con recursos robados a la educación y la salud pública. Casos que felizmente empiezan a descubrirse, aunque los especialistas reconocen que es en los municipios donde se acometen mayormente los desfalcos y malversaciones. Tales como los acometidos por centenares de médicos sorprendidos por la emisión de miles de licencias médicas fraudulentas. Agreguemos, además, la impunidad que sigue favoreciendo a los más poderosos delincuentes del mundo empresarial, que no cesan de cometer colusiones en sus precios y servicios, como ahora, falsificaciones (al estilo de los de La Polar) en desmedro de los millones de consumidores.
En la jerga judicial se habla de jueces “garantistas”, expertos en descubrir vicios procesales que les sirven para sobreseer y dejar en la impunidad a no pocos hechores. Y aunque el país ha recuperado cierta confianza en sus efectivos policiales, todavía se constatan robos y otros delitos perpetrados por ellos mismos. Y las cifras de la delincuencia organizada siguen creciendo.
De norte a sur, Chile huele a humo con miles de hectáreas y poblaciones arrasadas por el fuego. Y a la propia contaminación ambiental se ha sumado el ruido de las balas que silban cotidianamente en los supermercados, las multitiendas, calles y barrios. Especialmente al caer la tarde y la noche. Como en todo drama social el pueblo vive con miedo e impotencia, pero no sería tan extraño que se resignara a someterse y asumir la tragedia como nuestro pan de cada día. Mal que mal, se dice que somos animales de costumbres.