Otro de los casos más ilustrativos del vergonzoso antisemitismo católico durante la segunda guerra mundial –respaldado en definitiva por el Vaticano- se dio con el gobierno de Eslovaquia, ¡presidido por el sacerdote católico, Josef Tiso! Dicho Estado fue fruto de la desmembración de Checoslovaquia exigida por Hitler y aceptada por Francia y el Reino Unido en el tristemente célebre Pacto de Munich de septiembre de 1938. De este modo, en marzo de 1939, yendo más allá de lo estipulado en el propio Pacto, Hitler se apoderó de toda la República Checa y, acogiendo hábilmente genuinas aspiraciones nacionales, permitió la existencia de un Estado eslovaco subordinado –de gran mayoría católica- que quedó gobernado dictatorialmente por el católico y antisemita Partido Popular Eslovaco, creado en 1905 por el sacerdote Andre Hlinka. Este último era tan racista que había proclamado, en contra de la política oficial de la Iglesia, que “un judío sigue siendo un
judío aunque lo bauticen cien obispos” (Daniel Goldhagen.- La Iglesia Católica y el Holocausto. Una deuda pendiente; Taurus, Buenos Aires, 2003; p. 78); y el Partido era “favorable a la expulsión de los judíos del país” (John Morley.- Vatican diplomacy and the jews during the Holocaust 1939-1943; Ktav Publishing House, New York, 1980; p. 72).
Una vez fallecido Hlinka en 1938 fue sucedido por Tiso quien se convirtió al año siguiente en el presidente del nuevo Estado. Además, muchos sacerdotes formaron parte del gobierno y Congreso eslovaco. Y el Vaticano reconoció rápida y formalmente dicho gobierno el 25 de marzo y le envió a Tiso una bendición apostólica. La primera legislación antijudía fue a través de un decreto del 18 de abril, ¡que incluyó como “judíos” incluso a los católicos conversos con posterioridad al 30 de octubre de 1918! (ver Morley; p. 74). Ella no generó ninguna protesta pública o privada del Vaticano. Luego, a fines de julio, Tiso se reunió con Hitler en Salzburgo, resultado del cual el gobierno endureció su política antisemita. L’Osservatore Romano se limitó a “anunciar que la Constitución eslovaca iba a ser modificada para disminuir la influencia judía en el país” (Ibid.).
Por otro lado, el Vaticano se negó a reconocer al gobierno checo en el exilio en Londres, pese a la petición en tal sentido, en enero de 1941, de su presidente Edward Benes. Dos años después, Benes “aún se quejó del reconocimiento vaticano a Eslovaquia y de ignorar al gobierno checo en el exilio. Además, predijo que esto comprometería a la Iglesia en la Checoslovaquia del futuro” (Ibid.; p. 73). A su vez, el encargado de negocios vaticano en Eslovaquia, Giuseppe Burzio, le informaba al Vaticano, el 5 de septiembre de 1940, que se estaban adoptando “medidas en contra de los intereses comerciales de los judíos”. Por ejemplo, las de “inscribir sus empresas como ‘judías’, y registrar todas sus propiedades. Burzio expresó también la opinión de que dada la influencia preponderante de los judíos en los negocios eslovacos, algunas de estas medidas podían estar justificadas, pero que ellas habían llegado a ser excesivas e ido más allá de los límites de la justicia. Y comentó más adelante que las regulaciones estaban eliminando a los judíos de la vida económica del país, pero en beneficio más de los alemanes que de los eslovacos” (Ibid.; p. 74).
En 1941 se aprobó una nueva ley antisemita. En ella se estipuló una definición racial de “judío” sin ninguna excepción; prohibió los matrimonios entre judíos y no judíos y “mitad judíos”; y obligó a los niños católicos-judíos a asistir a escuelas propias de los judíos. Además, estipuló la obligación de que usaran en sus vestimentas la estrella de David; les prohibió el ejercicio de varias profesiones y otras normas que aseguraban “su progresiva y total eliminación de la vida política, económica y social de la nación” (Ibid.; p. 75). Antes de su promulgación, Burzio trató infructuosamente que los obispos eslovacos presionaran al gobierno para que específicamente no se aprobasen las disposiciones que afectaran a los católicos. Y luego, tanto los obispos y el Vaticano se quejaron privadamente de aquellas disposiciones, logrando solamente eximir a los católicos-judíos de usar la estrella de David. A su vez, el gobierno nazi expresó su “indisimulada satisfacción”, puntualizando “que había sido establecida por un Estado encabezado por un miembro del clero católico” (Michael Phayer.- The Catholic Church and the Holocaust 1930-1965; Indiana University Press, Bloomington, 2000; p. 87).
Por otro lado, el 27 de octubre de 1941, Burzio le envió al Vaticano lo que parece ser la primera información recibida de sus fuentes diplomáticas, respecto de matanzas masivas de judíos por los nazis. Esta fue obtenida de capellanes militares eslovacos que acompañaban a los ejércitos invasores de Rusia. Como reacción la Secretaría de Estado del Vaticano (Doménico Tardini) sólo le expresó a Burzio su interés en saber “si eran eslovacos o alemanes quienes estaban cometiendo las atrocidades” (Morley; p. 78). Y además en una reacción extremadamente lenta pues su cable de respuesta fue enviado el 20 de diciembre…
En marzo de 1942 Burzio se enteró de los planes de los gobiernos alemán y eslovaco de deportar a todos los judíos a la Polonia ocupada por lo que protestó frente al gobierno eslovaco. En sus cables al Vaticano, Burzio señaló duramente que “la deportación de 80.000 personas a Polonia a la merced de los alemanes equivalía a condenar a gran parte de ellos a la muerte” (Ibid.; p. 79). Las presiones vaticanas y de los obispos eslovacos lograron eximir de la deportación sólo a los judíos bautizados o casados con personas católicas. La gran mayoría fueron formalmente exiliados a trabajos forzados, pero en realidad para ser asesinados. Y cuando se votó la ley que estipulaba la deportación masiva, los sacerdotes parlamentarios votaron a favor de la ley o se abstuvieron, “pero ninguno votó en contra” (Ibid.; p. 86)…
A su vez, mientras este proceso se desarrollaba, los obispos eslovacos sacaron una carta pastoral ¡negando las “acusaciones” de que habían bautizado a muchos para salvarlos de las deportaciones! Además, ¡reafirmaron que los judíos eran un pueblo maldito por Dios por su “deicidio”! Y añadieron que la acción de los judíos había sido perniciosa para el país: “En corto tiempo han tomado el control de casi toda la vida económica y financiera del país, en detrimento de nuestro pueblo. Y lo han dañado, no sólo económicamente, sino también en el ámbito cultural y moral. Por lo tanto, la Iglesia no puede oponerse a que el Estado ponga obstáculos legales a la peligrosa influencia de los judíos” (Ibid.; p. 85).
Solo un par de obispos y algunos sacerdotes se opusieron claramente a la deportación salvando vidas, informando a contactos en el extranjero o presionando a Tiso para que parasen las deportaciones (ver ibid.; pp. 85-6). En cambio, “el Vaticano ni siquiera informó a otros obispos europeos sobre el involucramiento de Tiso en el Holocausto” (Phayer; p. 46). De acuerdo a la información dada por la embajada italiana al Vaticano en septiembre de 1942 “70.000 judíos (eslovacos) habían sido deportados desde marzo hasta mediados de agosto. Cerca de 20.000 permanecieron, la mayoría de los cuales habían sido exentos porque eran conversos, casados con cristianos o habían tenido privilegios dados por Tiso” (Morley; p. 88). Además, “durante los últimos meses de 1942, el Vaticano se abstuvo de hacer o decir algo, aunque estaba consciente de las posibles atrocidades cometidas en contra de los judíos eslovacos deportados” (Ibid.; p. 89).
A comienzos de 1943 surgieron fuertes rumores de que finalmente el gobierno eslovaco se aprestaba a deportar a todos los judíos, bautizados o no. Esto generó que los obispos eslovacos le pidiesen
específicamente al gobierno el 17 de febrero que no deportase a los católicos judíos. Y el 21 de marzo aquellos hicieron leer en todas las iglesias de Eslovaquia una carta pastoral donde se quejaban de la actitud del gobierno en contra de los judíos en general, ¡¡pero con un texto en latín!! (ver ibid.; p. 90)… De todos modos, gracias a fuertes cuestionamientos de Burzio al gobierno por un lado, y de la Secretaría de Estado vaticana al representante eslovaco ante la Santa Sede, se logró que el gobierno retirara la idea de deportar a los judíos católicos.
Fueron, sí, muy reveladoras las reflexiones que el caso eslovaco suscitaron en Doménico Tardini, virtual Secretario de Estado del Vaticano. Escribió una importante reseña sobre el tema el 7 de abril. En ella planteaba que “la cuestión judía era una cuestión de humanidad”; y que en general la persecución de los judíos en Alemania y los territorios ocupados eran “una ofensa contra la justicia, caridad y humanidad”. Sin embargo, sus reflexiones posteriores demostraban muy poco compromiso ético con el tema, y hasta un gran oportunismo y antisemitismo: “En Eslovaquia el jefe de Estado es un sacerdote. Por lo tanto el escándalo (de la persecución de los judíos) es mucho mayor, como también lo es el peligro de que su responsabilidad pueda ser dirigida a la misma Iglesia Católica. Por estas razones sería oportuno que la Santa Sede efectúe de nuevo una protesta, repitiendo –incluso de manera más clara- lo que ya fue explicado el año pasado en una nota
diplomática”. Y añadió: “Dado que -en especial recientemente- líderes judíos han recurrido a la Santa Sede por ayuda, no estaría fuera de lugar que esta nota diplomática discretamente se hiciera conocida por la opinión pública (el hecho de haber sido enviada y el contenido del documento más que el texto). Esto haría que el mundo se enterara de que la Santa Sede cumple con sus deberes de caridad más que buscar atraerse la simpatía de los judíos en el caso que ellos se encuentren entre los vencedores (dado el hecho que los judíos –como se puede prever- nunca serán demasiado amistosos con la Santa Sede y la Iglesia Católica). Pero esto hará más meritorio cualquier acto de caridad” (Ibid.; pp. 92-3). ¿Tal era el grado de antisemitismo de Tardini, que –al igual que Hitler- ubicaba a los judíos entre los países aliados?…
Luego, en diciembre de 1943, bajo presión alemana, el gobierno de Tiso anunció que los restantes judíos no convertidos deberían ser puestos en campos de concentración hacia comienzos de abril de 1944, y más tarde anunció que “los 10.000 judíos bautizados también serían colocados en campos especiales propios” (Ibid.; p. 96). Frente a ello el Vaticano no hizo nada significativo. Finalmente, a fines de 1944, luego de reprimir una revuelta, el gobierno alemán tomó el total control de Eslovaquia, enviando los últimos 13.000 a 14.000 judíos a Auschwitz. En definitiva, “el Vaticano no actuó. No amenazó con la excomunión o la interdicción del presidente, el primer ministro o la población. La única acción contra Tiso ocurrió en octubre de 1941 luego que hizo un discurso comparando la doctrina social católica y el nazismo. En ese momento, Pío XII pensó que Tiso debería ser removido de la lista de prelados y, con ello, por supuesto, perder su derecho al título de ‘monseñor’. Esto no se hizo porque se descubrió que era innecesario. Tiso había perdido su derecho al título con la muerte del Papa que se lo había dado, ya que no había sido renovado por su sucesor” (Ibid.; p. 101).
Y como concluye Morley, entre otros factores, “el fracaso de la diplomacia vaticana en Eslovaquia (…) debe atribuirse a su propia indiferencia a la deportación de los judíos (…) las condiciones únicas existentes para el Vaticano en el caso de esta nación verdaderamente católica no fueron aprovechadas (…) Un claro pronunciamiento vaticano condenando la deportación de judíos con toda probabilidad habría influido en los líderes de la nación. Sin embargo, la diplomacia vaticana se contentó con limitarse al estrecho ámbito de los intereses estrictamente católicos, y perdió una oportunidad para efectuar un gran gesto moral y humanitario” (Ibid.).