En 15 días de movilizaciones contra el Congreso y por el adelanto de elecciones en Perú, se ha confirmado la muerte de 22 personas en los enfrentamientos de manifestantes con la Policía y las Fuerzas Armadas. Otras seis personas fallecieron en accidentes de tránsito y hechos vinculados al bloqueo de carreteras. Las regiones más afectadas por la represión son Ayacucho y Apurímac. En esta última, todos los fallecidos eran adolescentes de entre 15 y 19 años. Trabajaban en actividades agrícolas o en construcción para mantener a sus familias. Soñaban con ser futbolistas, farmacéuticos, médicos, policías y artistas. En Ayacucho, gran parte de ellos murieron por impactos de armas de fuego en el tórax, cuello y cabeza.
Por: Rosa Chávez Yacila – OjoPúblico
Con colaboración de Fiorella Montaño / Red Investigativa Regional de OjoPúblico
El 7 de diciembre, Pedro Castillo intentó llevar a cabo un golpe de Estado. Ese mismo día fue vacado por el Congreso, detenido en la Prefectura de Lima y Dina Boluarte ―entonces vicepresidenta― asumió el más alto mando del país. Tras poco más de una semana en detención, ahora el expresidente cumple 18 meses de prisión preventiva por los presuntos delitos de rebelión, conspiración, abuso de autoridad y grave perturbación de la tranquilidad pública.
Esta serie de hechos inusitados, veloces y definitivos provocó que, poco a poco, la gente se volcara a las calles. Los manifestantes reclaman en su mayoría el adelanto de elecciones, la disolución del Congreso y la renuncia de la presidenta. Aunque el Congreso aprobó, en primera instancia, el adelanto de elecciones para abril de 2024, las movilizaciones persisten en algunas regiones del país.
Hasta las 12 m. del miércoles 21 de diciembre, según la Defensoría del Pueblo, la vorágine de rabia y violencia había dejado 22 fallecidos en los enfrentamientos de los manifestantes con los efectivos de la Policía y las Fuerzas Armadas. Otras seis víctimas, detalló la institución, murieron en accidentes de tránsito y hechos vinculados a los bloqueos de carreteras.
Todos los fallecidos son civiles. La mayoría pertenecen a regiones del sur andino, con altos niveles de pobreza monetaria. Allí, la represión policial y militar ha arremetido con mayor fuerza.
Durante las marchas se han reportado también daños y ataques a la propiedad privada, la infraestructura de entidades públicas y medios, por parte de algunos grupos. Hay, también, alrededor de 350 civiles y 290 policías heridos.
Ayacucho, uno de los departamentos más asolados en la época del conflicto armado interno, reúne el mayor número de muertes directas: diez. Hay seis fallecidos más en Apurímac, tierra del pueblo chanka y con una gran cantidad de comunidades quechuas. Tres muertes más en Junín, dos en Arequipa y otra en La Libertad.
La presidente Dina Boluarte ha visitado a algunos policías heridos. Pero en el caso de los fallecidos ha expresado sus condolencias a través de un tuit y mensajes públicos. El último viernes, estuvo en una ceremonia de graduación en la Escuela Militar de Chorrillos, en Lima, donde dijo que la Policía y las Fuerzas Armadas tenían instrucciones claras para “salvaguardar la integridad y los derechos humanos de los manifestantes”.
Sin embargo, tras los primeros fallecimientos en Ayacucho, la Defensoría del Pueblo instó al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas a que “cese de inmediato del uso de armas de fuego y del uso de bombas lacrimógenas lanzadas desde helicópteros”.
Las pruebas sobre el uso de armas de fuego contra civiles por parte de los militares en Ayacucho son distintas y numerosas. Las necropsias realizadas a ocho de los diez jóvenes que fallecieron allí señalan que recibieron impactos por proyectiles de arma de fuego. En seis casos, estos impactos fueron en el tórax. En uno, fue en el cráneo y, en otro, en el abdomen.
Por su parte, la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos ha identificado distintas vulneraciones a los derechos humanos durante las movilizaciones registradas en el ámbito nacional. Por ejemplo, el uso de munición prohibida y armas de fuego contra civiles, disparo de bombas lacrimógenas al cuerpo de los manifestantes, detenciones arbitrarias, infiltración de policías encubiertos en las marchas, sembrado de pruebas incriminatorias, entre otras.
La Misión en Perú de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Oacnudh) también ha expresado su preocupación por el incremento de la violencia en el país. Además, esta semana, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos realiza una visita al Perú por invitación del Estado. También ha condenado el incremento de los hechos violentos y ha exigido al Estado peruano sancionar a los culpables.
El Consejo de Estado —integrado principalmente por el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial— ha dado su respaldo político a Boluarte y a su decisión de decretar el estado de emergencia y poner a la Policía Nacional y a las Fuerzas Armadas a cargo del control de la seguridad del país durante 30 días.
OjoPúblico presenta un pequeño memorial de algunas de las víctimas mortales de las movilizaciones de los últimos días. Las semblanzas pertenecen a adolescentes de entre 15 y 19 años, y dos jóvenes de 23 y 26. Se trata de chicos de Apurímac, Ayacucho y La Libertad que, en algunos casos, salían a marchar por primera vez en sus vidas.
El niño y el hombre de la casa
D.A.Q. – 15 años
Tenía solo 15 años, pero D.A.Q. ya sabía vivir la vida de los hombres grandes. En su casa, un pequeño cuarto alquilado en Huayhuaca ―un centro poblado en la provincia de Andahuaylas, en la región de Apurímac―, el adolescente era quien mantenía a su madre y a sus dos hermanos menores. “Tenía planes para nosotros ―dice Esther, su hermana de 17 años―. Apoyarnos, ante todo”.
El estudiante de tercero de secundaria llevaba la doble vida de los niños trabajadores. Por un lado, iba a clases en el colegio Simón Bolívar y, por el otro, salía a trabajar a las chacras de la zona o en alguna obra de construcción.
El joven tenía, literalmente, proyectos inmensos para su futuro. Dice su hermana Esther que soñaba con trabajar con maquinaria pesada. “También quería tener una casa muy grande”, recuerda. A veces pensaba en volverse policía, por qué no.
A pesar de su precipitada e impuesta madurez, D.A.Q. era, todavía, un niño. Le gustaba que su madre, una ama de casa y ocasional vendedora de anticuchos, le engría y le cocine arroz chaufa con huevo frito. Uno de sus pasatiempos favoritos era el Free Fire, un videojuego de acción y aventura, que, por momentos, lo entretenía hasta olvidar sus obligadas tareas como precoz hombre de la casa.
Michelle, cuñado y amigo de D.A.Q., dice que fue con él a las manifestaciones en el Aeropuerto de Andahuaylas y que asistieron solo por curiosidad. Era la primera vez que se sumaban a alguna protesta. Había pasado poco más de media hora desde su llegada, cuando D.A.Q. recibió el impacto. Según Michelle, su cuñado le dijo “ayúdame, hermano” y, minutos después, falleció.
Un delantero visionario
Beckham Quispe Garfias – 18 años
Como buen amante del fútbol y admirador de sus grandes figuras, su padre le puso como nombre Beckhan Romario (en honor, por supuesto, al mediocampista inglés y superestrella David Beckham y al delantero carioca Romario de Souza Faria). Tal vez por eso, o quizá solo por coincidencia, Beckhan Romario Quispe Garfias heredó la pasión incontrolable por el balón.
Empezó su carrera deportiva a los seis años. A partir de entonces, el joven oriundo de la comunidad de Yanayacu, en la provincia de Andahuaylas, jugó en distintos clubes locales, hasta convertirse en una estrella del fútbol en Apurímac. Alianza de Lliupapuquio, La Victoria y Los Chankas son algunos de los equipos por los cuales desfiló el delantero Quispe Garfias.
Su familia era numerosa y de escasos recursos económicos: un padre agricultor de papas, ollucos, ocas; una madre vendedora de choclos; seis hermanos. “Quizá por los bajos recursos mi hermano no ha llegado más allá en el fútbol, porque tenía mucho futuro”, dice Raquel Quispe Garfias, su hermana mayor, de 23 años.
La joven recuerda que Beckhan, quien cursaba el cuarto año de secundaria, suplía la escasez a punta de talento: con tal de que juegue con ellos, eran los propios clubes los que le daban los chimpunes y la ropa deportiva.
Además, estaba formando un equipo de fútbol amateur, Red Lyon. “Él no era un ‘piraña’ o un delincuente, él era dueño de su equipo de fútbol”, dice Raquel. Como un buen visionario de las jugadas ganadoras, trató de imponer sus reglas en la cancha.
Beckhan Romario había ido a protestar al aeropuerto de Andahuaylas, el 11 de diciembre. Su hermana Raquel desea que su pedido de justicia llegue a la mayor cantidad de personas posibles. “Para Perú solo vale Lima, no las provincias”, dice y reclama que han matado a la gente de su pueblo “como si fueran animales”.
El médico de la familia
Wilfredo Lizarme Barboza – 18 años
Wilfredo Lizarme Barboza era la esperanza de sus padres, dos agricultores del centro poblado Ccacce, en Andahuaylas. Como era un buen alumno, al terminar la primaria lo enviaron hacia Abancay, la capital de la región Apurímac, donde ingresó a un colegio que también era un seminario de sacerdotes. Con mucho esfuerzo, la familia reunía los 200 soles de la mensualidad.
Tras culminar la secundaria, Wilfredo continuó firme en sus planes académicos. Volvió a Andahuaylas y se matriculó en una academia preuniversitaria. “Su sueño era ser médico”, dice Luis Lizarme Barboza, su hermano mayor.
Para cubrir los gastos de sus estudios, Wilfredo y Luis salían a la plaza de la ciudad a buscar trabajo. Allí, cuando tenían suerte, los recogían los dueños de sembríos o construcciones que necesitaban peones para la jornada. De cierto modo, Wilfredo estaba practicando la disciplina, la minuciosidad y el esfuerzo que necesitaría para la medicina en las labores físicas de la ciudad y el campo.
A pesar de sus obligaciones con los estudios y su familia, guardaba algo de dinero para sus vanidades juveniles. Le gustaba coleccionar zapatillas de distintos modelos y colores. Dice el hermano mayor que ha dejado unos tres o cuatro pares nuevos, que jamás podrá usar. Sin embargo, Luis quiere recordar a Wilfredo con la humildad que siempre conservó: calzando sus ojotas de caucho y trabajando hombro a hombro en las chacras.
Luis Lizarme Barbonza cuenta que su hermano murió el segundo día que salió a marchar. Era 12 de diciembre, en el aeropuerto de Andahuaylas. Llevaba una pancarta que decía “Cierren el Congreso”. “El segundo día, más bonito lo había dibujado”, recuerda. Pide ayuda para que su familia de escasos recursos económicos, conformada por sus dos padres y ocho hermanos, pueda salir adelante.
Un estudiante religioso
Cristian Rojas Vásquez – 19 años
Cristian Rojas Vásquez ansiaba ser policía. Se había preparado muy bien, pero no pasó la evaluación por su estatura. Noemí Rojas Vasquez recuerda que su hermano menor se puso muy triste, pero la familia lo animó para que estudie otra cosa. Por eso, se matriculó en un instituto de Andahuaylas, en Apurímac, para estudiar Farmacia. Apenas había terminado el primer ciclo.
Noemí cree que su hermano no se dejaba vencer tan fácil ante las adversidades por sus fieles creencias cristianas. “Él siempre nos animaba, a mí me decía ‘no hay que rendirse’”, cuenta su hermana. Recuerda al joven tocando canciones evangélicas en su teclado y entonando alabanzas. Para Noemí, su hermano era el más estudioso y cariñoso.
Para su amigo Filio Hurtado Omonte, Cristian era un chico hábil y, sobre todo, responsable. “Estaba en el camino de Dios”, dice. Trabajaba los fines de semana para traer dinero a la casa, pero su principal meta era terminar de estudiar.
En el centro poblado de Ancatira, su padre ―un agricultor de papas, ollucos y cebada―, su madre ―ama de casa―, sus cinco hermanos y sus amigos aún no creen en su irreversible partida.
Cristian Rojas Vásquez fue herido el 10 de diciembre. Su amigo, Filio Hurtado Omonte, dice que habían ido juntos a las protestas en el aeropuerto de Andahuaylas, pero en algún momento se separaron. En ese lapso a Cristian le cayó una bomba lacrimógena en la cabeza. Por la gravedad de su lesión, fue trasladado al Hospital Guillermo Díaz de la Vega, en Abancay, donde aguantó con vida cuatro días.
El cantante intrépido y sentimental
Carlos Huamán Cabrera – 26 años
Carlos Huamán Cabrera era una persona intrépida. A sus cortos 26 años, su espíritu aventurero ya lo había llevado a tomar decisiones importantes que cambiaron su vida. Cuando apenas era un adolescente de 16 ―en su natal distrito de Bagua Grande, en la región Amazonas― se acercó al director de una orquesta musical, mientras esta grababa un videoclip en medio de una plaza, y le ofreció ser uno de los vocalistas.
“Me dijo que siempre había practicado lo que es canto, pero no había una orquesta que le diera la oportunidad ―recuerda Jesusito Vásquez, director de Ilusión Sensual, el grupo de cumbia amazónica que le abrió las puertas desde entonces―. Tenía una voz fina”.
Con esa suave y sentida voz, Huamán Cabrera fue el célebre intérprete de los éxitos Solterito y Parrandero, Mi linda guambrita o Tu recuerdo de amor. De hecho, esta última canción fue la que conquistó a Leydi Campos: ella era una fan de Ilusión Sensual, él era el famoso vocalista. Cuando se conocieron se gustaron y, pronto, se quisieron. Hace siete años tuvieron un hijo.
Fue esa intrepidez suya, y también el amor por los demás, la que llevó a Carlos Huamán Cabrera a buscar un mejor futuro para su familia. Durante la pandemia viajó solo desde Amazonas hacia Lima: necesitaba otro empleo, ganar más dinero para los suyos. En la capital trabajó como repartidor de pollos en una avícola. Leydi Campos, recuerda a su “amor”, su “vida”, su “viejo”, su “bebé” como un esposo y un padre que lo entregaba todo.
Hace medio año, su arrojo habitual le marcó nuevos rumbos: La Libertad. En la provincia de Virú consiguió un puesto como empleado de una empresa agroexportadora. Gracias a ese esfuerzo había logrado construir una pequeña casa de madera en el centro poblado El Ron.
Huamán Cabrera había prometido volver allí para Navidad. Su mujer, en medio de su reciente e increíble duelo, por momentos siente como si nada hubiera pasado. Como si solo faltaran pocos días para reunirse con su amor de la voz sentimental.
Hasta ahora, Leydi Campos no entiende bien lo que pasó con su marido. Dice que el 11 de diciembre, ella y Carlos conversaron por chat todo el día. Alrededor de las 9:00 p.m. él le escribió contándole que estaba en las protestas. “¿Para qué, pues, te has ido?” le preguntó ella. Nunca obtuvo respuesta. Antes de las 5:00 a.m. recibió una llamada del celular de su esposo, pero habló un hombre diciéndole que Carlos había muerto.
Un danzante inagotable
Clemer Rojas García – 22 años
Clemer Rojas García comenzó a bailar desde muy niño, porque en su casa ―en la provincia de Huamanga, en la región andina de Ayacucho― a todos les gustaba hacerlo. Ya de adolescente, se unió a la comparsa Los Huaraqueros de Quinua. Con ellos, salía en cada carnaval ayacuchano a bailar danzas tradicionales por las calles y las plazas de su ciudad.
Era uno de los bailarines líderes, recuerda su padre, Reider Rojas Jaúregui. “Mi hijo era una persona alegre y muy activa”, dice. Clemer era quien animaba a más jóvenes a unirse a Los Huaraqueros de Quinua y organizaba al grupo. En los concursos de comparsas, muchas veces quedaron en primer lugar. “Siempre hemos salido campeones con nuestras costumbres”, recuerda Reider sobre los triunfos artísticos de su primogénito.
Clemer tenía planeada su rutina diaria como una coreografía armoniosa. Por las mañanas, estudiaba Mecánica Automotriz en el instituto Senati. Por las tarde, trabajaba con su padre en Rojas Rojitas, un carwash que era el negocio familiar. El joven solía gastarle bromas a su padre, a su madre y a su hermano menor. Reider Rojas Jáuregui admiraba cómo, en medio del trajín, el bailarín incansable siempre podía ser un “palomilla”.
Su padre dice que nadie en la familia sabía que Clemer había ido a protestar al Aeropuerto de Ayacucho. Recuerda que, cuando salió de la casa, el joven le dijo que iba a darle el encuentro a su mamá en el mercado donde ella trabaja. Cuando vio por las noticias los disturbios en el aeropuerto, se preocupó por su hijo y lo llamó a su celular. Contestó un hombre que le dijo “al joven le ha caído una bala, ya se lo llevaron, yo me he encontrado su celular”. Reiner indica que Clemer tenía un proyectil en el pecho que dañó mortalmente su riñón y su hígado.
*El retrato de D.A.Q. fue incluido en la composición fotográfica con autorización de sus familiares.
El artículo original se puede encontrar en el siguiente enlace: https://ojo-publico.com/4045/un-memorial-los-adolescentes-y-jovenes-muertos-las-protestas