Por Ovidio Bustillo García
Cuando se hizo esta foto, el lunes 13 de abril de 2017, Putin no había invadido Ucrania, aunque ya había una guerra de “baja intensidad” y de escaso interés mediático. La guerra a gran escala todavía era evitable. Nos estábamos manifestando un grupo de yayoflautas, como cada lunes en Sol, esta vez contra una Feria de Armas, HOMSEC, que se iba a inaugurar al día siguiente en el IFEMA de Madrid, donde se reunirían 200 mercaderes de armas para hacer su negocio en la mayor Feria de Armamento de España. Junto con otros colectivos que conformamos Desarma Madrid denunciábamos que las guerras no son una fatalidad caída del cielo sino el resultado de una preparación concienzuda, diseñada y elaborada, con intereses tan poco nobles como confesables, por honorables políticos, militares y estrategas que juegan a repartirse el mundo. Denunciábamos que este tipo de eventos fomenta la cultura de la guerra y el uso de la violencia, en detrimento de un modelo de seguridad humana que proteja el acceso a los bienes y servicios necesarios para una vida digna en libertad y sin sometimiento a la violencia heteropatriarcal. La posterior protesta pacífica ante el IFEMA por este siniestro evento, precursor y alimento de la guerra, supuso una sanción a 19 activistas, de más de 11.000 euros en total. Es el trato que dan las autoridades a quienes trabajan por la paz.
Cuando se sacó esta foto, Ucrania ya llevaba tres años de guerra civil, después del estallido del Euromaidán, alimentado por la embajada americana y la CIA, con la complicidad de los países de la OTAN. No escuchamos ninguna voz de alarma de sesudos políticos y periodistas cuando decenas de manifestantes y policía caían abatidos por las balas en Kiev. Nadie alertó del peligro que suponía alimentar el odio hacia todo lo ruso en un país con más del 30% de la población de habla, cultura y tradiciones rusas. Tampoco sonaron las alarmas cuando, fuerzas abiertamente simpatizantes con el nazismo, formaron parte del parlamento y de un ejército adiestrado por militares americanos. Apenas pasó de ser una trágica noticia de sucesos el incendio de la sede de los sindicatos en Odesa, donde murieron unas 48 personas abrasadas, tras incendiarla con cócteles molotov manifestantes pro-occidentales. Cuando en agosto de 2014 estallaba abiertamente la guerra en la región ucraniana del Dombás, no había periodistas que nos contaran cómo agonizaban los niños, cómo se derrumbaban los edificios o se quedaban los ancianos sin pensión.
No tenemos constancia de que España hiciera nada para presionar a Ucrania para que cumpliera los acuerdos de Minsk, que hubieran evitado la guerra. Tampoco nos consta que Rajoy o Sánchez alertaran de la imprudencia de seguir ampliando la OTAN hasta la mismísima frontera rusa. Tampoco sabemos por qué ni España ni Europa se tomaron en serio la oferta de Gorbachov de construir la “casa común europea”, una vez disuelto el Pacto de Varsovia. Sí sabemos que en los últimos años han aumentado las exportaciones de armas de España a Ucrania, así como el presupuesto militar. También sabemos que una de las llamadas “misiones de paz” ha consistido en enviar pilotos y cazas españoles a jugar a la guerra con pilotos y cazas rusos en los países del Báltico. Hemos visto el envío de barcos de guerra al mar Negro antes de que estallara la guerra y el envío masivo de armas a Ucrania, de instructores para sus soldados, de maniobras en los campos de tiro españoles…
¿Qué ha hecho España para evitar la guerra? NADA
¿Qué ha hecho España para parar la guerra? NADA
¡Dejen de ser hipócritas, tenemos las guerras que preparamos!
La venta de armas produce refugiados
Esta guerra en Ucrania, que no quisieron evitar, nos ha traído como consecuencia lógica millones de personas huyendo del dolor, el desastre y la muerte. No es nada nuevo, pasa con todas las guerras; pero a diferencia de otras guerras, las personas refugiadas ucranianas han contado con una acogida institucional y un apoyo mediático sin precedentes, sin trabas burocráticas infinitas, ni vallas con concertinas, ni frágiles embarcaciones para el transporte. España y Europa han demostrado que se puede acoger si se quiere y que somos una sociedad hipócrita y racista que acoge según el color de piel, el lugar de procedencia o el beneficio propagandístico de la acogida, olvidando que el derecho a la acogida se tiene solo por el hecho de ser persona y huir de la guerra.
Una vez más, la solidaridad no debe ser con los políticos militaristas que nos llevan a la guerra sino con las personas que la sufren, con los soldados a quienes se hizo soñar con una patria grande y se mueren congelados en las trincheras, con quienes no pudieron huir, con quienes detuvieron cuando huían, con quienes encarcelaron por ser disidentes o por ser objetores, con los familiares sin consuelo, con quienes perdieron sus hogares, sus bienes y sus sueños. Que tanto dolor nos haga reflexionar para no caer una vez más en el escalofrío identitario nacionalista cuando nos arengan con la patria. Es importante saber que detrás del patriotismo y los privilegios de unos está la miseria y la guerra para la inmensa mayoría.
Las armas las ponen los gobiernos, los muertos el pueblo
Podría parecer que esta fotografía es una premonición de lo que vendría cinco años después. En realidad no hace falta ser adivino para conocer cómo se gestan las guerras y los efectos devastadores sobre los más vulnerables, comenzando a menudo por los soldados, a quienes la vida les dio pocas oportunidades y la propaganda les hizo creer que eran importantes para salvar a la patria, porque siempre que la patria está en peligro los pobres pagan con sus vidas el festín patriótico de políticos, oligarcas y señores de la guerra. En la primera fila del sufrimiento y la muerte están también las personas que no pueden huir, mayores, niños, personas con necesidades especiales que se ven expuestas a las escaramuzas de los ejércitos, a los abusos de uno y otro bando, a las purgas por colaboracionismo, aunque no hicieran otra cosa que sobrevivir, porque para la soldadesca haber sobrevivido es ya un delito. Podemos llenarnos la boca con acusaciones de violaciones de derechos humanos en las guerras, pura propaganda, pantomima e impostura. Saben, cuando las preparan, que todas las guerras son eso, excepciones a los derechos, elogio de la violencia extrema, del ensañamiento, de la venganza, del sadismo, de provocar el mayor sufrimiento posible para escarmiento porque, cuando se han atizado las brasas del odio todo está permitido para acabar con el enemigo. No conozco una guerra en la que uno de los bandos haya sido ejemplar, aunque, ciertamente, hay grados. Si apenas conocemos las atrocidades cometidas en Irak o Afganistán es porque no nos las han contado, no porque no las hubiera. Recordemos a Julian Assange, preso por haber publicado de forma documentada algunas de ellas. Es extremadamente peligrosa esta falta de apoyo a la libertad de expresión, víctima también en la guerra de Ucrania, con otro periodista preso, Pablo González, y con la censura impidiendo el acceso a otras versiones de la guerra, no sea que dejemos de creernos la versión oficial y nos neguemos a pagar los platos rotos de sus guerras.
Se ha dicho y hay que repetirlo una y mil veces que “la verdad es la primera víctima de la guerra”, no sea que a estas alturas alguien siga creyendo que esta es una guerra por la libertad y por la democracia. Ambas abandonaron hace mucho tiempo Ucrania, acosadas por la prohibición de partidos y sindicatos, por la falta de derechos, por el patriotismo irrespirable, por el acre olor del odio al adversario y por los intereses de potencias extranjeras. Hemos visto cómo los países de la OTAN, encabezados por EEUU, han enviado masivamente armas a Ucrania que acabarán con la vida de miles de ucranianos y rusos, porque los muertos los pone el pueblo. Los Señores de la Guerra ya han hecho su negocio con la venta de armas, las han probado en combate y toca ahora mejorar su eficacia mortal para la próxima guerra. Las empresas de armamento suben en bolsa como la espuma y los afortunados inversores pueden recoger sus beneficios, porque la guerra es un “valor en alza” y seguro. Ya se ha encargado de adoctrinarnos diciéndonos que “siempre ha habido guerras”, que si nosotros no vendemos armas, otro las venderá; que la producción de armas crea muchos puestos de trabajo y sepultureros, entre otros. Doy por hecho que se habrá entendido que la crítica a la posición de la OTAN en esta guerra no es por simpatía hacia Putin y su gobierno. Nada más lejos de un antimilitarista que elegir entre dos personajes como Putin o Biden, ambos bien curtidos en el militarismo de sus respectivos imperios y con una buena corte de magnates y millonarios que los eligen, los financian y los promocionan. Tampoco el militarismo de Europa se queda atrás. Si la imagen del portavoz de la diplomacia europea Josep Borrell, vestido de militar, resulta tan paradójica como patética, el hecho de que hasta el mismísimo Fondo Europea para la Paz haya sido gastado comprando armas para Ucrania, nos da una idea de la desvergüenza y del concepto de paz que tienen.
Las guerras, como los incendios, es más fácil prevenirlas que pararlas. Hasta ahora los gobiernos se han dedicado a atizarla enviando más y más armas. En algún momento habrá que pedir responsabilidades. Preparamos la guerra y tenemos guerra. Si de verdad queremos la paz tendremos que invertir en prevenir los conflictos y en solucionarlos de forma justa y noviolenta. Lo demás son juegos de trileros con las palabras, las vidas y las economías. Recientemente 28 pacifistas han sido sancionadas con 16.800 € por cambiar a “Escuela de Paz” el rótulo de la “Escuela de Guerra” del ejército en Madrid la víspera de la cumbre de la OTAN. Su gesto es un signo de esperanza, pues cuando consigamos que en vez de academias militares existan academias de paz estaremos avanzando por el buen camino. En Mayo los Señores de la Guerra volverán de nuevo a Madrid a montar su Feria de Armas. Estaremos de nuevo en la protesta, denunciando con nuestros carteles que todas las guerras son evitables y que tenemos que parar la siguiente, que la venta de armas produce más refugiados que puestos de trabajo, que no queremos sus guerras ni ser carne de cañón para sus intereses. Volveremos a repetir que las guerras empiezan aquí, en ferias de armas como esta, en Cumbres de la OTAN o en Pascuas Militares como la que celebrarán el 6 de enero. Animamos a todos los colectivos que ponen la vida en el centro a parar las guerras y superar el militarismo para que el mundo sea un espacio habitable para todas. Y al gobierno más progresista de la historia, un último ruego, ya que no han hecho nada para evitar ni para parar la guerra, al menos pongan su firma en el Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares (TPAN), a ver si podemos evitar el holocausto.