Me encontraba en Valparaíso y vi una columna de humo sobre Viña del Mar. Era una pluma gigantesca, indicación de un gran incendio en los cerros y quebradas de la ciudad jardín. Efectivamente cientos de viviendas quemadas, dos personas fallecidas y una gran extensión de naturaleza destruida.
En los noticiarios de televisión de ese mismo día, en hora “prime”, los canales con cobertura nacional ya habían trasladado sus móviles y transmitían en directo la tragedia humana y ambiental. Un libreto conocido recurriendo a exacerbar las emociones de la tragedia: rabia, miedo, asombro y tristeza con el fin de capturar el “rating”.
En la mañana siguiente, los “rostros” de los matinales asumían el liderazgo comunicacional del drama y se comenzaba a organizar la ayuda solidaria para las y los damnificados.
En contraste, poca cobertura tuvo el despliegue de las principales autoridades liderados por el Presidente de la República escoltado por sus ministros, el Jefe de Plaza, la alcaldesa de Viña del Mar y el Gobernador de Valparaíso que desde el momento que se declaró el incendio estaban activos y en el apoyo a los damnificados junto a otras instituciones del Estado.
Los medios de comunicación definen una línea editorial que muestra que la solidaridad de las y los chilenos resuelven la crisis. Lo cierto es que es el Estado y su institucionalidad la que se hace cargo de las personas y sus pérdidas materiales.
Sin duda que la solidaridad para con las y los damnificados es un aporte, pero la acción del Estado no es reemplazable por la sociedad civil. Ni menos por aquellos que hacen de estas “acciones solidarias” una oportunidad para promocionarse y “marketearse”.
En presencia de esta solidaridad promovida por los medios de comunicación, me llamó la atención la sobriedad y coraje de la alcaldesa Ripamontti cuando señaló que solidaridad no es entregar lo que sobra y que, si desean colaborar con ropa, lo hagan con prendas nuevas con etiqueta y que los voluntarios debían ser calificados para aportar y no ser una carga.
Cierto es que ver las llamas quemando muchas viviendas es impactante. Despierta un sentido solidario y de compasión ver a familias que perdieron todo, pero no se puede pasar por alto que las víctimas del incendio de Viña del Mar no son las únicas que se encuentran en esa situación.
Podemos identificar, por ejemplo, a miles de familias migrantes que dejaron todo atrás por razones políticas o económicas. No tienen familiares en territorio chileno, carecen de redes de apoyo, viven en la calle, en plazas y playas y no tienen trabajo ni permiso para trabajar.
Son decenas de miles y son invisibles para los canales de TV, aun cuando viven entre cartones y telas a pocas cuadras de sus estudios y oficinas en la rivera y bajo los puentes del rio Mapocho, detrás del monumento del Presidente Balmaceda y en el parque japonés.
Tenemos el desafío de aprender a ver más allá de lo que nos muestran la TV y los medios de comunicación; y en ello la responsabilidad de la escuela es determinante en la formación integral de niñas, niños y jóvenes para construir una sociedad justa y equitativa.