Por Maxine Lowy
Una casa en estado de abandono y la historia guardada entre sus escasos muros son el motor que impulsa a un grupo de jóvenes a crear un nuevo espacio de memoria, un baluarte en tiempos de negacionismo.
Ese inmueble siempre le intrigaba. Todas las mañanas, caminando a paso acelerado hacia avenida Recoleta para ir al colegio, y luego, por la tarde, a ritmo relajado de vuelta a casa, lo pasaba. A veces se detenía frente a la entrada para asomarse y mirar por entre la reja de hierro forjado con el número 582A de esa calle Pedro Donoso. Al interior del sitio, podía ver una casa rodeada de una selva de matorrales y árboles sobrecrecidos.
Mucho antes de su nacimiento, algo sucedió en esa casa, que marcó el barrio, y que, hasta el día de hoy, le estremece a su madre, Ana María González, de 52 años.
El golpe militar se había hecho sentir en los estrechos pasajes de la población colindante, Quinta Bella, a partir de un allanamiento y detención masivos para sembrar terror. Pero en las calles anchas de la población Venezuela, donde ella vive, nunca antes se había notado mucha presencia militar. En aquella época, Pedro Donoso era una calle más angosta, su columna vertebral era una arboleda que se extendía los dos kilómetros entre las avenidas Recoleta y El Salto con pequeñas lomas donde uno se tiraba al pasto en días de calor.
La casa era conocida en ese barrio de la zona norte (hoy Recoleta, pero en esa época Conchalí) de Santiago porque la familia que la habitaba tenía una cultura solidaria. A principios de los ‘80, cuando las políticas económicas de la dictadura precarizaban la vida de los vecinos, en ese lugar se hacía ollas comunes para paliar el hambre y bingos a beneficio de personas necesitadas. También abrían sus puertas para reuniones de la resistencia. La inteligencia militar la eligieron para sus propósitos en junio 1987 porque sabían que allí se reunía el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
“Ese día 16 de junio de 1987 escuché y vi,” recuerda Ana María, en ese entonces una estudiante de 17 años. Lo que escuchó le despertó en la madrugada. Fue el sonido de metralletas.
Vecinos que estaban más cerca al lugar escucharon a un oficial que gritaba por megáfono: “Están rodeados! ¡Ríndanse!” Luego, silencio.
Lo que Ana María vio fue a numerosos oficiales, algunos en uniforme policial, otros de civil, y furgones policiales, que mantuvieron acordonado al sector durante toda la jornada. Desde temprano los periodistas venían a mirar y tomar fotos.
Ese día y durante las semanas subsiguientes, los medios de comunicación daban cuenta de un enfrentamiento en que habría sido abatida una banda de peligrosos extremistas. Algunos por miedo a las represalias, otros por complicidad, replicaron el comunicado oficial emitido por la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos) y la Central Nacional de Informaciones (la CNI).
Igual que sus vecinos, Ana María escuchó con incredulidad los relatos noticieros. Ninguna casa aledaña fue impactada por balas; ningún proyectil de bala se hallaba en la calle afuera. Años después, cuando pasaba delante con su hijita, le contaba que en ese lugar hubo un “montaje”, palabra que la niña no entendía bien.
Hoy esa niña, Misky Alvarez, tiene 26 años y Pedro Donoso 582 ha llegado a ser una brújula para ella: es secretaria de la Fundación Casa de Memoria y Resistencia Corpus Christi que se formó para restaurar el sitio y rescatar su historia. Hoy Misky entiende cabalmente lo que pasó en ese lugar.
Nueve meses después del fallido atentado contra la vida de Augusto Pinochet, llevado a cabo por el FPMR el 7 de septiembre de 1986 en el Cajón del Maipo, donde fallecieron cinco de sus escoltas, los aparatos de inteligencia seguían las pistas de los atacantes. Desde principios de 1987 seguían a los militantes del FPMR.
En la madrugada del 16 de junio de 1987, cuatro hombres y tres mujeres, jóvenes rodriguistas que habían sido detenidos en diferentes lugares el día anterior y llevados para ser torturados en el Cuartel Borgoño al lado del río Mapocho cerca de avenida Independencia, fueron introducidos, ojos vendados, manos atadas y descalzos, en vehículos que se dirigieron más al norte. Una vez en el lugar, dejaron a los cuatro hombres en la primera pieza, y a las mujeres atrás en una habitación, en la cocina y en el pasillo, todos con dos agentes al lado. Al darse una señal, los oficiales simultáneamente dispararon. La teatralidad no terminó ahí: colocaron armas de alta calibre alrededor de las víctimas. Así culminó la última escena de lo que se conoce como Operación Albania o Matanza de Corpus Christi, el asesinato en sangre fría de doce personas. No fue sino hasta el año 2007, al ser corroborados los hechos por fallo definitivo de la Corte Suprema, que el país supo la verdad: fue una puesta en escena elaborada y calculada para ocultar una matanza.
La Asamblea de Memoria y Resistencia Corpus Christi rescata las historias de vida de los siete:
A sus 20 años, el electromecánico y adherente a la teología de liberación, Manuel Valencia Calderón era el más joven. Ricardo Silva Soto, de 27, era estudiante de química y farmacia, músico, y bueno para los deportes. Ricardo Rivera Silva, 24, chofer de la locomoción colectiva, era un joven dirigente de Lota, la zona del carbón, y amaba el mar. Patricia Quiroz Nilo, 29, era una compañera de templanza que hacía que muchos confiaran en ella. Desde pequeña Elizabeth Escobar, 29, vivió los estragos de la pobreza, que imposibilitó que cumpliera su sueño de estudiar en la universidad. Esther Cabrera, la Chichi, 22, fue una dirigente secundaria sobresaliente y carismática. José Joaquín Valenzuela Levi, 30, un economista con habilidades artísticas, comandó el atentado en el Cajón del Maipo.
Misky y sus compañeros de la Asamblea, pertenecientes a las nuevas generaciones, se sienten convocados por los siete jóvenes que crecieron en dictadura, palpando cómo se normalizaba el terror estatal y se precarizaba la existencia humana, lo que desembocó para ellos en un radical proceso de toma de conciencia.
En la actualidad, los jóvenes de la Asamblea observan un “egoísmo que inculcó este sistema,” que se manifiesta en un exacerbado consumismo e individualismo, señala Miguel Catalán, presidente de la Fundación. “Muchos cabros se contaminan con un resentimiento hacia lo sistémico, [y] se aíslan”.
Silvana Núñez, vicepresidenta de la Fundación, afirma: “En Chile no se vive la misma pobreza que los ’80; es mucho más disfrazada. Tenemos mejores condiciones materiales, pero no sé qué tanto ha cambiado, por el esfuerzo individual que cada uno tiene que hacer para poder conseguirla”.
“De allí,” dice Miguel, “nace la idea de recuperar este sitio de memoria para ser un lugar de encuentro de nuevas ideas y potenciar y respaldar a organizaciones que quieren impactar en la realidad. Crear un espacio de resistencia en la zona norte.” Misky acota, “Queremos […] pensar en el otro. Es lo más simple. Generar espacios donde pueda fluir la empatía”.
El enigmático portón de antaño ahora se abre a menudo al barrio. Integrantes de la Asamblea dan visitas guiadas al sitio y se han organizado varias jornadas culturales. A fines de octubre se lanzó un libro y se montaron exposiciones de arte y de fotografía. El artista Nicolás colgó sus pirograbados en madera en la primera pieza, frente a un muro salpicado con impactos de balas. Nació 5 años después de los hechos y vive en la vecindad. Entró por primera vez a principios del año. “Lo que han hecho los chiquillos es algo maravilloso: hacer revivir el espacio, pero sin intervenir la historia. Lo importante es no cambiar nuestra historia en este espacio donde se siente la historia. Cada vez que entro acá, siento una energía especial”.
Juan, un universitario español que estudia en Santiago y colabora con el proyecto de la casa, también estuvo presente en la actividad cultural de octubre. “Lo vivo muy cercano porque mi país vivió una dictadura militar de 40 años y hay un esfuerzo para recuperar la historia. Pero en España son instituciones las que promueven la memoria. Este proyecto auto-gestionado de base para recuperar la memoria y este espacio es un ejemplo y un aprendizaje importante”.
Jornadas culturales como estas ahora son posibles porque desde principios del año una veintena de personas ha trabajado para despejar, desmalezar y restaurar el sitio. Sacaron varias camionadas de escombros y basura. En agosto, en la séptima jornada de trabajo, instalaron cañerías, habilitaron el baño y sacaron raíces. Cuando se iniciaron las labores de restauración, quedaba solo el esqueleto de la casa. Su techo, ventanas, puertas y pisos fueron consumidos en fogatas o vendidos por jóvenes aficionados a tomar y drogarse quienes saltaron al muro exterior y ocuparon la casa durante varios años, y terminaron destruyéndola.
Por la vulnerabilidad de la casa y los agentes inmobiliarios que tienen sus ojos puestos en la propiedad, la cual, a dos cuadras de una estación del Metro, tiene un valor altísimo, es urgente tomar medidas para preservarla e impedir su destrucción, dicen los integrantes de la Asamblea.
Un paso trascendental para proteger la casa fue la votación unánime del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) que el 23 de noviembre aprobó la solicitud de declaración de la casa de calle Pedro Donoso 582A monumento histórico. Un importante gestor del trámite fue la Municipalidad de Recoleta y su Observatorio de los Derechos Humanos.
De los 1132 recintos a lo largo de Chile que en 2005 la Comisión Nacional sobre la Prisión Política y Tortura identificó como lugares que la dictadura usó para detener y torturar, menos de 30 han sido declarados monumentos nacionales por el CMN. En enero de 1996 el sitio de los Hornos de Lonquen, lugar al sur de Santiago donde en 1978 se halló los restos humanos pertenecientes a 15 personas detenidas y forzosamente desaparecidas desde 1973, fue declarado el primer Monumento Histórico. Villa Grimaldi, donde se estima que unos 4500 mujeres y hombres – de los cuales 228 permanecen forzosamente desaparecidos- fueron llevados detenidos entre 1974 y 1977, fue recuperado como sitio de memoria también en 1996 y declarado Monumento Histórico en 2004.
Cuando se publique el decreto en el Diario Oficial, la casa de calle Pedro Donoso 582A se sumará formalmente a los demás espacios en fortalecer la memoria histórica, elaborar educación sobre los derechos humanos y proporcionar reparación moral a los familiares.
En conversación con esta periodista, una familiar cercana a la casa de calle Pedro Donoso 582A, recalcó con elocuencia su valor como sitio de memoria: “Este sitio forma parte de una geografía del terror, de una huella, trazabilidad, un mapa que inscribe todo el alcance que tuvieron en la dictadura militar estas violaciones a los derechos humanos. Es distinto leer sobre algo que pasó en cierto lugar que no tienes manera de anclarlo en tu imagen, tu memoria, y corazón, que verlo físicamente”.
“Todos los sitios de memoria hablan del horror y son especialmente significativos porque el horror es algo tan indescriptible que las palabras no alcanzan nunca”, agregó (quien prefirió no identificarse). “Todo lo que no puede decir un ser humano, lo dice un sitio de memoria. Estos sitios de conciencia esparcidos por la faz de la tierra, nos recuerdan que el horror existe como posibilidad humana y, al mismo tiempo existen luchas para que no vuelva a suceder. Pero desde que pasó esto, 35 años atrás, tuvimos el estallido social y nuevamente violaciones a los derechos humanos feroces. Por lo tanto, el nunca más es algo que se tiene que reeditar permanentemente y tiene que circular como concepto entre tantos seres humanos a quienes podemos llegar”.
En estos tiempos cuando el negacionismo en Chile atenta contra frágiles memorias, los muros de calle Pedro Donoso 582A no hablan, más bien gritan.