A cuarenta años del discurso sobre la ignorancia acerca de nuestra América Latina
Se han cumplido cuatro décadas de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Galardón del que cuando se enteró pensó “¡Coño, se lo creyeron! ¡Se tragaron el cuento!”, y que le hizo escribir un discurso, “La soledad de América Latina”, que también tenía toda la intención, como su realismo mágico, de que fuera creído para que se conociera.
por Iñaki Chaves
En la ceremonia, celebrada el 8 de diciembre de 1982 en la sala de conciertos de Estocolmo, Gabo se presentó con su liqui-liqui y una rosa amarilla, como sus mariposas, que posó sobre la silla para levantarse a recibir el diploma, el cheque y la medalla de manos del rey de Suecia.
La soledad de Gabo frente a un auditorio repleto, con Mercedes y Rodrigo entre el público; la soledad frente al pelotón de fusilamiento del coronel Buendía; la soledad del coronel esperando quien le escriba… las soledades de nuestra América Latina. El autor colombiano, que no había ido para dar un discurso, ofreció dos. Uno al recoger el premio ante la Academia Sueca y otro, “Brindis por la poesía”, dos días después en la cena de gala ofrecida por los reyes de Suecia en el ayuntamiento de Estocolmo en honor de los galardonados.
Sus obras y sus reflexiones le llevaron a obtener el mayor reconocimiento internacional de las letras “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente”.
Él sabía que tenía que lidiar con esa señora a la que llamaban “la loca de la casa”, la imaginación, para que el mundo conociera las otras realidades de un continente que no contaba pese a tener tantas cosas que contar y tantas y tantos buenos contadores. Cronistas, narradoras, cuenteros, poetisas… llenan páginas y páginas, y también las ondas, con sus historias, pero el mundo no lo lee ni lo oye. Con el Nobel obtenido Gabo quiso empezar a marcar el territorio de la escucha.
Lo hizo primeramente dejando sentir la voz de la identidad con su vestimenta para la ocasión. Nada de frac, ni de traje de chaqueta, un liqui-liqui caribeño blanco que contrastaba con el negro serio y formal de la mayoría de los presentes. Y lo confirmó con un discurso con el que quería llamar la atención sobre el abandono y la desmemoria de una parte del mundo hacia América Latina.
Las palabras emocionales y argumentadas de un escritor comprometido, narradas desde su particular manera de entender su tierra y a sus gentes, no para hacer una disertación filosófica, sino para tocar la fibra sensible de sus escuchantes, siguen vigentes ocho lustros después:
“La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia.
[…]
En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido desde entonces un instante de sosiego.
[…]
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Éste es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
[…]
La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios.
[…]
La solidaridad con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida más propia en el reparto del mundo.
[…]
¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de un cambio social?
[…]
No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a tres mil leguas de nuestra casa.
[…]
Éste es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte.
[…]
los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de […] Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra”.
Además de marcar y seguir marcando una época en la literatura y en el periodismo, el autor colombiano, y esto tal vez sea tan desconocido como la soledad de nuestra América, dejó su huella en el flamenco desde aquel día en que afirmó “cuando Lebrijano canta, se moja el agua”.
La frase sobre el cante de Juan Peña llevó al maestro de Lebrija a dedicarle un disco, el trigésimo quinto de su prolífica producción, con textos basados en las obras del maestro de Aracataca. Y así, entre maestros, el resultado es un trabajo musical emotivo y profundo que adapta el realismo de Macondo al sentir del cante jondo.
También ahí se siente la soledad, las soledades, de la cándida Eréndira, de la Isabel mirando llover en Macondo, del coronel si viene o no viene o si llega la plata o no llega, o de las historias de sus doce cuentos peregrinos; que andan, como la historia de Abya Yala, entre soledades y peregrinajes buscando su identidad y esa oportunidad de ser y estar en este mundo.
«El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad» (García Márquez, Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana, 1967, p. 174).