Las principales noticias políticas del año fueron dos. Uno, el contundente rechazo a la propuesta constitucional elevada por la convención el pasado 4 de septiembre; y dos, el acuerdo recientemente alcanzado para iniciar un nuevo proceso conducente a obtener una nueva constitución.
Las razones del rechazo son múltiples, se entrelazan entre sí y dependen del cristal con que se analiza. Para unos el resultado es imputable a las noticias falsas que se esparcieron al por mayor, y al millonario financiamiento con que contaron los vencedores que se jugaron el todo por el todo para echar abajo el andamiaje constitucional que salió de la convención. Para otros la responsabilidad del rechazo se debería al maximalismo en que habría caído la convención, a la reprochable conducta de algunos convencionales durante el desarrollo de la convención, al uso y abuso de la mayoría de dos tercios con que se contaba, a una suerte de actitud revanchista, utópica. Algo así como “ahora me toca a mi”: así como ustedes la hicieron bajo la dictadura, ahora nos toca a nosotros.
La consecuencia no pudo ser más lapidaria: lo que fue una contundente mayoría en el plebiscito de entrada se transformó en una aplastante minoría en el plebiscito de salida. El resultado del plebiscito de entrada indujo a pensar que todo sería pan comido. Haciendo una analogía futbolística, es como aquel equipo que llega al término del primer tiempo ganando por goleada, y que por lo mismo se descuida, y entra al segundo tiempo, el de la convención propiamente tal, donde cada uno empieza a jugar para su lado, posibilitando la levantada del adversario y terminándose por perder por paliza. ¡Toda una farra! Los jugadores salen de la cancha abucheados.
Hay que sacar las lecciones del caso. Asumir la derrota, reconocer errores. Menos soberbia, más humildad, más modestia, andar con los pies en la tierra. Es así como la mayoría de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, cumplidos casi los 100 días del plebiscito de salida, en una suerte de regalo de fin de año, alcanzaron un acuerdo político luego de arduas negociaciones que parecían empantanadas. Y una vez alcanzado no faltaron las críticas. Unos lo califican como un gran acuerdo, otros han llegado a sostener que se trata de un acuerdo infame.
Se me ha preguntado: ¿es un buen, o un mal acuerdo? Quiero creer, en base a mis creencias, visiones y anteojeras, que es un buen acuerdo que recoge la experiencia vivida en el proceso anterior. Siguiendo el símil futbolístico, estaríamos ante una suerte de tiempo complementario, con recambio total de jugadores, ahora postulados por los partidos legalmente constituidos, elegidos por la población y bajo otras reglas de juego. No más independientes corriendo por la libre. Antes el campo de juego no tenía bordes: ahora los tiene y son las bases constitucionales concordadas. Al segundo tiempo cada jugador entró a la cancha con su propio anteproyecto: ahora para el tiempo complementario todos los jugadores entran con un único anteproyecto elaborado por “expertos” escogidos con pinzas por senadores y diputados. Se entra al campo de juego con un único anteproyecto y se sale con un proyecto constitucional que puede ser el anteproyecto propiamente tal, con modificaciones menores o mayores según convengan los jugadores electos.
Las negociaciones para este acuerdo fueron duras, durísimas, tan duras que parecían no llegar a puerto alguno. Sin embargo, terminó por primar la sensatez, lo que la mayoría del país pareciera esperar. Un acuerdo de carácter democrático. No es un acuerdo infame como proclaman algunos por el rol que tendrán los 24 “expertos” que designará el congreso nacional. Tales “expertos” se limitarán a elaborar el anteproyecto que se elevará al consejo constitucional donde todos sus integrantes serán electos, quienes tendrán total libertad para ver qué hacen con él. Y el proyecto constitucional que surja será sometido al pebiscito de salida para que nos pronunciemos.
No faltan quienes quieran echar abajo el acuerdo alcanzado. O echarle pelos a la sopa. Sería el colmo de los colmos. Mi tesis es que alcanzar el acuerdo fue un proceso complejo que recoge la experiencia de un proceso fallido sin perder su talante democrático que nos permite salir pacífica e institucionalmente del tutelaje de la constitución del 80. En tal sentido estimo que tenemos un buen fin de año que ojalá sea seguido por un mejor 2023.