Por Denisse Leigthon
Cuando pensamos en la idea de un centro cultural, vienen a nuestra mente imágenes de música en vivo, obras de teatro, exposiciones de arte, performances y un público ávido de nuevas experiencias que le ayuden a apreciar la intensidad y belleza de la existencia. Cuando pensamos en la idea de un centro cultural, no vemos momentos tristes o violentos. Sin embargo, Santiago de Chile fue testigo de cómo un centro cultural terminó albergando a jóvenes heridos, varios con trauma ocular, luego de enfrentamientos constantes con la policía.
Finalmente, el 27 de diciembre de 2019, el Centro Arte Alameda fue incendiado luego de resistir tres meses el Estallido Social más impactante en la historia reciente del país sudamericano.
El 18 de octubre de 2019, tras años de una sistemática injusticia social que afectaba a gran parte de la población, se dió un fenómeno que quedó marcado en la memoria de la ciudadanía. El descontento por el aumento del precio del transporte público gatilló el alzamiento de miles de personas en el centro de la capital chilena. El caos se apoderó de las calles; había barricadas, humo y gritos en todos los rincones de la ciudad, lo que rápidamente se esparció como el fuego por todo el país. Chile vivía uno de los conflictos sociales más potentes de las últimas décadas. Mientras, en cadena nacional, el presidente de turno declaraba: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”.
La tarde del 22 de octubre de 2019, un grupo de trabajadores de la cultura se reunió en torno a una mesa redonda a pensar en cuál sería el rol que cumpliría en este contexto el Centro Arte Alameda, espacio cultural y sala de cine chileno con 30 años de trayectoria abarcando todas las expresiones culturales y artísticas, ubicado en plena zona cero del conflicto. Este grupo definiría en qué parte de la historia se debían posicionar. La mesa se encontraba en el segundo piso del edificio donde una gran mampara de vidrio se convertía en algo así como una pantalla de cine que exhibía en vivo y en tiempo real el grave conflicto social que ardía en la calle. Frente a sus ojos volaban decenas de bombas lacrimógenas disparadas por las fuerzas policiales. El aire era irrespirable. Jóvenes encapuchados corrían de un lado a otro lanzando piedras que parecían bandadas de pájaros. El equipo de Centro Arte Alameda, encabezado por su directora, Roser Fort, estaba nervioso; la decisión no era fácil. El lugar y sus trabajadores claramente estaban en peligro. Había dos opciones: cerrar hasta que el ambiente se calmara, lo que podía ocurrir en unos días, semanas o quizás meses. La otra opción era abrir el centro cultural y modificar su programación enfocada en aportar a la conciencia colectiva sobre por qué Chile había llegado a ese punto en su historia. Esto significaba que quienes trabajaban en el centro cultural se posicionaran activamente en la idea de que la cultura no era el enemigo declarado por el Presidente. La humanidad a lo largo de su existencia ha expresado por medio del arte su sentir, su proyección evolutiva, su imaginario de un mundo mejor. ¿Acaso no era este el momento de mostrar al mundo que en medio de un conflicto político y social la cultura es una alternativa para unir a las personas?
La reunión era cada vez más intensa y aumentaba su volumen debido al ruido estruendoso que había en la calle. En un momento, uno de los integrantes miró por el vidrio e indicó algo que estaba ocurriendo frente al centro cultural. Un grupo de voluntarios de la salud apostado en la Alameda (arteria principal de Santiago) estaba atendiendo decenas de heridos en plena calle. La policía comenzaba a lanzarles bombas lacrimógenas y mediante esta disuasión se acercaban al punto de salud para tomar detenidos a quienes estaban completamente vulnerables, tirados en el piso y hasta medio inconscientes. Esto llamó la atención del equipo y les pareció de una crueldad jamás antes vista. Todos estaban conmovidos con lo que ocurría, dentro de sí pensaron “podría ser yo”; esto los estremeció. Un silencio indescriptible se apoderó del lugar. Era el momento de tomar una decisión. ¿Podía un grupo de trabajadores de la cultura proteger a esos heridos? “¿Es nuestra responsabilidad”, se preguntaron. El respeto a los derechos humanos pudo más que el miedo. De inmediato se envió un grupo de avanzada a conversar con los voluntarios del punto de salud. Minutos después, el líder de aquella unidad de salvataje estaba sentado frente a todo el equipo de Centro Arte Alameda en la mesa redonda. La decisión estaba tomada. Al día siguiente se abrirían las puertas, habría exhibición de una nueva parrilla programática que aportara a la educación y memoria. Y como última medida, pero no menos importante, se habilitaría el foyer del edificio para que los profesionales de la salud pudieran atender heridos con mayor seguridad, garantizando así el cumplimiento del Artículo 4 de la Convención de Ginebra de 1949, al cual Chile está suscrito desde 1977, el cual está destinado a proteger a las víctimas de la guerra, enfermeras, el personal, las instalaciones de salud y los medios de transporte sanitarios. Así comenzó un nuevo capítulo en la historia del centro cultural.
Gaspar Noé, Lacrimosa, Molotov, Holden, Bruce La Bruce, Boom Boom Kid son algunos de los artistas internacionales que pasaron por el escenario de Centro Arte Alameda a lo largo de los 30 años que se mantuvo en pie, siendo uno de los centro neurálgicos del underground chileno. Desde su inauguración en 1993, la entidad centró sus contenidos en el cine arte contemporáneo y diversas expresiones artísticas con valor social y político, siendo una vitrina para la difusión de producción cultural nacional e internacional que no tenía cabida en las grandes multisalas de cine, ni escenarios. De esta forma, el “Alameda” (como se le llamaba coloquialmente) durante tres décadas hizo posible desde la cultura y el arte, que grandes transformaciones sociales se dieran en el país, como la visibilización del movimiento lgbtiq+, aportar al desarrollo de la actual ola de feminismo, el cuestionamiento sobre los derechos de los inmigrantes, respeto a los derechos humanos y mucho más.
La época actual era el tiempo de una acción directa más allá de la exhibición y difusión. Ahora el Centro Arte Alameda se convertiría en un actor social de alto impacto mediático y frente a la ciudadanía.
Los días del Estallido Social pasaban, uno tras otro, como si se estuviera viviendo “El Día de la Marmota” (Groundhog Day, 1993) de Harold Ramis. “The Joker” de Todd Phillips, protagonizada por Joaquin Phoenix y Robert De Niro se encontraba en cartelera, acaparando la atención de cientos de personas que pasaban por fuera del centro cultural ya que la historia relatada en el film, de alguna manera, parecía interpretar a la perfección lo que ocurría en ese momento en Chile. Manifestantes disfrazados del Joker se fotografiaban en las afueras del espacio cultural junto a la marquesina promocional de la película. Era como si por arte de magia Arthur Fleck (Phoenix) hubiese salido de la pantalla de cine en pleno conflicto social para desbaratar el orden establecido. Sin duda, parecía una intrincada metáfora, de esas que a la vida y al destino le encanta crear.
A diario se atendían cerca de 80 heridos de mediana y alta gravedad y de todas las edades en el foyer del Centro Arte Alameda. Entre ellos no solo había manifestantes, también personas que vivían en el sector o que salían de sus trabajos en plena la zona cero y que eran heridas en el camino hacia sus casas. Además, el público debía pasar en medio del improvisado centro de atención de salud para asistir a las funciones de cine y eventos que se realizaban dentro. Catalina González, productora del espacio, recuerda “Nosotros bajábamos la reja de metal cuando el conflicto se ponía más violento. Hubo momentos que en medio de bombardeos de lacrimójenas y piedras llegaba público y a pesar del pánico, se mantenían firmes esperando que les dieramos acceso; caminaban entre los heridos y entraban a ver el Joker, impactados por la fuerza de la realidad”.
Otra constante eran las bombas lacrimógenas disparadas por la policía que caían en el techo del centro cultural. Roser Fort comenta que “todos los días yo escribía a la capitana de la primera comisaría de Carabineros de Santiago para avisarle que estaban disparando lacrimógenas al techo y que era posible que se provocara un incendio. Los primeros días me contestaba pero después ya no. Recuerdo particularmente cuando le escribí para informarle que había un incendio en el Banco a un costado del Alameda. Yo le decía que había fuego, que necesitábamos que lo apagaran y su respuesta fue ‘todos queremos eso’. Luego al día siguiente, le pedí ayuda porque el banco estaba sin protección y quemado. Le dije ‘le quiero pedir ayuda por si pasara algo grave, que usted me ayude con la comunicación directa con bomberos para agilizar cualquier acción de rescate’. Me contestó que no solo conmigo lo hacían sino con todos, a lo que respondí ‘Capitana, cierro esta conversación con la claridad que usted está al tanto de la peligrosa situación en que nos encontramos en este momento’. Nunca más supe de ella”.
Así pasaron tres meses, con el centro cultural convertido en un centro de salud y bajo constantes amenazas de fuego producto de las bombas lacrimógenas disparadas al techo por la policía. Lo peor ocurrió el 27 de diciembre de 2019, cuando el Centro Arte Alameda sucumbió al fuego dejando a decenas de trabajadores sin sustento. De inmediato Roser Fort se contactó con el bufete de abogados de Juan Pablo Hermosilla, el cual durante tres años peleó una batalla legal para esclarecer los hechos. Sin embargo, en julio de este año, la Fiscalía tomó la decisión de cerrar la investigación sin poder sindicar ni causa ni culpables.
Este año se conmemora el tercer aniversario del impune incendio del Centro Arte Alameda.
Los escombros aún no han sido retirados del lugar.