Por Edgar Gutiérrez
La vida en este hospital cerca del frente, en el sudeste de Ucrania, entre la región de Dnipro y Donetsk, no es fácil.
Las personas heridas en el campo de batalla reciben una serie de primeros auxilios en el área de acción, posteriormente, son acercados a este tipo de hospitales, llamados también hospitales de estabilización. Las intervenciones médicas en este lugar suelen ser rápidas, dado que la prioridad es asegurarse de que el soldado sea capaz de sobrevivir hasta llegar a un centro médico alejado de la zona de combate, donde podrá recibir un tratamiento más especializado con su correspondiente tiempo de recuperación.
La situación estratégica y la importancia logística de este tipo de edificios hace de ellos un objetivo codiciado para el ejército ruso. Allí, todas las noches, los sonidos de las explosiones provocadas por la artillería enemiga es algo constante.
Por desgracia, la vida civil se entremezcla con la vida militar en este hospital, los recursos son limitados y deben ser aprovechados por los soldados y los lugareños de la zona.
Los días son ajetreados, el uso civil del recinto durante las mañanas se ve interrumpido cuando llegan las ambulancias provenientes del frente. Cuando esto ocurre, todo se detiene y está clara cuál es la prioridad. ‘Las principales heridas tratadas aquí, son por metralla e impactos de bala. En su gran mayoría todos los heridos que llegan vivos aquí sobreviven’ asegura uno de los médicos mientras toma un descanso.
Las noches en el hospital son tranquilas, las ambulancias no pueden trabajar por seguridad una vez que el sol se pone.
Los soldados suelen estar en la entrada, un porche amplio y cubierto por un techo, con bancos y sillas. En esta zona, los militares están sentados, fumando y compartiendo historias con personal sanitario y compañeros suyos. Según pasa el tiempo, algunos se van retirando, aunque es habitual encontrarse a alguien sentado hasta altas horas de la madrugada.
A medida que avanza la noche, suenan las primeras explosiones, la artillería rusa empieza a golpear la zona. Lo que es un momento de descanso y tranquilidad se ve interrumpido por las luces y los estruendos de los proyectiles, lo que obliga a gran parte de los allí presentes a refugiarse en el sótano.
Algunos civiles, que también duermen en el recinto, se van acomodando en el sótano.
Varios optan por dormir en el refugio pese a no ser lo más cómodo, y es que los ataques se alternan a lo largo de la noche.
En algún momento, uno de los militares advierte de que ‘estas explosiones son salidas, están disparando los nuestros’
Progresivamente la gente regresa a las plantas superiores para poder descansar, otros deciden quedarse ahí por comodidad, saben perfectamente que hasta el amanecer los ataques se seguirán produciendo.
Si bien es cierto que este hospital tiene una parte de administración civil, la máxima autoridad aquí es una mujer militar perteneciente al batallón Azov. Esta mujer jugó un papel importante durante el inicio del conflicto en la zona del Donbas en el año 2014, ya que desarrolló la metodología de trabajo en los hospitales de campaña y actualmente se siguen usando esos mismos protocolos.
Este centro también alberga una zona de depósito de cadáveres, donde esperan a ser trasladados a la morgue. Es aquí donde conocemos a Romashka, encargada del mismo y enfermera militar desde hace muchos años.
De camino al depósito, Romashka advierte de que ha sido una muerte muy violenta y los cadáveres presentan una imagen complicada de asimilar.
Antes de entrar al lugar donde están los cuerpos, se acerca el vehículo en el que serán trasladados.
Los encargados de montar los restos de estos soldados en la furgoneta, son sus propios compañeros, los cuales ven esa situación como un posible reflejo de lo que les puede ocurrir a ellos mismos. Se nota en sus caras el choque de realidad, la guerra es algo cruel que no perdona a nadie.
Al llegar a la morgue toca esperar, la mañana es soleada y la temperatura es agradable, hay mucha tranquilidad. Unicamente el constante movimiento de vehículos militares te recuerda donde estás.
Este grupo de tres soldados tienen una composición muy heterogénea. Uno de ellos, el más mayor, ronda los 60 años y cuenta que él no se hubiese planteado coger un arma. En su vida civil era conductor de camiones con rutas por Europa, menciona que conoce Irún, ya que le tocaba ir bastante por su trabajo.
Es consciente de lo que hay en el frente. Como prueba de ello tiene a sus tres compañeros fallecidos esperando en la furgoneta para entrar a la morgue, sabe que no quiere ir allí.
Por otra parte, nos encontramos con otro de los soldados, un chico de apenas 19 años recién cumplidos, el traje que lleva es más grande que él. Es adrenalina pura y bromea constantemente con ir al frente, no le tiene miedo, dice. Los otros dos soldados ven la situación y sonríen con complicidad, es cuestión de días que vayan a primera línea en reemplazo de sus compañeros recién fallecidos.
Una vez dentro, llega ese olor tan característico de este tipo de sitios, ¿a qué huele la muerte? Unos segundos allí son suficientes para entenderlo.
Romashka se encarga de abrir las bolsas para ver el estado de los cuerpos, analiza las heridas y comparte con el médico un breve análisis de la situación.
Al terminar con los trámites dentro de la morgue, iniciamos el viaje de regreso al hospital. Antes de continuar, los soldados nos invitan a comer sopa borsch y pizza.
Al llegar al hospital, Romashka se despide de los soldados y les pide a los dos más mayores que por favor cuiden del chico de 19 años. Él, entre agradecido y convencido de sí mismo, decide quitarle hierro al asunto diciendo que no pasará nada. Después de abrazarles, Romashka vuelve a su trabajo y los militares abandonan el lugar.
Ya en el hospital y entrada la noche, los silencios en los pasillos son interrumpidos por los gritos de dolor de un soldado que acaba de llegar.
El procedimiento sanitario, que dura algo menos de media hora, finaliza con el soldado estabilizado y con la pierna vendada. Acto seguido hay una ambulancia en la puerta esperando para llevarlo a un hospital más completo, donde terminara su curación.
Es habitual encontrarse heridas en las piernas debido principalmente a las minas antipersona. Y es que Ucrania es actualmente uno de los países más minados del mundo, pese a estar prohibidas según el Tratado de Otawa firmado en 1997.
Como prueba de ello, tenemos la historia de Illea, un chico de 17 años fallecido por una mina antipersona cuando iba con su padre a pescar. El joven pisó la mina, desmembrándole la pierna derecha al instante. Los esfuerzos del padre por hacerle un torniquete y salvarle la vida, no sirvieron de nada y murió en el acto. En unas semanas empezaría la universidad.
Romashka, junto a dos militares, se dirige al pueblo cerca del frente para recoger el cuerpo de Illea. Una vez allí, mientras los padres gritan desconsoladamente, el sonido de las sirenas antiaéreas y las explosiones alrededor, obliga a los progenitores del chico a retirarse del pueblo por su seguridad, quedándose a las puertas de despedirse del cuerpo de su hijo.
Y es que la historia de Illea, como tantas otras, son el pan de cada día en esta guerra.
Historias duras y tristes que de una forma u otra conviven con momentos distendidos y alegres, porque a pesar de estar en una guerra, la gente quiere continuar con su vida, es una necesidad, una forma de supervivencia.