El trovador cubano ha partido dejándonos su isla y nuestros corazones llenos de amor y de revolución
por Iñaki Chaves
Pablo Milanés fue romántico en la revolución y revolucionario en el romance, tanto monta que tanto da. En el amor, la prefería compartida antes que vaciar su vida. No le preocupaba que no fuera perfecta, mas se acercaba a lo que soñaba. En la revolución, se enorgullecía de haber nacido en el Caribe, gozando de una facultad y sintiendo su libertad que le identificaba y le daba vida.
Se nos ha ido un trozo importante de la historia, de la colectiva y de la mía personal. Fue un referente por su música y por sus letras, que cantaban al amor y a su isla, a la mujer y a la revolución. Crecimos escuchando sus canciones, fueran románticas o revolucionarias; caminamos con sus sonidos en dirección a la utopía que nos abrían su música, Cuba y su revolución.
Sabía que no vivía, ni él ni nadie, en una sociedad perfecta. Por eso pedía que no se le diera ese nombre, pero la sentía dentro porque la hacían mujeres y hombres. No todo le complacía, pero por ella daba la vida.
Estaba seguro de que más temprano que tarde y sin reposo retornarían los libros y las canciones que quemaron las manos asesinas, que renacerían los pueblos de sus ruinas y los traidores pagarían por sus culpas.
Creía en el amor y también en la revolución, a pesar de todo. Aunque le diera disgustos siempre volvía a ella, pese a que estuviera llena de contradicciones y presta a soluciones, porque nada hay más humano que prenderse de su mano y caminar creyendo en ella, como creía en su dios, que eres tú, que soy yo, que es la Revolución.
Se preguntaba ¿qué mares han de bañarte, y qué sol te abrazará, qué clase de libertad van a darte? Y se respondía que él se quedaba con todas esas cosas pequeñas, silenciosas, con las más dignas, más hermosas. Con esas él se quedaba.
Y con su Yolanda, que es mi Beatriz o tu Rosa o la María de cualquiera, con la que sabemos que es cierto el temor a hallarnos descubiertos, que nos desnuda con sus siete razones y que nos abre el pecho siempre que nos colma de amores.
Ella le rompía todos los esquemas, pero él llenaba los breves espacios de soledad con sus olores porque se entregaba cual si hubiera un sólo día para amar.
No le importaban los papeles grises, ni las estrellas azules, porque nos llenó los minutos y la vida de razones para respirar, sin negar el pasado ni un futuro que algún día llegará. No le importó la gente que solamente hablaba por hablar, lo que quería era que ella le llenará el espacio con su luz.
Pablo sabía desde siempre que el tiempo pasaba y que nos pondríamos viejos y que no reflejaríamos el amor como ayer, pero que, en cada conversación, con cada beso o cada abrazo el amor se iría volviendo otro sentimiento lleno de razón.
Él se quedó, él siempre estuvo y siempre estará, aunque fuera y viniera y ahora se haya ido definitivamente. Creyó en el amor y en la revolución, que no son perfectas, pero que se acercan a lo que siempre soñó.
Por Pablo, por Cuba y por la revolución, la suya y la nuestra. Hasta la victoria siempre.