La imagen televisiva de miles de hinchas de la selección argentina de fútbol, con banderas y camisetas albiceleste desfilando por las calles de Doha, capital de Qatar, sorprendió a propios y ajenos: la gran mayoría no eran argentinos ni sudamericanos y ni siquiera hablaban ni entendían español. Dos palabras les alcanzaba: Argentina y Messi.
por Aram Aharonian
Sin duda, una de las grandes atracciones del Mundial es, precisamente, Lionel Messi, un “enano” rosarino quien ya con 35 años a cuestas, sigue siendo el jugador más cotizado y sobre todo el más venerado por los seguidores del fútbol mundial, obviamente popularizado por las cadenas trasnacionales de televisión, y vehículo para la venta de productos varios, incluyendo este mundial bañado de sangre, sobornos y corrupción.
Y por ahí están los hinchas que llegan de la India, de Bangladesh, de Nepal, de Filipinas, no para rendir homenaje a los 6.500 de sus connacionales que murieron en la construcción de los estadios y edificios para el Mundial, sino para disfrazarse por unos días de argentinos, con la ilusión de poder festejar algo en sus vidas. Quizá se disfrazan para intentar ser partícipes de algún triunfo en la vida, dice Víctor Ego.
Imágenas de Maradona y Messi adornan las calles de los pueblos más remoto de estos países asiáticos, a miles de quilómetros de la Argentina. Aman a Messi, conocen todo sobre su vida, viven la telenovela de Messi que les venden por radio, prensa escrita y –sobre todo- la televisión.
Pero los argentinos no son los únicos que cuentan con estas hinchadas extranjeras. También Brasil e Inglaterra, con la idolatría por Neymar Junior o Harry Kane.
A Diego se lo extraña
Quizá recién me di cuenta de la grandeza de Maradona cuando en marzo de 2007, después de finalizado en Foro Social Mundial en Kenia, fuimos a una reserva natural de animales salvajes –a fotografiar elefantes, leones, hipopótamos, cebras, etc- y en la entrada nos encontramos con un Massai, pantaloncito-falda escocesa, descalzo, torso desnudo, de unos dos metros de altura, con una lanza en mano, que nos preguntó de dónde éramos.
Opté por las más fácil y en inglés le dije que de Argentina. Levantó la cabeza como si pusiera a funcionar su memoria y mientras repetía “Aryentina, Aryentina…”, de repente se le prendió la lamparita y con ojos bien abiertos disparó: “Tevéz, Agüero….” Y, enseguida mostró una amplia sonrisa con sus únicos dos dientes y levantando sus brazos al cielo, dijo: “¡Ma-ra-dooo-na!”.
Diego se le plantó a la FIFA denunciando a los mafiosos del entonces presidente Joao Havelange cuando ningún jugador de peso lo hacía, incluso formando un sindicato del fútbol. Pero las mafias europeas y las empresas de apuestas que manejan parte del negocio del fútbol, no perdonan.
En 1990, otra vez jugaron la final alemanes federales y argentinos y se impusieron los teutones con un más que polémico penal pitado por el árbitro mexicano Edgardo Codesal a siete minutos del final. El astro alemán Lothar Matheus dejó en claro que la falta fue mal cobrada. O muy bien cobrada para las finanzas de Codesal y/o las casas de apuesta.
En 1995 Diego armó un sindicato de futbolistas con reconocidas figuras como Eric Cantoná y George Weah, Ciro Ferrara, Gianfranco Zola, Gianluca Vialli, Hristo Stoichov, Laurent Blanc, Michael Preud’Homme, Rai, Thomas Brolin, entro otros. La Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales (AIFP) lo eligió como presidente natural. Gracias a la presión conjunta lograron mejorar algunas condiciones laborales de los jugadores profesionales. Nada de todo eso existe ya. El poder de las mafias del fútbol logró destruirlo.
Uno de los logros más importantes fue conseguir el apoyo del belga Jean Bosman, quien consiguió derrotar a la poderosa UEFA ante los tribunales, determinando la apertura de las ligas de la Unión Europea para los jugadores comunitarios. Su reclamo se conoce como la «ley Bosman» y permitió el libre traspaso, sin indemnizaciones ni cupos extranjeros, de los jugadores profesionales comunitarios de las ligas europeas.
Estas iniciativas no prosperaron en su momento pero sentaron un precedente. «Los futbolistas somos gente demasiado individualista, tenemos mucho que aprender para que esto tire hacia adelante», dijo el brasileño Sócrates, compañero de Diego en el Napoli, tras aquel fracaso.
Dos diez muy diferentes
Diego fue entrenador de Messi para el Mundial de Sudáfrica, y no sólo le otorgó su mítica camiseta 10, sino también la cinta de capitán.
“De una patada fui de Villa Fiorito a la cima del mundo y ahí me la tuve que arreglar solo”, solía decir Maradona, que fue una montaña rusa constante, y murió el mismo 25 de noviembre, cuatro años después que su admirado Fidel Castro. Si uno se pasea por las calles de Nápoles se topa con verdaderos altares en memoria del 10, murales con su rostro, bares con temática maradoniana, un museo dedicado a él…
Lo quisieron convertir en ícono, para venderlo mejor, pero se tatuó la cara del Che en el brazo y se subió a un tren para ponerse cara a cara contra George Bush y ser bandera del progresismo latinoamericano, al grito de ¡ALCA-rajo!, junto a Néstor Kirchner, Lula da Silva, Hugo Chávez y Evo Morales. Nada que ver con Messi, quien nunca pasó hambre, quizá tan catalán como argentino.
En el mundial de México nació el mito del gol de la mano de Dios, hecho por un “enanito”, el barrilete cósmico, que saltó más alto que Peter Shilton, el buen guardavallas inglés.
“Nos deja pero no se va, porque es eterno”, escribió el parco Lionel Messi, más conocido como “La pulga”, cuando murió Diego. Perseverante y hasta enigmático, es hoy el mejor jugador de fútbol del mundo. Sus hermanos cuentan que de niño apenas se podía desprender del balón, incluso cuando la mamá lo mandaba a hacer recados. «Siempre sentí el cariño de la gente pero hubo una parte de Argentina que siempre me cuestionó. Opinaban sobre todo lo que hacía», recuerda hoy desde Qatar.
«La época con Maradona fue espectacular. Llegamos sufriendo al Mundial pero todo el proceso que estuvo creo que fue muy lindo más allá de que terminó como terminó. A él le hizo muy bien también. Por cómo disfrutaba el estar con nosotros, el día a día», añade.
Con tan solo 4 años, jugó su primer partido de fútbol, pero no mostraba esa misma concentración y capacidad en la escuela. Él reconoce que era un desastre en los estudios, por lo que siempre sacaba pésimos resultados, salvo en geometría. A los 11 años le diagnosticaron una alteración en las hormonas del crecimiento. Pero él se aferró a la pelota y siguió adelante.
El tratamiento costaba mucho más de lo que el presupuesto familiar podía permitirse y los padres decidieron buscar nuevos horizontes. Así llegaron a España y el Fútbol Club Barcelona fichó a Lionel, dándole su primer contrato profesional. De ahí en más, todo fue fútbol (o play station). Hoy en Qatar –y en todo el mundo- todos quieren ver la magia de Lio Messi.
Pero uno no puede vivir sólo de recuerdos. En esta religión que es el fútbol, se van generando “dioses” a quienes idolatrar, desde los estadios, desde los televisores, desde las redes sociales. Ayer fue “Maradóoooo”, hoy es Messi. ¿Casualmente?… los dos son argentinos, visten la camiseta albiceleste que lleva el número 10, y todos esperan disfrutar a Messi como lo hicieron con Diego. Aunque para ello haya que disfrazarse.