En Chile, la Fiscalía Nacional Económica (FNE) es una institución pública cuyo objetivo es luchar contra la corrupción, para lo cual persigue ílicitos anticompetitivos, analiza preventivamente fusiones que pudiesen derivar en monopolios y realiza estudios de mercado. En el cumplimiento de sus funciones, la FNE acusó a un alto personero de los tiempos de Pinochet, de haber sido al mismo tiempo director o ejecutivo relevante de tres empresas (Banco de Chile, Consorcio Financiero y Falabella) que competían entre sí en los servicios bancarios y financieros que ofrecen. El resultado de este proceso acaba de salir a luz: que Falabella deberá pagar una multa de 1,2 millones de dólares, que se deberán reforzar las normas en materia de libre competencia, y que el personaje implicado deberá renunciar a Falabella. Esto último ya lo habría hecho.
El delito al que estamos haciendo referencia es uno de los clásicos de cuello y corbata, el de ocupar cargos directivos y ejecutivos en instituciones que se asumen deben competir. En este caso: Banco de Chile, Consorcio Financiero y Falabella. A este delito se le denomina Interlocking, definido como la participación simultánea de una persona en calidad de director o ejecutivo principal de empresas competidoras. Como si CocaCola y PepsiCola compartieran ejecutivos. O Almacenes Paris y Ripley. Simulan competencia allí donde no la hay. Para que nuestro personaje no fuera a parar a la cárcel, se llegó a un acuerdo con la FNE: Falabella pagará el millón doscientos mil dólares, el personaje renuncia y todos quedan libres de polvo y paja, como si acá no hubiese pasado nada. Tal como en su momento “los hermanos Carlos” de una importante financiera de la plaza (PENTA) fueron castigados con clases de ética y un trato de guante blanco.
¿A quién estamos refiriéndonos? ¿Quién es el involucrado? Hernán Büchi Buc, quien fuera subsecretario de Salud, ministro de la Oficina de Planificación Nacional (ODEPLAN) y ministro de Hacienda en tiempos del innombrable. Luego del triunfo del NO en el plebiscito del 88, fue nominado como candidato presidencial en representación de la UDI y RN. Su lema de campaña fue “Büchi es el hombre”. Fue derrotado inapelablemente por Patricio Aylwin, quien logró liderar exitosamente a la coalición opositora de entonces. Büchi solo alcanzó a obtener el 30% de los votos.
Posteriormente, en 1990 funda Libertad y Desarrollo, institución que presta apoyo y asesoría a la derecha en materias de orden público y de defensa del neoliberalismo imperante en Chile. Entre 1992 y 1994 pasa a integrar la comisión política de la UDI. De allí para adelante pasa a desempeñarse como ejecutivo y/o director de diversas empresas de los más diversos grupos empresariales (Luchetti, Madeco, SOQUIMICH, Falabella, COPESA, Parque Arauco, etc.). En el año 2014 Büchi lanza, junto a Gabriel Ruiz-Tagle y otros, el medio digital El Líbero para la difusión de las bondades de la doctrina que abrazó, el neoliberalismo. Recordemos que en el 2015 Gabriel Ruiz-Tagle estuvo implicado en la colusión del papel higiénico y que en el año 2019 fue sancionado por usar información privilegiada en su condición de director de Blanco y Negro en una transacción de acciones del club deportivo Colo Colo.
Desde hace años que Büchi ya no vive en Chile. En el 2016 decidió irse a Suiza, donde reside en la actualidad. La razón principal que adujo en su momento fue el de la “incerteza jurídica” que se habría estado viviendo en el país en los años del segundo gobierno de Bachelet por querer modificar la constitución del 80 mediante una asamblea constituyente, el parlamento o por cualquier otra vía. Esto era visto como una herejía por parte de quienes se parapetaban tras la constitución del innombrable. Büchi no quería que se le moviera el piso al país, esto es, a los grandes grupos empresariales que representa.
Importa constatar que Büchi solo ve certeza jurídica allí donde las leyes promueven y sostienen un modelo político, económico y social que a él y a quienes representa, las grandes empresas en sus directorios, les gusta. De lo contrario hay incerteza jurídica. Está igual que quienes denuncian fraude cuando pierden una elección, como Trump y Bolsonaro. O como los niños cuando se llevan la pelota para la casa si ven que están perdiendo el partido. O como quienes cuando pierden una elección afirman que es porque los votantes son tontos. Es lo que se llama no saber perder.
Resulta curioso constatar que no se fue del país en tiempos del innombrable, cuando existía incerteza total, no solo jurídica. Cuando no sabíamos si conservaríamos nuestros trabajos, nuestras familias, nuestras vidas. Cuando organismos clandestinos (DINA, CNI y otros) hacían de las suyas. Todo lo contrario, sirvió al dictador de turno sin pedirle cuentas.
A Büchi lo recuerdo como compañero en la universidad. Es de mi generación, compartimos más de un curso. No parecía estudiar para rendir las pruebas, y no obstante ello su rendimiento era excepcional. Parecía tener una inteligencia superdotada.
Lo relatado en esta columna refleja a un Büchi que al menos yo no conocí, y al mismo tiempo retrata lo que un sistema, un modelo de país es capaz de incidir en nuestros comportamientos. No recuerdo cuál era su concepto de la ética, pero todo indica que al término de la dictadura terminó con ella en los suelos. Un tipo como Büchi, quien tenía bastante más de dos dedos de frente, bien sabe que el riesgo de coordinarse y coludirse incide en la intensidad de la competencia, la que se asume que debe beneficiarnos ya sea con menores precios, mayor variedad de productos y servicios y/o mayor innovación.