Las sociedades completamente individualistas no funcionan, como tampoco funcionan aquellas totalmente colectivas. Una persona por sí sola no es capaz de sobrevivir y aquella que carece de identidad, porque está mimetizada en la masa, se convierte en un engranaje sin vida propia.
Enfrentamos hoy el desafío de buscar un equilibrio entre individualismo y colaboración. En otras palabras, ¿cuánto creemos que la vida depende del esfuerzo personal y cuánto de la colaboración con los demás?
A nivel planetario tenemos el desafío de revertir la crisis climática y la COP 27 reafirma la convicción: que nadie, ni persona ni país, pueden lograr éxito de manera individual. “Nuestro planeta se acerca rápidamente a un punto de inflexión que hará irreversible el caos climático”, advirtió Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, al tiempo que advirtió: “la humanidad tiene una opción: cooperar o perecer».
La colaboración no sólo nos propone un camino de salvación, sino que además nos abre las posibilidades de un mayor bienestar individual.
El individualismo es hoy la cultura hegemónica que domina las relaciones entre países y entre personas. Cada día más, el mundo avanza en un proceso de individualización que tiene impactos negativos en el bienestar de las personas aún cuando no hay plena conciencia de ello. No nos damos cuenta como el individualismo exacerbado está deteriorando nuestra salud mental y nuestras relaciones, aumentando las brechas económicas, sociales, culturales y ambientales.
El individualismo va aislando a las personas que dejan de confiar en sus semejantes y centran toda su atención en el esfuerzo individual. Hago lo que quiero o me las arreglo como puedo y quiero parecen ser las consignas de nuestros tiempos.
Según un estudio de Global Advisor – IPSOS (2022) realizado en treinta países muestra a Chile entre el tercio de menor confianza interpersonal. Solo un 20% de la población dice confiar en la mayoría de las personas; siendo aún menor entre mujeres (16%) y un poco más alto en hombres (24%).
La producción y liberación hormonal juegan un rol importante en cómo se sienten las personas. La colaboración mejora la confianza generando oxitocina, la principal hormona de la felicidad y el bienestar.
La conducta de la colaboración se adquiere en el ejercicio de la relación con otras personas y por ello la escuela es determinante en la socialización de niñas, niños y jóvenes. La suspensión de clases presenciales debido a la pandemia de COVID-19 y los problemas que enfrentaron los y las estudiantes, y también el mundo adulto, al regresar a clases presenciales, demostró empíricamente los beneficios de la colaboración v/s el individualismo.
Por desgracia, muy rápidamente nos estamos olvidando de estos aprendizajes relegando a un segundo plano el fomento de las relaciones sociales y la educación socioemocional en el sistema educativo.