Hay personas que son modelos toda su vida. Hebe de Bonafini forma parte de los que además seguirán siendo modelo toda su muerte.
Pocas personas simbolizan de manera tan concreta la lucha inquebrantable e incorruptible. Desde la desaparición de sus dos hijos Jorge Omar, en febrero de 1977 y Raúl Alfredo en diciembre del mismo año, además de sufrir la desaparición de la esposa de Jorge, María Elena Bugnone Cepeda, en 1978, no ha cejado en su defensa de los derechos humanos y la condena de los genocidas de la última dictadura, no solo de los militares, sino también de los responsables civiles, judiciales y eclesiásticos.
Hebe presidió la Asociación de Madres de Plaza de Mayo desde 1979, aunque un sector de las Madres se separara de la Asociación y creara Línea Fundadora en 1986.
Reconocida por no tener pelos en la lengua y llamar a las cosas por su nombre, la falta de protocolo también le ha permitido abrir todas las puertas que fueran necesarias para el bien de su causa.
Solidaria, comprometida, coherente y con una fortaleza que le permitió sostener un ritmo de trabajo y dedicación imposible de seguir para el resto de los mortales. Quizás ahí radicaba el secreto: la inmortalidad.
Su figura divide las aguas en la Argentina, para algunos odiada y detestada, mientras para otros era un faro que ilumina y nos indica para dónde seguir. Movilizando, interpelando e inspirando.
Un mundo sin Hebe es inimaginable, no tiene sentido. Por eso a partir de hoy, más que nunca, debemos abrazar su enseñanza y dejarnos que ilumine nuestros días ante la confusión, el pesimismo o la flaqueza.