Por Ana Lucía Calderón
«Fidel es el sol», así lo llamaba Haideé Santamaría (1923-1980)
Hay hombres que mueren, como dicen en mi tierra al mejor estilo, cuando “mi dios quiere” y otros como Fidel, que mueren cuando les da la gana.
Hoy es el aniversario de la partida física de Fidel, o al menos el gobierno cubano y sus allegados eso nos contaron, decidiendo decir que un día como hoy fue su deceso. Muchas preguntas a mí me quedaron por el inmenso secretismo, en parte muy comprensible, al igual que su pronto ritual de despedida con la incineración de su cuerpo. Me parece coherente y creo que debió ser su deseo. Pero no haber conocido las causas de su muerte, las cuales son de la pertinencia de todo aquel que lo haya admirado, seguido y amado, me parece que es nuestro derecho y el del pueblo cubano, porque no es sólo un líder, es un familiar nuestro. En fin, así la cuestión ha quedado. Paradójicamente hoy yo siento a Fidel más vivo que en los años anteriores en que aparecía poco y dejaba de escribir sus reflexiones. Hoy Fidel retumba desde donde vive, en la historia de la humanidad y desde ese siglo XX fascinante y contradictorio. Vive con toda la fuerza de su carisma, de su energía y de su pensamiento que es inspiración y ejemplo para quienes lo amamos, es miedo y rencor para quienes nunca pudieron con él y lo odian.
Qué puedo yo decir de mi amado Comandante en Jefe. Desde su muerte física, no he podido nunca escribir de él y mucho menos hacerle una canción. Tampoco lloré, aunque toda mi vida esperaba con miedo ese día, pensando que mi corazón quedaría devastado con esa dolorosa noticia, pero no fue así. Por alguna razón sentía un alivio, y me dije, ahora Fidel es mío, sólo para mí.
Entre la nebulosa de mi infancia, no recuerdo tan claramente cómo fue que un día me encontré frente al televisor escuchando un pequeño fragmento de sus palabras, en algún noticiero en el que se referían a él como al mismísimo demonio y yo pude concentrarme en lo que él decía y dejarme seducir por completo por su fuerza de oratoria, por su honestidad y su inmensa figura y después, preguntar a los grandes, por qué así hablaban de ese buen hombre. Era gigante no sólo por su estatura. Yo tendría quizás cinco años. El tiempo en que empezamos a tener noción de la muerte, de los miedos, de las pérdidas, de la guerra, de la permanencia en la existencia. Al menos yo eso me lo pregunté pronto y vi en la coherencia de su discurso y de sus palabras, lo que yo quería descubrir. Hablaba sobre el capitalismo. Hablaba sobre las guerras, por qué los poderosos sometían a países como los nuestros. Hablaba sobre lo importante que era el saber, aprender, el conocimiento, el trabajo, soñar, descubrir el mundo. Desde ese primer momento, no hubo entrevista que me perdiese, y después tan pronto pude aprender a leer, fueron mis lecturas favoritas, sus palabras. Siempre lo entendí.
Fue así que mi primera carta, después de que un día a mis siete años, escribiendo en el salón de clases, me vi mi letra tan fea, decidí que en la página siguiente comenzaría a hacerla bonita, como yo sabía que podía hacerla, y la cambié, para poder escribirle mis ideas a Fidel y mandarle mis cartas. Yo había escuchado que él le había contestado unas cartas a unos niños cubanos. Desde ese día y por muchos años, le escribí largas cartas, relatándole mis planes, mis ideas, mis desacuerdos con él, haciéndole preguntas. Desafortunadamente nunca me contestó, pero tampoco volvieron a mí, las cartas. En alguna parte estará la persona que se murió de risa burlándose de mis pensamientos, seguramente. Fue así como me acerqué más a la profesión de comediante o payasa, mientras buscaba ser oradora.
Estoy convencida de que Fidel le marcó la vida no solo a una niña colombiana, como yo, sino a miles y millones de personas en quien sembró valores e ideales que no le hacen daño a la humanidad, a diferencia de los ideales del Capitán América o los ejemplos de los Simpson o de la Lady Gaga. Yo espero que quien haya sido marcado por su inmensidad, sea tremendamente humano, solidario, estudioso, consagrado, riguroso y sobre todo coherente, ético, porque la Revolución será cuando no haya que mentir jamás.
Me fascinaba leer sus biografías, incluso las que todos los gusanos y enemigos escribieron, que eran las únicas que en Colombia yo podía tener, mientras obviaba las palabras de desprecio o de acusación a su grandeza, yo me enteraba de detalles, de las propias citas de sus relatos y entrevistas, donde él contaba cómo se fueron gestando sus ideas, también cómo salía a la luz su carácter.
Una de las cosas más increíbles fue que cuando era muy niño, quizás tres años, iba corriendo y suponemos que hablando, y por eso se cayó y se clavó una puntilla en la lengua. Era bellísimo leer esto porque en esos días de mis lecturas, el gato me había arañado la lengua mientras yo no lo dejaba en paz encima de su cara echándole cuentos.
Después quise ser abogada como él, pero mi hechura no estaba para esos caminos tan crudos de la realidad y la fantasía era mi única salvación para soportar la política y sus preocupaciones.
Por eso siempre me pregunté de él, cómo una persona podía tener tal grado de convicción en sí mismo y en sus ideas, sin dudar, sin tener basura dentro desviándolo de sus metas. Cómo se logra hacerse uno mismo así, cómo podemos evadir la depresión, la decepción, el desánimo, ante los retos inmensos difíciles de cumplir. Cómo podía él… y más allá de todas sus ideas políticas, ideológicas, de su papel en la historia, yo guardo de él ese ejemplo, entendiendo por qué le encantaba el Quijote de la Mancha. Quienes no alberguen ideas ni sueños, ni siquiera se arriesgan a desear algo distinto. Por eso todo revolucionario, primero que nada es un creador de posibilidades que otros no gestan.
Cuando Oliver Stone le pregunta si alguna vez había sentido la necesidad de buscar un sicólogo, él se sorprende, le dice que nunca le habían hecho esa pregunta en su vida y dice tan honestamente, que no, que nunca. Sorprendido porque él nunca se sintió fracasado, dudoso de lograr nada.
Queridos amigos, para mí, esa es la lección más grande que Fidel talló en mí. No importa cuán grande sea tu sueño, cuántos obstáculos, ni imposibilidades existan, si eres juicioso, si buscas con constancia, esfuerzo el camino, si no sirve el plan A, busca el plan B, sino el C o el que sea, la resistencia, la rebeldía, la imaginación y la persistencia en lo que quieras, es lo que hará que otros te crean y se sumen a tu idea.
Imaginen a este muchacho, exiliado en México, después de haberse salvado de la muerte en la Cuba del temible dictador Batista, vuelve, que convence a unos chicos para que se vayan en un barco a hacer la Revolución a una isla ¡que es grande!, era una absoluta quijotada y solo un hombre convencido de sí mismo lo logró. Después, convenció a todo un pueblo de ser capaces de ganarle al peor enemigo de la humanidad que nunca existió, y lo lograron. Que si hoy Cuba deja de existir, que si el pueblo cubano decide otro camino, que si el socialismo no es así, lo que sea que ustedes piensen, sólo diré que ya con eso Fidel no tiene más que ver. Dejémoslo descansar en paz, como bien se merece.
Continuemos su obra buscando la salvación de la humanidad y la construcción de nuevos sueños como él nos enseñó. Seamos todos un poquito Fidel.