La crisis actual es profunda, toca nuestro paisaje de formación y nos hace cuestionar la forma en que hemos aprendido a ver todo. Lo que imaginábamos que era el futuro se está derritiendo ante nuestros propios ojos, como los icebergs en el Ártico. Todo lo que creíamos saber está en duda, incluida nuestra creencia en el dominio del mundo por parte de Occidente. La pregunta definitiva ahora no es si el Occidente blanco se derrumbará, sino cuándo. ¿Cuándo caerá el próximo Muro de Berlín? Las noticias que llegan del Reino Unido apuntan ciertamente en esta dirección. Incluso la industria de la tecnología está en crisis; les gusta aparentar que están centrados en el futuro, pero en realidad han adaptado estructuras centralizadas y monolíticas sacadas del siglo XIX que les están haciendo tropezar. El violento 1% está manipulando la ciencia y la información, destruyendo todo a su paso en busca de mayor poder: sus relaciones con los demás, sus propios negocios y su medio ambiente.
Los medios de comunicación y el sistema quieren vendernos una realidad de «Apocalipsis Now»: justifican sus guerras y el aumento de los gastos militares echando petróleo al fuego en las regiones en conflicto, al tiempo que alimentan nuestras adicciones al dinero, al alcohol, a las drogas y al sexo, para ayudarnos a sobrellevar mejor esta realidad alienante. Nos hemos desconectado de nosotros mismos y de los demás y, en cambio, estamos conectados a nuestros teléfonos inteligentes, ordenadores y redes sociales. ¿Con quién estamos hablando? ¿Y hay alguien que realmente nos escuche?
Ahora mismo estamos en rehabilitación, intentando superar décadas, si no siglos, de adicción y depresión. Nuestros cuerpos sudan de fiebre, tratando de superar la desintoxicación, pero aún no son capaces de ver la luz al final del túnel. Nos han deshumanizado tanto que ya no sabemos ni cómo querernos a nosotros mismos. ¿Cómo volvemos a aprender a estar con los demás, simplemente como amigos? ¿Cómo aprendemos de nuestras propias experiencias y no nos dejamos llevar por distracciones ilusorias y a corto plazo? En el fondo, el problema está en nuestros propios registros internos. La gente se ve más afectada por su entorno exterior, alimentado por los medios de comunicación (imaginarios), que por sus propias experiencias concretas. ¿Por qué nos guiamos más por lo que nos dicen que ocurre a nuestro alrededor que por lo que registramos nosotros mismos? ¿Cuándo y por qué decidimos renunciar a nuestra intención, a nuestro amor por la humanidad común y a nuestra fe en el futuro por una efímera «inyección de felicidad»?
Para aquellos que son capaces de percibirlo, la humanización del mundo está en pleno proceso. Este proceso está limpiando todo, abriendo armarios, arrancando tapas, empujándonos a mirar debajo de las camas y tirando la ropa usada. Nuestro propio yo está siendo cuestionado, desde la identidad de género hasta el dinero, el trabajo, las relaciones interpersonales y la felicidad, redefiniendo ante nuestros ojos lo que significa ser humano. La disidencia social está surgiendo por todas partes, desde Santiago a Delhi y a Nueva York, desde las protestas estudiantiles a las huelgas de agricultores y a la Gran Dimisión, en la que 47 millones de estadounidenses renunciaron a sus trabajos en un año. Las culturas están hablando entre sí como nunca antes; nuestro «gran azul» es finalmente uno y multipolar y no hay vuelta atrás a un Occidente-Blanco unipolar. La ciencia rompe fronteras cada día, la concienciación sobre el clima va viento en popa y las energías alternativas se reconocen como el futuro (ya no hay dudas al respecto). El transporte en las ciudades está cambiando drásticamente: el transporte público, los desplazamientos a pie, las bicicletas, los patinetes, etc. están tomando nuestras calles, sustituyendo a los coches contaminantes. Los nuevos modelos de negocio están transformando el trabajo y, gracias a los avances en la tecnología de redes, el acceso al conocimiento se está universalizando. Las anticuadas estructuras políticas están cayendo y ya no estamos atrapados en la lucha ideológica de clases del siglo pasado. La gente se está levantando contra un sistema opresivo y violento y los países están recuperando el control de sus propios recursos y economías. Sí, lo estamos haciendo mientras hablamos: humanizando el mundo.
No escuches lo que dicen unos pocos; recuerda que hablar es barato. Mira en cambio lo que la gente está haciendo, produciendo un efecto de demostración tras otro. La mayoría de la gente, desde la izquierda hasta la derecha, quiere que el mundo cambie y muchos, muchos, lo están cambiando cada día. Sin embargo, no los veremos en nuestros medios de comunicación convencionales ni en nuestras plataformas de redes sociales. Debemos mirar más profundamente, y conectar en su lugar con esa dirección evolutiva que ha guiado a la raza humana, a través de giros y vueltas, a través de cientos de miles de años. Como escribe Javier Tolcachier en su último artículo, La unidad latinoamericana-caribeña: ¿Cuándo, si no ahora?:
«Hay ocasiones en la historia que deben ser aprovechadas. Son ventanas de oportunidad que indican que ha llegado el momento de avanzar con decisión. La indecisión en tales circunstancias es desaconsejable e incluso censurable».
No tergiversemos las señales que están apareciendo, y perdamos la oportunidad de producir un salto cualitativo en nuestro proceso humano.