Una conferencia más sobre cambio climático que, por desgracia, tampoco conseguirá frenarlo.
Por: Iñaki Chaves
No es ser pesimista, pero con la que se va a celebrar del 6 al 18 de noviembre en Sharm El Sheikh (Egipto) van ya 27 Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y seguimos sin verdaderos avances en la lucha contra esta crisis y todo lo que conlleva.
Tal vez alguien, dentro de muchos años, se rasgue las vestiduras ante un planeta muerto y lamente no haber hecho nada o no haberlo hecho mucho antes. Como en el final de aquella película (¿premonitoria?) “El planeta de los simios”, alguien, quizá un ser de otro planeta porque este será difícil que tenga supervivientes, se encontrará con los restos de lo que fue una civilización diversa y egoísta, inteligente y engreída, más preocupada por la rentabilidad económica que por la social y mucho más por el aquí y ahora que por el mañana que será hoy.
Han pasado treinta años desde la Cumbre de Río en 1992 y veinticinco desde el Protocolo de Kioto de 1997 y las constataciones de los riesgos del cambio climático han aumentado a la par que las inacciones para mitigarlos. Año tras año se siguen llenando documentos y compromisos de palabras vanas que se quedan en el papel y que no se ratifican y, por lo tanto, no se aplican o no todo lo urgente y seriamente que sería necesario.
Hemos cuestionado hasta la saciedad si queremos “planeta o plástico” en un mundo en el que “se calcula que anualmente son casi nueve millones de toneladas de desechos plásticos los que llegan a los océanos”; hemos tenido una mujer árbol premio Nobel de la Paz que nos enseñó a trabajar “por juntar las diferencias de su tierra a partir de la plantación de vida en forma de árboles con su Green belt movement”; tenemos una Greta Thunberg que despertó conciencias con su desobediencia civil y su iniciativa Friday´s for future; contamos con una Amazonia que sigue perdiendo no solamente superficie sino el partido de las finanzas al recibir casi treinta y cinco veces menos inversión que la reconstrucción de la catedral de Notre Dame tras su incendio, y nos hemos movilizado infinidad de veces con acciones por el clima denunciando que “no hay planeta B” y que lo que necesitamos es “cambiar el sistema, no el clima”. Pero, tres años y una pandemia después de todo eso seguimos sin aprender y sin actuar como corresponde por parte de quienes tienen los poderes para hacerlo.
El tiempo se acaba. El futuro es incierto y cambiante en casi todos los aspectos de la vida, pero es seguro y agravado en lo que a cambio climático se refiere. Y ya, será el game over del planeta. Terminará la COP 2022 y seguiremos prometiendo lo que ni gobiernos, incapaces por la pérdida de soberanía y de su papel en el contrato social y, sobre todo, ni grandes corporaciones económicas e industriales van a afrontar y cumplir.
El año pasado en la COP de Glasgow se proponía “Juntos por el planeta”, este año el eslogan es “Trabajar en beneficio de las personas y el planeta”, pero la propia página de Naciones Unidas sobre la conferencia afirma que la 27ª cumbre “busca renovar la solidaridad entre los países para cumplir el histórico Acuerdo de París”. No se necesita “renovar” la solidaridad entre países, la mayoría insolidarios y más preocupados por sus propios intereses que por el planeta y la humanidad a la que dicen defender, lo que hace falta es acción. El Acuerdo de París cumple ya siete años y la vida del planeta Tierra sigue igual o peor, caminando directa y sin freno al precipicio.
Ojalá me equivoque y mi nieta y las generaciones venideras consigan vivir dignamente en un planeta menos enfermo, con una población más solidaria y con gobiernos menos enceguecidos y más comprometidos.