El gobierno ha dado a luz su proyecto previsional que se presenta al congreso nacional con miras a su análisis para su eventual aprobación. Se trata de un proyecto largamente esperado. Ya han existido iniciativas anteriores, todas fracasadas. Por eso, no faltan quienes afirman que la tercera es la vencida. Estamos ante un proyecto que se balancea entre quienes se han parapetado tras el lema “No más AFP” y quienes están tras “Con mi plata, no”.
Las razones que fundamentan el proyecto apuntan esencialmente a romper su carácter eminentemente individualista, y donde solo el trabajador es el que se pone, forzosamente. Dejar atrás un sistema que en su momento, al crearse en 1980 mediante el DL 3500, prometió el oro y el moro. Lo que ha dejado no ha sido sino una estela de frustraciones por motivos que dan para otra columna.
El proyecto propuesto busca un financiamiento tripartito de las pensiones: con aportes no solo de los trabajadores y del Estado, sino que de las empresas. Lo que se propone es moneda corriente en los países, particularmente en aquellos con los cuales queremos cotejarnos, a los cuales queremos acercarnos, de mayor desarrollo.
La otra rareza del sistema que tenemos reside en que cada uno arma su propia alcancía con los ingresos que tiene, sin que exista solidaridad alguna a nivel intrageneracional ni intergeneracional. Es el sueño del neoliberal extremo, en el que cada uno se rasca con sus propias uñas, asumiendo que lo que cada uno gana es exclusivamente gracias a su propio esfuerzo, siguiendo la máxima de “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Como si la cuna no incidiera para nada. Como si la suerte tampoco incidiera, ni las trampas de quienes se avivan. Meritocracia pura y dura. Si nos ponemos una mano en el corazón, sabemos que lo de la meritocracia es más cuento que realidad.
Lo que el proyecto propone es incorporarle al sistema una tímida cuota de solidaridad desde el aporte patronal por la vía de la creación de una cuenta colectiva que apunte a mejorar pensiones actuales y futuras. Es lo que objetan quienes están tras la bandera de “con mi plata no”.
No nos engañemos. Más allá de lo que se logre con este proyecto, no veo posibilidad alguna de tener pensiones dignas mientras persistan los sueldos que la mayoría recibe. No se le pueden pedir peras al olmo. Si en vida activa ganamos poco, lo que recibamos como pensión también será baja. Imposible que no lo sea si no hay un mínimo de solidaridad entre nosotros, si nuestro sistema previsional carece de un componente solidario. Si no somos capaces de reconocer que unos ganan lo que ganan por nacer en cuna de oro y otros en cuna de paja; o que unos ganan lo que ganan por pitutos (contactos informales) y otros porque no los tienen, estamos fritos. Y por lo mismo, el foco debe estar en reducir la influencia de los pitutos, la influencia de la cuna, y que la palabra meritocracia deje de ser una expresión vacía, sin contenido. ¿Cuándo ocurrirá esto? Al paso que vamos será en el año de las calendas griegas.
Agreguemos el factor suerte, que también incide, en unos más, en otros menos, pero que no deja de estar presente. Si bien es cierto que unos se esfuerzan más que otros, no nos compremos el cuento de que nuestro esfuerzo lo es todo.
La travesía que sufrirá el proyecto, con la composición del congreso que tenemos, será un verdadero via crucis. Quién sabe cómo y ni cuándo saldrá el proyecto. El arte de la negociación, inherente a la política, alcanzará alturas que en este minuto ni sospechamos.