En el territorio en disputa, la comunidad perseguida por el gobierno y la justicia provincial realizó una ceremonia ancestral frente al Lago Mascardi, en un acto de espiritualidad que carga de sentido al lugar de donde fueron despojados. Un momento de conexión con las fuerzas naturales, mientras las fuerzas de seguridad controlan el paso por un espacio público, persiguen en camionetas, con una bandera argentina de fondo donde antes había una bandera de los pueblos originarios que decía: Territorio recuperado. “Estamos convencidos que vamos a volver al territorio, siempre abriendo el corazón”, dicen, mientras cuatro mujeres mapuche continúan detenidas con prisión domiciliaria, entre ellas la machi que reveló la condición sagrada de esas tierras.
Por Francisco Pandolfi para lavaca.org
Son las 6.30 de la mañana y el día comenzó hace un buen rato. El punto de encuentro es frente al barrio Pilar, sobre la ruta 40. Allí llegan mapuche de distintas comunidades, desde Chubut, Neuquén y otras partes de Río Negro para llevar a cabo una ceremonia ancestral. El destino será la vera del lago Mascardi, frente a donde, hasta el 4 de octubre pasado, vivía la comunidad Lafken Winkul Mapu, reprimida y desalojada por el Comando Unificado creado por el Ministerio de Seguridad de la Nación al mando de Aníbal Fernández, luego de la orden de allanamiento dictada por la jueza Silvana Domínguez.
Todo el camino a cielo abierto está ladeado por un cerro, a la izquierda; y por montañas de la cordillera de los Andes y tres lagos a la derecha (primero el Nahuel Huapi, luego el Gutiérrez y por último el Mascardi). Los paisajes son maravillosos, fascinantes. En estos casos uno quisiera tener el don de pedir prestado un par de ojos más, para abarcar tanta inmensidad y belleza. El viaje es acompañado por la retama amarilla, un arbusto exótico que crece lindante a la ruta y que sólo florece en noviembre. Detrás, una amplia diversidad de plantas y árboles, como coihues, cipreses, lupinos, retamos, rosa mosqueta y pinos oregón. “El pino oregón es introducido, no es de acá; altera el suelo y le gana territorio a la flora nativa”, dice una lugareña. Remata: “Es como el winka”, refiriéndose a la persona blanca invasora.
Media hora después de la salida, se llega a un territorio que nada tiene que ver con lo que era hace un mes. Falta el cartel que informaba: “Comunidad recuperada”. También la bandera mapuche. En su lugar, cuelga una bandera argentina. No pasa un minuto de haber estacionado hasta que aparecen varios efectivos de la Policía Federal. “Comando Unificado”, se presentan. Se les explica que se llevará a cabo una ceremonia y se baja al Mascardi. Mientras se camina hasta ahí, llegan refuerzos de las otras tres fuerzas que integran el Comando Unificado: Gendarmería, Prefectura y la Policía de Seguridad Aeroportuaria. En el medio de la ceremonia, los agentes dirán que todas las personas debemos darles nuestros datos. Estamos en un espacio público. No estamos en un estado de sitio. Pero esa es la orden.
Pese al amedrentamiento, lo que sucede en la orilla del lago es mágico, único, difícil de explicar en palabras: “Hoy es una jornada para compartir lo que cada uno sabe, y es importante que todas y todos hablemos de alguna manera; hay que estar tranquilos, tranquilas. Nuestros antepasados lucharon y ese testimonio vive, seguimos de pie”, arrancan, primero en ronda, mirándose a los ojos, escuchándose, buscando “armonía colectivamente”. Y celebrando el encuentro: “Llena de emoción estar acá, en este lugar. Venimos a fortalecer al monte, antes las injusticias del winka. Es tanto el dolor que llevamos encima; nuestros cuerpos conocen la historia más triste. Solo queremos vivir en libertad”. Este lugar al que hacen referencia es un paraíso: un bosque donde se escucha el canto de aves como las bandurrias y los cauquenes; donde el lago Mascardi y el cordón cordillerano parecen infinitos. Una zona más que apetecible para el negocio inmobiliario, matriz de gran parte de la Patagonia, que no entiende de espiritualidad ni de cosmovisión, ni de respeto a la diversidad cultural. “Estamos convencidos que vamos a volver al territorio, siempre abriendo el corazón”.
Dejan de estar en ronda y se alinean, una al lado del otro, mirando hacia el lago y a las montañas. Empieza la ceremonia, el guellüpun, como se dice en mapuzugun. Suenan dos instrumentos: el Kultrún –de percusión– y el Kull Kull –un cuerno vacuno usado originariamente para hacer llamadas–. Cantan, tocan, bailan, hablan. “Por acá pasaron nuestros antepasados. Entonces, es muy fuerte lo que nos pasa espiritualmente. La bronca que podemos tener por lo que estamos pasando se transforma en formas de sentir y pensar. No podemos olvidarnos que estamos cerca del Rewe de la Machi y como ella no puede hablar, no puede estar en su lugar, nos transmite la fuerza para que salga nuestra palabra a la orilla del lago”. El Rewe es el espacio específico de conexión con otras dimensiones del espacio y la Machi es la persona que puede atender y curar enfermedades. Hacía más de 100 años que una Machi no se levantaba en Puel Mapu –territorio ancestral mapuche en lo que hoy se conoce como Argentina–. Hoy, la Machi Betiana Colhuan Nahuel no está en su territorio porque fue desalojada, como el resto de su lof, y porque además es una de las cuatro mujeres que continúa presa, con prisión domiciliaria.
Hay infancias, adolescentes, adultos. Hay varias generaciones que se ven, que están, de alguna u otra manera. “Y las fuerzas naturales que también nos acompañan”, expresan al aire, al agua, al viento, al fuego armado con ramas y troncos, entre piedras que contienen, que abrazan. Hay mapuche descalzos, apoyando las plantas de sus pies directamente a la mapu (tierra). Hay una anciana, rol preponderante en las comunidades originarias, que se mueve a su ritmo, apoyada en un bastón dorado que va y viene, para atrás y hacia adelante, al compás de la creación musical.
Las y los pichiche (niñas -niños) reparten una bolsa con semillas. Luego, sirven en tinajas un líquido que tiene el color del licuado de banana, que se llama muday, mushay o muzay, depende la comunidad. “Es una bebida de trigo, como una especie de mote, pero no del todo porque el trigo no se cocina por completo”, cuentan. “El sentido, siempre en las ceremonias mapuche, es el de compartir, le convidás a la tierra lo que cosechás o preparás. Esto lo hacemos específicamente para las ceremonias y es el sentido de hacer el guellüpun: una manera de dar lo que tenés, en este caso las semillas y esa bebida; se entrega para que salga mejor lo que digamos, lo que pidamos, para hablar y compartir”.
Se acercan más aún al lago. El sol es radiante. Se arrodillan. Lanzan las semillas. Cada una, cada uno habla, pide, denuncia, agradece, según necesite. Se forma una música sin igual que estremece. Después, miran al cielo y construyen un alarido, en conjunto. Una unidad en la heterogeneidad de los tonos, de los ritmos, de los volúmenes, de lo dicho. Lo individual, lo colectivo, lo increíble, lo cotidiano: “Nuestra manera de mirar el mundo es integral, es con todas, con todos. Está el lago, el fuego, la montaña, todos hablando al mismo tiempo; se crea un momento individual, público y colectivo; cada persona entabla una conversación con las fuerzas. Parece raro, ¿no? Pero sucede, es posible. Es particular, pero compartido, nos acompañamos entre sí. Sabemos que esto mucha gente no lo entiende, pero para nosotros es fundamental transmitirlo, porque se trata de nuestra espiritualidad”.
Termina la ceremonia. En la ruta esperan varios oficiales. Y una camioneta de la Policía Federal. Y otra camioneta de Gendarmería. Y otra camioneta de Prefectura. Y otra camioneta de la Policía de Seguridad Aeroportuaria. Si hay algo que no puede negarse, es que el Comando está Unificado. ¿Por qué el despliegue de Fuerzas? “Para mantener cualquier inconveniente”, dice el ayudante Flores, que “desde esta semana” está “a cargo”. Luego, el ayudante Flores, sin ninguna identificación en su chaqueta, se retracta: “Es para evitar cualquier inconveniente, tanto de su parte, como de la mía y que no se distorsione la información. Solamente eso”. Detrás, el oficial Santana filma; nos filma. La fotógrafa de lavaca le pregunta por qué. Y el oficial Santana no le responde; o sí, en realidad, porque no emite palabra pero la graba más y más. Ahora solo a ella.
“Se potencia el hostigamiento contra los mapuche, contra una forma distinta de ver el mundo, de entender el lugar donde estamos viviendo; no es nuevo, siempre hemos sufrido este tipo de persecución, de discriminación, de negación, de desprecio, de racismo contra nuestro pueblo”.
Nos subimos a los autos para regresar los 30 kilómetros que separan Villa Mascardi de la Ciudad de San Carlos de Bariloche. Y la persecución se materializa, literalmente, por unos minutos: una camioneta de la Policía Federal comienza a perseguirnos, más y más rápido, sin escrúpulos, impunes, a la luz del día. Al lado, una lamien (mujer) dice, calma, cuando la camioneta frena en la banquina y va quedando a lo lejos: “Va a salir todo bien, estamos haciendo lo que debemos hacer”.