“…y bueno, pues, adiós ayer, y cada uno a lo que hay que hacer…”
Así se referiría el Nano a este nuevo amanecer en el que terminan los casi 30 días de visita a una pequeña parte de Europa del este. Si tuviera que definir este viaje con una sola palabra, diría que fue: brutal. Brutal en la plena ascensión del término. No por el impacto de un inesperado y violento choque frontal que puede terminar con la vida. Sí, con el inesperado impacto de aquello que deslumbra intensamente y llena de felicidad en el más amplio sentido de disfrutar el placer de aquello que jamás imaginé que podría existir más allá de los románticos cuentos de la infancia.
Zagreb viene a coronar este maravilloso viaje que tan puntillosamente organizó mi Lila… y que, también para ella, fue toda una inexplicable maravilla que compartimos felices caminando como si estuviéramos descubriendo un mundo nuevo. Asombrados de todo cuanto vimos.
Durante los 150 km que nos separaban de Fonyód para llegar a Zagreb, quise detenerme mil veces a fotografiar aquello que creía imposible de ver y solo existe en los óleos de los cuadros. La campiña de Europa del este es de no creer. No solo la campiña, estos tipos se las han ingeniado maravillosamente para hacer real aquello con lo que soñamos mil veces, aun de grandes.
Zagreb es, además de bellísima, una ciudad contenedora, llena de codos y recodos, cortadas y cortaditas que dan a otras calles escondidas y tan acogedoras tal cual aquellos rincones escondidos que organizábamos de niños para jugar a ser mayores. Todo, absolutamente todo es tan lindo que atrapa, a tal punto, que en un principio imaginé estar en el reino: muy, muy lejano al que Shrek y burro debieron recurrir para pedirle a su hedonista rey Lord Farquaad que libere su pantano de los personajes de cuentos … Así de lindo y prolijo es Zagreb aunque sin ogros ni hedonistas reyes. Con un criterio urbano y paisajista tan práctico como hermoso y armonioso.
No sé cómo, pero en la zona céntrica más densamente transitada, estos tipos se las han arreglado increíblemente para que las personas, los autos, motos, bicis, tranvías, monopatines y palomas se muevan sin necesidad de semáforos, ni policías, ni controles… sencillamente: fluyen tan fácilmente como pudiera levitar un yogui. Sólo la prudencia y el sentido común guían sus rutinas de una manera que sorprende. No vi en ningún otro lugar una cosa así de organizada. Parece que la gente tiene muy claro lo que hay que hacer y cómo comportarse sin que nadie se lo indique… ¿para qué imponerle condiciones…? ¿Acaso esto no es también solidaridad…?
Tengo para mí que cuando se está frente a una obra de arte, música, pintura, literatura, escultura… uno debe salir transfigurado por las emociones que el artista ha plasmado en su obra. Europa del este, al menos esta parte, moviliza, sensibiliza y emociona profundamente como si toda ella fuera una obra de arte hecha por su gente, como si cada uno fuese un artista o como si toda esta Europa fuese una comunidad de ellos, de anónimos artistas que en silencio construyen, día a día aquello que cotidianamente viven, dejando evidenciado el poder transformador de la disciplina y el orden. Porque esta vida no puede haber sido fruto de un milagro, más bien de una cotidiana elaboración que los hace verdaderamente libres. Sin dudar, por ello, que no haya penas, tristezas ni motivos por los que preocuparse ¿dónde no las hay…?
Europa del este, al menos esta parte, Croacia, Eslovenia, Hungría… vienen a demostrar que las románticas fantasías de aquellos cuentos de la infancia son mentiras, porque toda esta Europa es real y no necesita de cuentos.
PD: No hay que dejar de visitar el museo Tesla, una genio como pocos hubo en el mundo