Hay artículos muy buenos en Clarín, pero la mayoría no tiene comentarios. Yo supongo que se leen, porque el número de lecturas se cuenta. Pero mucha gente no comenta, ya sea porque no sabe cómo hacerlo en internet, porque no se atreve o lo considera innecesario. En cambio en lo que se publica en las páginas de Facebook, hay muchos comentarios, lo he comprobado personalmente y no entiendo bien la razón.
He leído varias veces un artículo de Ricardo Candia Cares, muy buen periodista, por cierto. Buen periodista, buen escritor que sí vivió la represión de la dictadura cuando era un jovencito de origen proletario. Que como muchos se tuvo que ir al exilio. En suma, es un excelente compañero.
El artículo a que me refiero se llama: “Insistiendo en lo que no sirve: ¿Para qué hacer algo diferente y arriesgarnos a ganar? (O la paradoja del auto en pana).”
Desde luego los titulares son muy importantes en periodismo. Son famosos los de Clarín cuando era un diario impreso. Pero decir “Hacer algo diferente y arriesgarnos a ganar” es una frase que quiere ser ingeniosa, pero en realidad no lo es porque no tiene sentido. Las frases, los titulares, para ser ocurrentes tienen que tener cierta lógica, aunque sea la lógica del absurdo y ésta no lo tiene. No quiero ofender al compañero Candia, porque lo respeto, pero él sí que está ofendiendo a mucha gente que no lo merece.
El artículo tiene cosas buenas. Hay muchas ideas dispersas y no las voy a analizar todas porque sólo me quiero detener en algunas.
Es que hay frases que resultan ofensivas y que no son justas: dice el compañero Candia Cares “la izquierda, esa cosa empalagosa y casi fantasmal”. Yo me detengo y me pregunto qué quiere decir con esto. Empalagoso es algo desagradable: dulzón, azucarado, acaramelado, indigesto. ¿Eso significa que la “COSA” no es realmente de izquierda, sino derechizante, complaciente, cobarde, contrarrevolucionaria y, en definitiva, enemiga del pueblo.
Ahora bien, Ricardo Candia Cares sabe muy bien que la izquierda no es una sola en Chile y casi en ningún otro país. Entonces, referirse a “LA izquierda” en singular, es un error que hasta parecería de mala fe. Hay muchas izquierdas en Chile, las que están en partidos que fueron de izquierda y que ya no lo son, pero en que muchos de sus militantes son honestos y confían en poder restablecer sus antiguos principios de izquierda. También hay partidos que siguen siendo de izquierda aunque han perdido casi todos sus referentes internacionales, pero son de los más serios que van quedando en el mundo.
Y hay mucha gente de izquierda independiente, en el sentido de que no milita, ya sea porque nunca militó o porque ha dejado de militar en los paridos que se dicen de izquierda.
La expresión empalagosa no se puede aplicar a la gente de izquierda de verdad, que es mucha y la mayoría no influye en nada porque no tiene como manifestarse. No tiene prensa escrita, no tiene radio, no tiene televisión. Por cierto, el gobierno tampoco los tiene o muy pocos. Porque la Concertación acabó con toda la prensa de izquierda o simplemente independiente que hubo bajo la dictadura, dentro y fuera del país. Allí quizás podría caber la expresión “fantasmal. Porque estas izquierdas “sueltas” de ahora sólo tienen unos cuantos diarios virtuales que leen muy pocos. Y las redes sociales me parece que las tiene muy acaparadas la derecha porque les invierte dinero.
Los pueblos relacionan generalmente a la juventud con la izquierda, como dijo Salvador Allende en su célebre discurso en la Universidad de Guadalajara. Aquí les dejo unos párrafos:
“Fui dirigente estudiantil y porque fui expulsado de la Universidad, puedo hablarles a los universitarios a distancia de años; pero yo sé que ustedes saben que no hay querella de generaciones: hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en estos me ubico yo.
Y la juventud tiene que asumir su responsabilidad histórica; tiene que entender que no hay lucha de generaciones, como lo dijera hace un instante; que hay un enfrentamiento social, que es muy distinto, y que pueden estar en la misma barricada de ese enfrentamiento los que hemos pasado de los 60 años y los puedan tener 13 o 20.
Y ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica; pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil”.
Entonces, Ricardo, no nos englobes a todos en esa “gente que se autodenomina de izquierda (…) viudos o huérfanos de un pasado glorioso (…), descolgados de los otrora partidos de la otrora izquierda y que no dan pie con bola.”
Yo me siento aludida, aunque no pertenezco a los mártires que murieron combatiendo a la dictadura, pero a pesar de tener muchos años, me he mantenido (ni siquiera me atrevo a decir como revolucionaria) como mujer de izquierda dentro de esta sociedad burguesa.
Y creo que nadie critica a los jóvenes, y menos a los que están en el gobierno, por ser jóvenes. Se les critica porque a veces no se atreven a “asumir su responsabilidad histórica”, como señaló Salvador Allende, que sí la asumió y lo pagó con su vida.
Los viejos no les reprochamos a los jóvenes su juventud. Al revés, lo que les reprochamos es hacer a menudo una política viaja, desprestigiada y fracasada. Quisiéramos que como jóvenes fueran audaces, creadores, valientes y arriesgados.
Y la paradoja del auto en pana es diferente. No era un auto, era un camión lleno de gente. El chofer gritó: “Esto no avanza, bájense todos a empujar”. Todos se bajaron y empujaron pero el armatoste no se movía. Entonces, una muchacha de entre los pasajeros gritó: “Toda la gente que está en la calle mirando, por favor vengan a ayudarnos”. Y los mirones se acercaron, se pusieron a empujar también y el camión comenzó a moverse lentamente. “Es que hay una cuesta de subida”, gritó alguien. “No importa, dijo otro, después viene la bajada y esto se va a mover solo”.
Ricardo, no es bueno escribir artículos tan hirientes y tan despectivos. Todos estamos frustrados por el resultado del último referendo, que sin duda es una tremenda e inexplicable derrota para la izquierda, para el gobierno y para el pueblo.
Y también dices: “No sirvieron las hermosas canciones de los más queribles camaradas”. Otra observación amarga e injusta. Porque quizás las canciones no provocan los cambios, pero alegran el cuerpo y el alma. Y si en algún lugar cantamos “Venceremos” y nos derrotaron, no importa, la volverán a cantar nuestros hijos y quizás nuestros nietos y vencerán.