Este recién y pasado verano ha sido uno de los más tórridos de la historia… Y la Agencia Estatal de Meteorología, y también Bruselas, y hasta la mismísima Onu, nos avisan y advierten sin matices de que esto va a más, y que no hemos hecho más que empezar. El tristemente famoso Cambio Climático, o sea, traducido al román paladino: nosotros todos, desde los gobiernos hasta los ciudadanos, tenemos la culpa. Sin distinción y sin excusas ningunas. Absolutamente todos hemos sabido a su tiempo lo que pasaba y por qué pasaba. Y ninguno, absolutamente ninguno, nadie, ni ellos ni nosotros, hemos querido hacer nada, en la medida de nuestras posibilidades, para tratar de frenar esto. Hemos hecho oídos sordos, y seguimos con nuestro dalequetepego, que es lo más cómodo.
El genial y mundialmente conocido arquitecto Le Corbusier, ya anunció en su tiempo que la jerarquía de los materiales de construcción y planificación urbana era: cielo, espacio, árboles, acero y cemento. Exactamente por este mismo orden, y nunca, jamás, por otro alterado. Nosotros, y los constructores, y los financieros, y los políticos, y todo el mundo, lo hemos hecho justo al revés. Todo lo contrario. Hoy se demuestra, palpable e inequívocamente, la desigual redistribución de ese cielo, de ese espacio humano y de arbolado, que incide, muy negativamente, en el aumento de la temperatura, por efecto del desmedido y abusivo empleo del acero, el ladrillo, el cemento y el interés crematístico por encima de la calidad de ida humana. El resultado de aplicar el interés económico sobre todo lo demás.
Esto que cito hoy aquí son simples y elementales datos técnicos sacados de cualquier manual de arquitectura vulgar, y los expongo como ejemplos que ilustran lo que quiero transmitirles en este artículo: la acera expuesta al sol directo puede subir hasta 32º C. por encima de la temperatura normal, mientras que la acera en sombra permanece a su temperatura ambiental; el combustible de los coches aparcados al sol se evapora, liberando gases tóxicos; los edificios sufren el mismo efecto, acelerado por la densidad de población acumulada en los mismos, como bares, comercios, oficinas… encima dotados de aires acondicionados; ese mismo aire acondicionado aumenta casi un par de grados esa misma temperatura-ambiente de las calles… En esos mismos estudios de arquitectura saben que el escenario más optimista apunta a que superaremos esos dos grados próximamente con olas de calor más intensas, agravadas por nosotros mismos y nuestro pésimo urbanismo, en un entorno en que la época de la electricidad barata que impulsó el uso del aire acondicionado habrá acabado.
Hace más de medio siglo, que ya es tiempo, aquí, en España, un país que se abría al bárbaro, aunque productivo, asolamiento turístico, además de la asolación por el clima, se empezaron a colocar toldos en las ciudades más calientes de la Iberia candente… Se descubrió entonces, ¡oh, sapientia sapientiae!, que, con el material, color y distribución adecuados, se bajaban más de diez grados las temperaturas de edificios y alrededores, sin enchufar nada a la factura de la luz… Luego, con cada burbuja inmobiliaria, el toldo verde, como humilde presencia por sencillo y malcalificado de cutre, fue arrinconándose, como avergonzándose de ellos, pero sin reemplazarlo por filas de árboles, setos y celosías, pérgolas o marquesinas, que dieran sombra, en vez de sartenes al sol, que es lo que hoy nos luce y tenemos.
Lo que pudo, y debiera, ser la dotación urbana común a cualquier población española, la avaricia de sus ayuntamientos con sus planteamientos, la ha convertido en suelo urbano reverberante de calor y multiplicador de la temperatura, donde las anémicas y únicas zonas de protección y refugio son las terrazas de los bares, que invaden espacios peatonales y aceras, a cambio de rendir impuestos de ocupación, si es que los rinden… En pocas y estrictas palabras: negocios a cambio de derechos. Si el ciudadano quiere disfrutar del alivio del sombraje, que pague. Y que consuma, que es lo único importante… Hemos cambiado y confundido sociedad de bienestar por sociedad de consumo, sin darnos cuenta que la segunda, en realidad, destruye a la primera.
No sé si este pobre y humilde artículo será leído por algún responsable en materia munícipe, léase técnico o político… Ignoro si tendré el privilegio de merecerlo. Pero si lo hacen, aún por equivocación, y no se sonrojan, ya que el sueldo suele tapar la vergüenza, ni lo reconocen, porque eso sería ir en contra de sus cada vez más espurios intereses, sí que me gustaría que tomasen nota para el inmediato futuro que ya es ardiente presente.
Pero si lo hacen algunos de mis conciudadanos, que tampoco digo yo que muchos, que sepan al menos que la responsabilidad es también de todos y cada uno de nosotros… Y que quizá aireando este escaso articulico en la medida de lo posible, podamos mañana, o quizás pasado mañana, airearnos también nosotros, y respirar un poco más fresco en nuestras calles. Calles para personas, para seres humanos, y no para coches y máquinas tragaperras…