“Ser un adelantado a tu época en política es otra forma de estar equivocado” aseguró el presidente Boric en una de las entrevistas que más contrariedad han logrado durante sus primeros meses de administración. “No puedes ir más rápido que tu pueblo”, agregó el Mandatario, con lo que después fuera calificado de “soberbio” y “pretencioso”, además de provocar sospechas en cuanto a lo que realmente se propone es moderar su programa de gobierno. De manera tal que reformas como la tributaria, la previsional o de la salud se acoten solo a cambios superficiales. Todo esto aguijoneado por las presiones que recibe su gobierno desde la derecha y los más poderosos empresarios nacionales y extranjeros a objeto de que atenúe o desista de su programa de gobierno.
La sordina que al parecer el Presidente le pondría a su itinerario se condice con la misma actitud adoptada por quienes lo antecedieron en el cargo y mostraron igual o más debilidad o falta de resolución para satisfacer las demandas populares. Adentrándonos en una crisis que provocaron el descontento popular generalizado y el violento Estallido Social del 2019, obligando a la clase política a convocar a una Convención Constitucional, además de reponer la obligatoriedad del sufragio para hacerle frente al creciente abstencionismo, apatía y desencanto electoral. O peor aún, evitar el colapso de nuestro sistema institucional, todavía regido por la Carta Fundamental heredada de Pinochet, con aquellas tímidas modificaciones promulgadas bajo el gobierno de Ricardo Lagos.
Podríamos decir que el renuncio programático que se derivaría del juicio de Boric es muestra también de una clase política chilena muy huérfana de liderazgo. Carente, justamente, de mentes lúcidas o adelantadas resueltas a liberar al país de la desigualdad social, el severo estancamiento económico, como de la falta de partidos políticos y dirigentes capaces de ofrecer alternativa al modelo de desarrollo ya fracasado.
Sería bueno que alguien pudiera señalarnos qué país del mundo ha sido capaz de superar sus crisis y cumplir anchos desafíos con gobernantes que no se adelantan a las convicciones e inercias de su época. Más bien, lo que se puede asegurar es que las más sólidas transformaciones derivan de líderes resueltos y visionarios que muchas veces hasta ofrendan su propia vida y libertad en el servicio de causas que lograron a veces mucho después el consentimiento popular. Si pensamos, por ejemplo, en los procesos de emancipación de las naciones americanas y de todos aquellos países del mundo liberados del yugo imperial. Si recordamos que héroes y libertadores como Bolívar, San Martín y O’Higgins terminaron en el exilio después de ser traicionados por el entreguismo y los intereses creados de las fuerzas refractarias y auto calificadas de realistas o prudentes. Si consideramos los largos años de cárcel de un Nelson Mandela o el trágico fin de Patricio Lumumba y de tantos otros mártires en éste y otros continentes.
Sería muy útil que en esta época de tanto desafecto político y moral, alguien nos ilustrara sobre cual revolución de las consideradas exitosas o reconocidas por la historia universal careció de guías certeros y resueltos, resultando solo de la mera y espontánea voluntad popular. Si hasta el fin del esclavismo se consumó después del testimonio y sacrificio de los más arrojados insurrectos. Del sacrificio y la mente adelantada de Martin Luther King y tantos otros líderes. Ni qué hablar de la cruz cargada por tantos referentes religiosos y espirituales de la humanidad. Hasta del empecinamiento de aquellos grandes científicos amenazados y humillados por las más oprobiosas censuras o inquisiciones, como las que todavía se ejercen en nombre del “estado de derecho” y los “valores permanentes de la patria”. Si agregamos los costos que significaron, además, los movimientos por los Derechos Humanos y el reconocimiento de la dignidad de las mujeres.
En la década de los cincuenta, sesenta o setenta en Chile y América Latina florecieron pensadores y políticos que daba gusto escucharlos en los hemiciclos legislativos y apreciar sus discursos y enorme ascendiente en sus poblaciones. Cuando los menores de edad esperaban ansiosos la oportunidad de sufragar y cuando ser independiente o no militante constituía un verdadero demérito, un estigma social. Cuando la educación cívica de los pueblos resultaba principalmente del ejemplo de los dirigentes políticos y todavía no eran tan generalizados los funcionarios públicos corruptos, digitados por el dinero, la ambición y codicia personal. En un tiempo que fuimos la excepción en un mundo adicto a los más tenebrosos dictadores europeos, las crueles conflagraciones y la propia guerra fría.
Antes que nuestros gobernantes, bancadas legislativas, jueces, militares y medios de comunicación, fueran adiestrados y monitoreados por las sociedades anónimas y consorcios transnacionales. Y nuestros estados, sistemas de previsión, de salud y tratados internacionales desafiaran nuestra soberanía. Antes de que se impusiera en todas partes la cínica sentencia de aquel despreciable dirigente sindical mexicano que proclamó que “un político pobre es un pobre político”.
*(El tema de esta columna surgió de un interesante diálogo con mi amigo Matías Bosch, nieto del mayor líder político y presidente dominicano. Un enorme ejemplo de toda nuestra región.)