Años de crisis y movilizaciones sociales han sido el signo en este país caribeño, en la mira permanente de las denominadas «misiones internacionales» que, como ha sido demostrado en su momento, solo han dejado más miseria. Tras el asesinato del presidente Jovenel Môise, el pasado 7 de julio y el incumplimiento del llamado a elecciones por parte de Ariel Henry, instalado en la presidencia de manera arbitraria y, en principio, transitoria. En ese contexto, el país ha vivido una avanzada de bandas criminales y un brote de cólera. Ante esa situación, la recomendación del Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres de enviar misiones internacionales para detener dicho brote y la solicitud del gobierno haitiano (ilegítimo, como ya se ha dicho), de misiones internacionales para controlar el crimen, ha levantado una ola de protestas y movilizaciones sostenidas de un pueblo que reclama soberanía, elecciones generales para estabilizar la democracia y el funcionamiento del Estado y autonomía para tomar sus propias decisiones.

A día de hoy, el pueblo haitiano sigue en las calles, oponiéndose a la injerencia extranjera, exigiendo crear un gobierno de transición que construya el acuerdo nacional para llamar a elecciones generales y reclamando la renuncia del premier por su clara incapacidad para buscar soluciones soberanas en una situación con múltiples factores que la complejizan: violencia de bandas armadas, precariedad de servicios de salud, instituciones ilegítimas, entre otros. No hay ningún tipo de acción del gobierno ni de sus fuerzas policiales para detener la escalada de violencia de las bandas criminales y, desde las organizaciones sociales, esto se lee como una estrategia más para justificar la injerencia extranjera en el país. A ello se suma la mayor dificultad diaria para resolver la vida cotidiana: falta de agua, de alimentos, bloqueos de reservas de gas y petróleo, escuelas paralizadas, todo ello, usado como argumento para justificar lo que para buena parte del pueblo haitiano es, a las claras, una intervención.

Vale recordar que fue Haití el primer país de nuestra región en independizarse, allá por 1791 y que le tomó 122 años terminar de pagar una «deuda de reparación» a Francia, en 1947. La lógica imperial y colonial no cesa en Hatí. Pero tampoco la dignidad de un pueblo que se resiste.