Ante la incertidumbre y amenazas globales, solo queda observar su evolución.
Mientras el mundo desarrollado se hunde en un pantano de enfrentamientos provocados por la ambición y la búsqueda de hegemonía, los países menos menos privilegiados deben arreglárselas solos para sobrevivir. Las instancias de alcance global, creadas para garantizar un cierto equilibrio entre naciones -entre ellas la ONU y sus agencias- no solo han perdido espacio; también el poco respeto que todavía conservaban de cara a la opinión pública. Hoy, el desprestigio les ha alcanzado de lleno por su pasividad ante los abusos de las potencias.
Aun cuando la mayoría de seres humanos carece de medios para comprender la magnitud del descalabro mundial, el hecho es que todo el sistema bajo el cual se rige el mundo está colapsando de modo acelerado. La economía, basada en la explotación y el uso irracional de los recursos naturales, ha cavado un enorme foso acabando con el precario equilibrio del planeta y lanzándonos hacia una devastación nunca antes vista.
La inconcebible ola de saqueo de las riquezas de los países en desarrollo y los efectos acelerados del cambio climático, marcan un proceso destructivo y genocida sin parangón en la historia de la Humanidad. Todo ello, acompañado de políticas ambiciosas que utilizan la extorsión contra gobiernos débiles. Estas naciones, progresivamente dependientes de la ayuda de organismos financieros internacionales -cuyo objetivo es aumentar la debilidad del tercer mundo- van cayendo en una situación que les impide tener acceso a un desarrollo pleno y sostenible.
La teoría del “desarrollo del subdesarrollo”, elaborada por André Gunder Frank hace ya más de 50 años, explica que “la mayoría de los estudios del desarrollo y del subdesarrollo adolecen de no tomar en cuenta las relaciones económicas y otras entre las metrópolis y sus colonias económicas a lo largo de la historia de la expansión mundial y del desarrollo del sistema mercantilista y capitalista. Por consiguiente, la mayoría de nuestras teorías fracasan en explicar la estructura y desarrollo del sistema capitalista como un todo y en tener en cuenta su generación simultánea de subdesarrollo en algunos lugares y desarrollo económico en otros.”
Es decir, se supone una similitud entre el pasado de los países desarrollados y la actual situación de los no desarrollados, como si solo fuera cuestión de tiempo alcanzar los mismos niveles. Esa visión, en el estado actual de las relaciones entre unos y otros, lleva a una perspectiva peligrosamente engañosa. En la actualidad, frente a una situación de enorme tensión entre las máximas potencias y naciones aliadas, toda teoría del desarrollo cae ante una realidad que tiene al mundo al borde del abismo, arrastrando consigo a nuestros países dependientes y vulnerables.
En este frente cargado de violencia y ambición geopolítica, el costo cae, de hecho, sobre los pueblos abandonados a su suerte; sobre los incesantes desfiles de migrantes cuya precariedad es obra de la voracidad e indiferencia de los países desarrollados; sobre los desplazados de su territorio por la ambición de la industria extractiva y sobre grandes conglomerados privados de agua y alimento. El inconcebible repunte del nazismo en Europa constituye, de modo directo, un signo de estos nuevos tiempos en donde la vida humana es un mero obstáculo, capaz de entorpecer sus planes de crear un mundo distópico, blanco, unificado, obediente.
La situación mundial nos compete a todos al condicionar nuestra vida, sin excepción.