Nada será igual en Brasil desde la noche del domingo 30, cuando 156 millones de brasileños ya hayan elegido su próximo presidente entre el ultraderechista Jair Bolsonaro y el progresista Luiz Inacio Lula da Silva, y decidido entre la democracia y un futuro para todos, o la autocracia de un gobierno aupado por los mandos militares, en beneficio de los más ricos.
por Juraima Almeida y Aram Aharonian
“Hemos llegado al momento de definir nuestro destino. Nada será como antes, después del próximo domingo. Seremos profundamente felices o infelices. Recuperaremos el poder de decidir el destino del país en nuestras manos. O renunciaremos definitivamente al poder de definir con nuestras propias manos lo que queremos para Brasil”, define el sociólogo Emir Sader.
La incógnita es si Bolsonaro aceptará una posible derrota tras sembrar sospechas contra el sistema de votación durante meses al más puro estilo Donald Trump. A pesar de haber bajado el tono a sus amenazas, se mantiene esquivo sobre cuál será su reacción en caso de que pierda ante Lula, favorito en las encuestas.
Desde que se conozcan los resultados hasta la asunción del próximo mandatario el 1 de enero de 2023, pasarán los últimos dos meses del año. Cualquiera sea el resultado, todo apunta a la perpetuación de la polarización asimétrica entre una izquierda light y una extrema derecha agresiva, en un país con instituciones democráticas frágiles
La batalla no es solo entre Lula y Bolsonaro, sino entre democracia y autoritarismo, soberanía alimentaria y hambre, dignidad y servilismo, libertad religiosa y cruzada moralista pentecostal. Gane quien gane, lo seguro es que una oscura nube de parlamentarios de extrema derecha seguirá activa en el país, ocupando el espacio de oposición al progresismo del Partido de los Trabajadores (PT). Y, seguramente, Bolsonaro será el gran vocero de este campo.
Entre la extrema derecha y la democracia
La elección en Brasil moviliza fuerzas y movimientos de extrema derecha en todo el mundo, mientras democracias extranjeras se preparan para ratificar el domingo los resultados del TSE (Tribunal Superior Electoral) con la esperanza de evitar un espacio para una ruptura democrática o un cuestionamiento de los resultados.
En varias capitales extranjeras, la orden de los gobiernos es preparar los cables para que, incluso el domingo, el ganador de la elección sea felicitado por los mandatarios. La estrategia se utilizó en la elección de Joe Biden en Estados Unidos, en un esfuerzo por sofocar la operación de Donald Trump para cuestionar el resultado y advertir de un presunto fraude.
Lo que se quiere es evitar que se repita el escenario del asalto al Capitolio en Estados Unidos en 2021, con un eventual golpe de Estado: un respaldo el domingo de los resultados del TSE puede enviar una señal de que un quiebre institucional no será bienvenido. También Washington alertó al gobierno brasileño que no hay espacio para que Bolsonaro cuestione el proceso electoral.
Esta semana, los presidentes de los gobiernos de España y Portugal, Pedro Sánchez y Antonio Costa, anunciaron su apoyo a la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva y ambos insistieron en defender la democracia. Semanas atrás el apoyo provino de ex jefes de estado y de gobierno europeos, incluidos los de la derecha.
“El resultado de la elección presidencial brasileña tendrá un impacto decisivo, que irá mucho más allá de sus fronteras. Cuando la democracia está en peligro, es necesario unir a los divergentes para vencer a los antagonistas. Por eso, nosotros, exjefes de Estado y Gobierno de diversas tendencias políticas, apoyamos la candidatura del expresidente Lula”, dijo el expresidente francés François Hollande.
En la lista también figuran José Luis Rodríguez Zapatero, expresidente del Gobierno español, Massimo d’Alema y Enrico Letta, exjefes de Gobierno de Italia, Micheline Calmy Rey, expresidenta de Suiza, y Elio di Rupo, exprimer ministro de Bélgica.
Pero la elección también moviliza a la extrema derecha del mundo, que en los últimos cuatro años ha tenido al bolsonarismo en el poder en Brasil para avanzar en su agenda y desmantelar consensos en aspectos de derechos humanos. En la primera vuelta electoral, la campaña de Bolsonaro difundió un video en el que varios líderes de extrema derecha anunciaron su apoyo al brasileño. Casi todos estaban fuera del gobierno o habían sido derrotados en elecciones recientes, salvo Viktor Orban, el primer ministro húngaro.
Las encuestas no lo quieren
En su rápido discurso de la noche de este miércoles 26, en el Palácio da Alvorada, el presidente Jair Bolsonaro admitió que sus encuestas contaron con menos votos de los que esperaba su equipo de campaña declaró: «En ciertos lugares pensé que lo haría bien y hasta podría ganar (…), perdimos. Ciertamente las inserciones marcaron la diferencia».
Tal vez eso explique la irritación del presidente, la suspensión de su viaje a Río de Janeiro, la apresurada convocatoria de reuniones amenazantes en Brasilia con ministros, comandantes militares y asesores de campaña, y el llamado a la prensa para su pronunciamiento.
Si la intención de Bolsonaro era demostrar fuerza, el efecto fue el contrario: fue un testimonio de debilidad y miedo a una derrota en las urnas. La campaña para la reelección detectó que tiene menos votos de los que imaginaba y el candidato intenta difamar o posponer la votación prevista para el domingo, como le aconsejan sus asesores nacionales y extranjeros.
Bolsonaro sigue un guión similar –éste de segunda mano- al que adoptó Trump cuando intentó desbaratar las elecciones en ese país: denunciar que habría un sistema de conteo de votos viciado y fraude minorista, llamar a sus votantes a permanecer en las calles en un estado de alerta, antes, durante y después de la apertura de las urnas.
Bolsonaro se queja del presidente del Tribunal Superior Electoral (TSE), Alexandre de Moraes, porque no respondió a la solicitud de abrir una investigación sobre la denuncia de que doce estaciones de radio del Nordeste no estaban transmitiendo su propaganda electoral. “Está desesperado porque sabe que va a perder”. comentó Lula.
Un esfuerzo conjunto de recomendaciones de sus asesores disuadió a Bolsonaro de intentar arrojar vilipendios contra el presidente del TSE. Y el anuncio de golpe que muchos temían se convirtió en una gota. Por cierto, un golpe no se anuncia, se aplica.
Ricardo Noblat habla de los planes de Bolsonaro para la noche del domingo: como los votos del noreste –donde Lula arrasa- son los últimos en ser contados, Bolsonaro se apresurará en anunciar su victoria cuando esté por delante en el conteo. Si la elección termina con su derrota, dirá que le robaron la elección y que reaccionará “dentro de las cuatro líneas de la Constitución”. O simplemente decir que fue robado.
Todos los recursos del Estado para mantenerse en el cargo
Pero lo que nunca, jamás, se vio antes se refiere a la amplia distribución de recursos, que supera los 13 mil 600 millones de dólares en el intento de comprar votos, dejando un inmenso agujero en las cuentas públicas de 2023 y drásticos recortes en recursos destinados a educación y salud, protección del ambiente y los derechos de los indígenas.
Lo que nadie logra entender y mucho menos explicar es cómo todo eso, del esparcimiento de mentiras escandalosas a la escandalosa distribución de dinero público tanto a través de “beneficios sociales” como de un ilegal “presupuesto secreto”, ocurre frente a la inactividad de las autoridades, tanto del Tribunal Superior Electoral como del Supremo Tribunal Federal, señala el escritor y analista Eric Nepomuceno
Quizá sea una muestra de la deshonestidad de Jair Bolsonaro para no abandonar las prerrogativas del sillón presidencial y poder evadir así los tribunales de justicia. Pero también es una muestra dramática de hasta qué punto los brasileños se dejan manipular.
Apesar de você, amanhã há de ser outro dia. Eu pergunto a você. onde vai se esconder da enorme euforia ¿ (A pesar de usted mañana será otro día. ¿Dónde se va a esconder de la enorme euforia?), cantaba Chico Buarque.
*Almeida es investigadora y analista brasileña. Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo, y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)